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martes, 27 de septiembre de 2011

Mundos Para-lelos

Por Elizabeth Gómez Etayo
Socióloga de la cultura

La escisión es uno de los signos de nuestro tiempo. Estamos tan fragmentados que no logramos reconocernos en el dolor ajeno. Los indígenas, inermes bajo el fuego cruzado del norte del Cauca, los niños indígenas de Puerto Gaitán muriendo de inanición y algunos jóvenes estudiantes, como muchos ciudadanos del común, viven en mundos paralelos. Parece que a pesar de estar todo el día conectados a diversas redes de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las personas están cada vez más unplugged de la realidad.

En el resguardo de Huellas, Municipio de Caloto, Departamento del Cauca, los indígenas del pueblo Nasa y campesinos de la región sufren la inclemencia del fuego cruzado de los actores armados legales e ilegales que se disputan el poder en estas tierras. Otros municipios aledaños, en su mayoría de población indígena y campesina, son también víctimas fatales de esta guerra cuyo fin es un clamor general, pero que nuestros oídos citadinos, distantes y distraídos, y sobre todo los de quienes podrían hacer algo para evitar tanto dolor, parecen ignorar.

Los niños indígenas en Puerto Gaitán, el municipio de Colombia que más recibe regalías provenientes del petróleo, están muriendo de hambre en medio de la riqueza boyante que ha dejado en la ruina a sus familias indígenas. Estas familias indígenas, antes nómadas, han asistido a la reducción de sus territorios y con ello a las posibilidades de caza y pesca para resolver lo más lo más básico de sus vidas: la comida, como consecuencia de la acción de grandes multinacionales mineras que han deteriorado el medio ambiente con la extracción sin piedad de recursos naturales. ¿Dónde están las autoridades ambientales y de protección social que controlen esta situación y garanticen la vida de la población?

Los diarios nacionales han sido prolíficos en imágenes de primerísimos primeros planos sobre las hambrunas en Etiopía, ocultando que hay niños muriendo de hambre en Puerto Gaitán, ¡rico municipio colombiano!

Y quizás lo que más me deja pasmada de esta realidad es que cuando quiero comentar con mis estudiantes sobre este escenario nacional, imposible de ocultar, me encuentro que ésos difícilmente han aprendido a leer bien una noticia. Son analfabetas funcionales. Muchos de ellos no saben leer ni escribir, aunque sí digitar y han llegado, por tanto, a este estrado de la educación superior.
Estos mundos para-lelos constituyen un panorama desolador. Ojalá no estuviéramos tan lejos de juventudes irascibles como las chilenas para enriquecer un realidad social y cultural que claman por pronunciarse, por integrarse, quiero decir, por estar menos escindidos y saber que los niños muriendo de hambre en Puerto Gaitán y los indígenas bombardeados en el Norte del Cauca, también son nuestro problema.

Mundos para-lelos

Mundos Para-lelos

Por Elizabeth Gómez Etayo
Socióloga de la cultura

La escisión es uno de los signos de nuestro tiempo. Estamos tan fragmentados que no logramos reconocernos en el dolor ajeno. Los indígenas, inermes bajo el fuego cruzado del norte del Cauca, los niños indígenas de Puerto Gaitán muriendo de inanición y algunos jóvenes estudiantes, como muchos ciudadanos del común, viven en mundos paralelos. Parece que a pesar de estar todo el día conectados a diversas redes de las nuevas tecnologías de información y comunicación, las personas están cada vez más unplugged de la realidad.



En el resguardo de Huellas, Municipio de Caloto, Departamento del Cauca, los indígenas del pueblo Nasa y campesinos de la región sufren la inclemencia del fuego cruzado de los actores armados legales e ilegales que se disputan el poder en estas tierras. Otros municipios aledaños, en su mayoría de población indígena y campesina, son también víctimas fatales de esta guerra cuyo fin es un clamor general, pero que nuestros oídos citadinos, distantes y distraídos, y sobre todo los de quienes podrían hacer algo para evitar tanto dolor, parecen ignorar.



Los niños indígenas en Puerto Gaitán, el municipio de Colombia que más recibe regalías provenientes del petróleo, están muriendo de hambre en medio de la riqueza boyante que ha dejado en la ruina a sus familias indígenas. Estas familias indígenas, antes nómadas, han asistido a la reducción de sus territorios y con ello a las posibilidades de caza y pesca para resolver lo más lo más básico de sus vidas: la comida, como consecuencia de la acción de grandes multinacionales mineras que han deteriorado el medio ambiente con la extracción sin piedad de recursos naturales. ¿Dónde están las autoridades ambientales y de protección social que controlen esta situación y garanticen la vida de la población?



Los diarios nacionales han sido prolíficos en imágenes de primerísimos primeros planos sobre las hambrunas en Etiopía, ocultando que hay niños muriendo de hambre en Puerto Gaitán, ¡rico municipio colombiano!



Y quizás lo que más me deja pasmada de esta realidad es que cuando quiero comentar con mis estudiantes sobre este escenario nacional, imposible de ocultar, me encuentro que ésos difícilmente han aprendido a leer bien una noticia. Son analfabetas funcionales. Muchos de ellos no saben leer ni escribir, aunque sí digitar y han llegado, por tanto, a este estrado de la educación superior.
Estos mundos para-lelos constituyen un panorama desolador. Ojalá no estuviéramos tan lejos de juventudes irascibles como las chilenas para enriquecer un realidad social y cultural que claman por pronunciarse, por integrarse, quiero decir, por estar menos escindidos y saber que los niños muriendo de hambre en Puerto Gaitán y los indígenas bombardeados en el Norte del Cauca, también son nuestro problema.

Un cerito a la derecha ¿A quien elegir?

Un cerito a la derecha. ¿A quién elegir?

Por Elizabeth Gómez Etayo
Socióloga de la Cultura

En la pasada columna sobre “las elecciones y los elegidos” cerré con la pregunta ¿Qué será mejor, los humildes al poder o que los ilustres nos sigan gobernando? No pocas inquietudes se generaron al respecto, pues es claro que para gobernar se necesita cualificación académica y capacidades intelectuales, dos condiciones que considero necesarias pero no suficientes. Para continuar con este sano debate quiero compartir una reflexión que les adeudo a mis estudiantes de Democracia y Constitución, y que da pié a la nueva pregunta: ¿A quién elegir?

Dos preguntas sencillas, pero profundas, formulé en clase. Va la primera. Dentro de cinco o seis años ustedes serán profesionales. Espero que tengan buenos trabajos y que sean remunerados de acuerdo con sus expectativas. Y que desarrollen una próspera carrera profesional. Hasta ahí, sólo sonrisas complacidas advertía entre mis estudiantes. Sin embargo, cuando les dije: bueno, ahora vamos a suponer que usted es el contratista de una obra con el Estado, y le dicen “ingeniero ponga este cerito a la derecha”. Recuerde, su salario es bueno, sus necesidades básicas están resueltas e inclusive puede ahorrar e irse de vacaciones, tiene una buena vida. ¿Lo pone o no lo pone? ¿Usted pondría el cerito a la derecha? Recuerde que se trata de un contrato con el Estado, son recursos públicos. Ya la obra tiene un valor justo. Pero existe la posibilidad de ganar unos pesitos extras. Pesitos, no. PESOTES. ¿Lo pone o no lo pone?

Las sonrisas complacidas empiezan a tornarse sonrisas socarronas. Profe, es que todos queremos vivir bien, ganar plata. ¿O quién no quiere? Claro, yo también quiero vivir bien, les dije. Pero una cosa es vivir bien con mi justa remuneración y otra, muy distinta, es usar los recursos públicos, los recursos del Estado para el lucro personal. Un cerito a la derecha es lo que los actuales ingenieros que contratan con el Estado están poniendo. Un cerito a la derecha está inflando las actuales contrataciones con el Estado y nos están dejando al resto de los ciudadanos endeudados por varios años. Un cerito a la derecha transforma totalmente una cifra y se pierde la dimensión real del costo de un bien o de un servicio. Un cerito a la derecha hace la diferencia. Y para tomar la decisión de ponerlo o no es que estamos discutiendo en este curso. Y usted, querido lector, ¿Pondría un cerito a la derecha?

La otra pregunta va en torno a los derechos humanos. Queridos estudiantes, vamos a discutir sobre el derecho fundamental, el derecho a la vida. Díganme, ¿cuánto vale la vida en Colombia? “Cuarenta mil pesos profesora. Un banano, en mi barrio a un tipo lo mataron por un banano. Yo supe de un señor al que lo mataron por cien pesos”. Dijo otro estudiante. Todos nos fuimos quedando impactados. La macabra profesión de sicario está también cada vez más desvalorizada. En Colombia se mata por cualquier peso y causa. Hasta ahí, todos compartíamos un valor común: la vida es un derecho inviolable, y tenemos que exigirle al Estado la defensa a ultranza de este derecho. Pero cuando le pregunto a mis queridos estudiantes, ¿ustedes han pensado o han sentido que en alguna circunstancia serían capaces de matar o mandar a matar a alguien? De nuevo la incomodidad los acecha y se reacomodan en sus asientos y empiezan las diversas justificaciones. Algunos de mis estudiantes sí han tenido ganas de matar, y además consideran que en algunas circunstancias es justificable hacer justifica por cuenta propia, aceptan que la gente a veces mata porque era necesario y que, ellos, si tuvieran que hacerlo también lo harían. Varios ejemplos al respecto fueron discutidos. En clase dejamos que una cosa es el deseo, humanamente comprensible, y otra, muy distinta, es pasar a los hechos. ¿Dónde y cómo se construye ese límite moral y ético entre desear y ejecutar? Mis estudiantes, nuevas generaciones de colombianos, han perdido, sin saberlo, el valor supremo de la vida. Los comprendo, -les digo- ustedes han crecido en un contexto sociopolítico donde la defensa de la vida es un discurso hueco. Quizás lo más grave de esta gravísima situación violenta en la que vivimos es que todos, quizás sin saberlo, hemos ido perdiendo el valor supremo a la vida.

Con estas dos preguntas hechas en clase con mis estudiantes pensé en la nueva pregunta ¿A quién elegir? Y las posibles respuestas me llevan a pensar, por lo menos, en quien tenga una carrera impoluta en el manejo de recursos públicos y privados, porque en la empresa privada también hay corrupción. En quien haya demostrado ampliamente un manejo responsable de los recursos, alguien para quien lo público sea sagrado y que defienda a ultranza la vida, eso implica, inclusive, que el uso del agua privilegie el bienestar humano, calme la sed, el hambre y las necesidades básicas humanas y no las necesidades suntuosas. El agua no puede usarse para lavar oro. Así, simple y radical. Vida y recursos públicos son sagrados. Es por eso que para gobernar considero que la cualificación académica y las capacidades intelectuales, son dos condiciones necesarias pero no suficientes.

Sobre las elecciones y los elegidos

Sobre las elecciones y los elegidos

Por, Elizabeth Gómez Etayo.
Socióloga de la Cultura.


Tenemos la mala costumbre de irnos por las ramas y no ver el árbol. En tiempos electorales llueven críticas sobre diversas candidaturas y los lectores incautos caen en el juego oportunista de ir al son que le toquen algunos columnistas amañados. Una columnista de un diario regional, conservador y taimado, aprovecha la coyuntura electoral, y la confusión, para irse lanza en ristre contra una candidata a la Alcaldía de Cali. No voy a defender esta candidata ni su candidatura. Pero si quiero referirme a los argumentos de la columnista para llevar la discusión a otro ámbito y no personalizar de manera tan fácil el juicio contra una candidata en particular.
Se esgrime que los candidatos a las distintas corporaciones públicas deben tener la preparación suficiente para gobernar una ciudad, un departamento o una nación. Pero los títulos no garantizan el manejo ético de los recursos públicos ni del ejercicio político. Y eso es más importante que tener cartones. Diversos ejemplos nacionales nos ilustran al respecto. Hagamos memoria.
Luiz Inacio Lula da Silva, expresidente de Brasil, no tenía una carrera universitaria, y no lo hizo tan mal, por lo menos lo hizo mucho mejor que los últimos presidentes colombianos. Y consciente de la debilidad en su formación académica, no quiso que el futuro de las próximas generaciones de brasileños fuera la suya, de esta forma amplió la cobertura educativa en Brasil. Ampliada realmente, no como los remedos de reformas educativas que aquí en Colombia se anuncian. Y, repito, Lula no era ni siquiera Licenciado en Educación Física. Era un obrero sindicalizado de la empresa metalúrgica, un hombre humilde que estuve siempre en la orilla de la desigualdad social, desde donde las cosas se ven diferentes.
Por otro lado, los más ilustres académicos colombianos han ocupado altos cargos públicos. De las mejores universidades del país egresan futuros Ministros de Hacienda, de Agricultura, de Salud, de Educación y de Comunicaciones, por solo nombrar algunos. Pero su conocimiento no se ha caracterizado por tener sesudos análisis de la nación donde se redistribuya la riqueza y se disminuya la pobreza. Todo lo contrario. Su conocimiento ha estado al servicio de la corrupción y el clientelismo de los más altos estratos.
Algunos ex presidentes se pavonean por el mundo, exhibiendo sus créditos académicos de Harvard y London School of Economics, para tratar de ocultar con esta cortina de humo sus fraudulentos vínculos y lazos, cada vez más difíciles de esconder, con dineros mal habidos y gravísimas violaciones de derechos humanos.
Sin embargo, parece que la memoria colectiva colombiana siguiera relacionando colores de piel con incapacidad y todavía nos cuesta relacionar corbatas con grandes robos. Mejor dicho, como dice un graffiti en el centro de Cali: era más fácil cuando los únicos que robaban eran los ladrones. Pero de eso poco se habla. Qué será mejor, ¿Los humildes al poder o que los ilustres nos sigan gobernando?

El bolillo Gómez, un hombre muy colombiano

Hernán Darío, El Bolillo, Gómez: Un hombre muy colombiano.
Por, Elizabeth Gómez Etayo,
Socióloga de la cultura.

¿Refleja el Bolillo Gómez rasgos del hombre colombiano? Atención, digo del Hombre, sujeto masculino, varón. Quizás lo más interesante con estos episodios de la pintoresca vida nacional, son los temas de conversación que nos suscitan en desprevenidos pasillos y cafés. Por morbo o por un sano interés psicoanalítico silvestre, las acciones del Bolillo Gómez y las conversaciones que suscita, reflejan algunos rastros de lo que somos como cultura colombiana, como pueblo, como nación, como mentalidad colectiva. Llevamos un mes, más o menos, hablando de los bolillazos.
Si los golpes propinados por Hernán Darío fueron contra una mujer o contra una travesti o si hubieran sido contra un hombre, el hecho es igualmente reprochable. En Colombia las distintas formas de violencia íntima, familiar, psicológica y simbólica, esa que se ejecuta contra mujeres, niños y niñas, homosexuales, gays, lesbianas, travestis, ancianos y ancianas o contra los considerados hombres heterosexuales considerados débiles, están incorporadas como prácticas normales, naturales y hasta esperadas.
Así hemos criado a nuestros niños y niñas. A pesar del ingreso de la mujer en el mundo laboral y académico, a pesar de que los roles de género sean compartidos e intercambiados en el hogar, todavía los niños se siguen criando para patear, golpear, humillar, ofender y demostrar fuerza desde pequeños, mientras que las mujeres se siguen criando para aguantar y comprender esa irascibilidad masculina incontrolada o azuzada por el licor. Es eso lo que debemos cambiar desde el embarazo y los primeros años. Madres, padres, familias, escuela y sociedad en general, tenemos responsabilidad.
No más entiéndalo. No más entiéndame; es que me pasé de tragos, es que se me fue la mano, yo no quería, no sé qué pasó conmigo, se me fueron las luces. Respuestas y justificaciones que sólo se aceptan como válidas en este tipo de situaciones, como si el daño fuera menor o las víctimas menos importantes. Hombres: ¡a transformarse! A ampliar su nivel de frustración. Cuando les digan NO, es NO.
Ojalá los desmanes del Bolillo, desmanes, repito que son propios de muchos hombres colombianos, eso de echarse la canita al aire, de salir a desfogar el apetito sexual, de golpear y de maltratar, nos sirviera para reflexionar que quizás todos y cada uno de nosotros estaríamos en el riesgo de actuar igual o peor llevados por las circunstancias. Si reconociéramos eso, creo que nos evitaríamos futuros bolillazos nacionales y cotidianos.
La violencia simbólica es la base de las otras violencias, los comentarios descalificadores y las creencias falsamente infundadas sobre la superioridad de unos sobre otras, han sido y son los nutrientes, no sólo del Bolillo, sino de muchos hombres colombianos inspirados en novelas como pasión de gavilanes y en frases tristemente célebres como: le pego en la cara marica.