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martes, 19 de marzo de 2013

Entre Caínes y Abeles

Por Germán Ayala Osorio, Hernando Uribe Castro y Elizabeth Gómez Etayo. Profesores de la Universidad Autónoma de Occidente.

¿Qué pretenden los canales privados de la televisión colombiana con las novelas y seriados que transmiten? Sin duda, canales privados y productores de noticias y de entretenimiento como CARACOL y RCN televisión, legitiman  un orden establecido a través de la producción y emisión de series como “El cartel de los sapos”, “Sin Tetas no hay Paraíso”, “Pablo Escobar, El Patrón del Mal”, “Corazones Blindados”, “Pandillas, guerra y paz”, y con la más reciente producción, Tres Caínes” (2013).

En nuestra sociedad, los medios de comunicación se han convertido en un agente más del proceso de socialización de la mayor parte de la población, así como también son los movilizadores de una gran masa de opinión pública y sobre todo, hoy más que nunca, son los especializados en la transmisión cultural. Esta realidad debería pesar en su responsabilidad con los contenidos, las ideologías y el sentido que transmiten, pues las palabras que producen los medios, de modo directo o indirecto, tienen importantes efectos sobre las creencias, puntos de vista y las formas simbólicas de percibir el mundo de millones de colombianos.

Desde hace varios años los colombianos estamos expuestos a un conjunto de producciones de los canales privados que reconstruyen una cierta versión del país y sobre las cuales debemos alertar. Programas que reproducen violencias simbólicas, descontextualizan los hechos históricos e imponen una falsa verdad bajo la excusa de contar la historia, o la ficción y que terminan polarizando de forma tendenciosa a la opinión pública.

Hoy en día es claro que los medios dominan la vida política e inciden en contextos científicos, culturales, artísticos, deportivos y hasta intelectuales, pues ellos tienen los instrumentos y los medios para seleccionar de estos campos lo que conviene y no conviene, lo que les representa ganancias o peligros, lo que une o lo que polariza. Es la televisión la que impone los temas y decide qué y quién es importante o no.

¿Realmente la televisión presenta lo que la gente quiere ver? Tal como argumentan los productores y libretistas, o será más bien que la gente termina aceptando y consumiendo lo que los canales de televisión proponen para ver. La televisión, mucho  más que las actuales redes sociales que circulan por internet, continúa siendo el medio masivo por excelencia. Tiene la capacidad de llegar hasta el último rincón de la geografía nacional y sobre todo, seduce a toda persona independiente de su edad, género, orientación sexual, etnia, credo religioso o político.

Teniendo en cuenta este contexto y como docentes universitarios interesados en formar una masa crítica, nos hemos dado a la tarea de que nuestros estudiantes reflexionen sobre cuáles son los alcances socioculturales y los fines político-económicos de algunos programas de la televisión colombiana. Los seriados mencionados en el primer párrafo son excelentes ejemplos para hacer un verdadero análisis de los efectos de la  televisión colombiana, y el actual seriado que tanta polémica está causando, Tres Caínes, es un excelente caso para ser analizado, dado que, por fortuna, existimos quienes aún no desenchufamos el cerebro cuando prendemos la televisión.

Como actores sociales, políticos y económicos de la sociedad civil es perfectamente legítimo que estos canales defiendan, valoren y propendan por el mantenimiento de unas condiciones contextuales, generadas por los sistemas político y económico que les benefician, en tanto hacen parte de la industria cultural y del entretenimiento. Canales de televisión, bancos, equipos deportivos, empresas y otras unidades de negocio hacen parte de emporios corporativos. Eso no está en discusión, pero lo que sí resulta cuestionable es su responsabilidad social y política en la contribución de una sociedad más democrática, máxime en momentos que pretende, de nuevo, acercarse a los caminos de la paz; así como su efectivo rol de generador de violencia simbólica, con la que millones de colombianos terminan identificándose, con monumentales vacíos históricos y pobres referentes éticos de las complejas realidades del país. De esta forma, termina diluyéndose la función social de estos dos canales.  

¿Por qué RCN habría de hacer eso? Sabemos que ningún producto comunicativo es ingenuo, como también, que el equipo de producción tiene amplia formación para dilucidar los efectos que tal o cual producto puede causar en el público televidente, de tal forma que lo que en apariencia puede no tener la intención de hacer apología a la violencia, al narcotráfico, a la guerra y en general, a promover valores antidemocráticos, termina azuzando la polarización de la opinión pública en un contexto de bajísima cultura política como el que tenemos en Colombia.

En este sentido, los seriados en mención, especialmente los Tres Caínes, terminan siendo una apología a la violencia,  exhibida de la forma más cruda y cruel, si pensamos en las miles de víctimas que consumen este programa. ¿Pensarían los productores de estos programas en los casi cuatro millones de desplazados que asisten a sus seriados? ¿Qué estarán pensando los padres y madres de familia de los actuales estudiantes de sociología y antropología, cuando en el seriado más exitoso de la televisión colombiana se dice que tales carreras son nidos de guerrilleros?

Estas series televisivas se construyen bajo dicotomías moralizantes culturalmente aceptadas, que azuzan la polarización nacional entre los buenos y los malos, las víctimas y los bandidos, lo correcto y lo incorrecto, lo legal y lo ilegal, entre otras, pero en contextos donde la venganza termina ocupando el lugar de la justicia, perdiendo, ésta última, su sentido y lugar social. Dichas dicotomías, puestas fuera de contexto histórico y político, contribuyen a la siembra de pérfidos valores sociales en una sociedad como la nuestra con una baja cultura política.

A lo anterior se suma que tenemos un sistema educativo precario e insuficiente que no está formando sujetos pensantes, sino ejecutores de funciones y al final, las masas terminan consumiendo aquellos productos de CARACOL y RCN como dogmas de fe y lo que es peor, aceptando como referentes éticos y morales las acciones y actuaciones de sicarios, paramilitares, militares y mafiosos, que confluyen en el inconveniente imaginario del violento, el agresor, el poderoso, el que viola las normas, el que ejecuta justicia por cuenta propia, el Gran Macho. El que viola, el que mata, el que pisotea, el que abusa, el que hace justicia por cuenta propia, dejando en el ambiente una total confusión entre justicia y venganza. En un país con un 97% de impunidad como el nuestro, este tipo de programas orientan a la gente para que resuelva pleitos, que son de resorte estatal, por cuenta propia. Es decir, promueve principios propios de un para-estatismo y mañana, nuevos grupos de justicia privada.

Vamos directamente a algunas  escenas  del seriado “Los tres Caínes” donde uno de los hermanos Castaño le dice al otro: hay que acabar con todo lo que sea de izquierda.  ¿Cómo recibirá esa sentencia las audiencias, el público televidente? ¿La compartirá? ¿La dilucidará? Mucho nos tememos que no, sobre todo cuando estos mensajes llegan a jóvenes carentes de información histórica y de contexto, y que no son capaces de diferenciar entre los hechos del pasado y los del presente.

No existe en la cultura política colombiana factores que promuevan el discernimiento. Lo más seguro es que los públicos televidentes asuman dicha sentencia de manera literal, textual, como un imperativo moral para alcanzar la paz y la convivencia. Y ¿Qué significa ser de izquierda en Colombia? Distinta sería la realidad si estuviéramos en Europa o Norteamérica, pero en el país del ‘Sagrado Corazón’ no ha podido florecer con éxito una izquierda importante que no sea armada. Aquí todavía es rarísimo hablar de que existe, como en el llamado primer mundo, una izquierda democrática. Por lo pronto, en Colombia, izquierda, sindicalismo y crítica al orden social establecido, son sinónimo de terrorismo, guerrilla y odio hacia la Patria. Todo lo contrario de lo que es.

Así, las frases del Clan Castaño estigmatizan a quien piense diferente al orden social establecido. Pues aquí se ha negado la disidencia y decir, como lo hacen Los Caínes-Castaño en otra escena, que se debe acabar con todos los que piensan es sugerir que pensar es peligroso,  dejando a los pensadores en una especie de lista de muerte, como si tuvieran que cuidarse de una especie de ‘cruzada ideológica’  con la anuencia de una sociedad intolerante, excluyente, violenta y un Estado débil y precario.

Da la sensación de que vivimos en los tiempos de la Inquisición.  Y hasta ahora, nada se ha dicho en los Tres Caínes sobre la otra cara de la moneda, esto es, sobre el discurso intolerante de la derecha y de la ultraderecha, cuyos intereses defendieron los hermanos Castaño. Gustavo Bolívar nos pide que dejemos avanzar el seriado. Mientras eso pasa, seguiremos discutiendo alrededor del por qué no se inició con la presentación de las víctimas ¡Por las víctimas! ¿Por qué, una vez más, nos toca ver a los victimarios? Como si no fuera suficiente con verlos en los noticieros.

Por ahora, debemos decir que el seriado empezó mal, destacando a los victimarios y no a las víctimas. Si la intención hubiera sido la de contribuir a la comprensión de la guerra en Colombia, las ciudades colombianas están llenas, a más no poder, de seres anónimos que la guerra, los paramilitares, la guerrilla y el propio Estado, sacaron de sus tierras. Y ellos están esperando su oportunidad de oro para hablar, para ser escuchados y sobretodo, para ser reconocidos. Insistimos, ¿Qué sentirán esas víctimas viendo de nuevo la cara de sus verdugos? Bolívar, en lugar de deconstruir la historia de los victimarios, representada en Caín, ¿por qué no hiciste una historia de los abeles? ¡De las víctimas!

Así entonces, nos ratificamos en que la frase hay que acabar con todo lo que sea de izquierda, puede ser recibida por las audiencias como un valor político en tanto quienes matan guerrilleros y gente de izquierda, estarían ayudando a construir un mejor país, una mejor democracia: “los héroes existen”. ¡Qué confusión! Mensaje que, sin duda alguna, puede permear a la población joven que con pocos elementos analíticos, históricos y reflexivos, entregados por una Escuela en crisis y familias disonantes, reciben el influjo de una industria del entretenimiento que no sólo busca ganancias, sino mantener unas condiciones contextuales ilegítimas, pero perfectamente racionales y convenientes desde la perspectiva de quienes ostentan el poder político. ¿Dónde está el Estado y  la Comisión Nacional de Televisión?

lunes, 18 de marzo de 2013

Masculinidades, Feminidades y Violencias de género

Ponencia presentada en el Foro de Violencia contra las mujeres organizado por el Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad, y el Doctorado en Humanidades ambos de la Universidad del Valle y la Personería Municipal de Cali.
Por Elizabeth Gómez Etayo, Socióloga de la Cultura
 Cali, 12 de marzo de 2013

1.    Introducción: Perspectiva culturalista y transformación cultural

Desde hace dos años he adoptado el apelativo de socióloga de la cultura, por considerar que ahí, en la sociología y en la cultura, se centran mis intereses académicos, investigativos y políticos. Asunto proscrito en las escuelas weberianas, donde la ciencia social y la política ocupan campos claramente diferentes.  Para mí está claro que los límites cada vez son más porosos y, apelando al sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, aludo a la proximidad crítica y no sólo a la distancia crítica que desde las distintas ciencias sociales tenemos con el mundo social que interpretamos, y en el cual también vivimos. Existe también en mi postura, una evocación marxista al considerar que el mundo social no sólo está ahí para ser interpretado por nosotras, sino para transformarlo.

En ese contexto de interpretación, partí de la sociología hacia los estudios de género, siguiendo el hilo conductor de la violencia, tan abordada en Colombia en el ámbito político, pero mucho menos en el privado. Me interesa contribuir a dotar de sentidos eso que consideramos el mundo cultural, para sacarlo del vano lugar de cliché en el que ha caído y rescatar su verdadero sentido de construcción cotidiana, es decir, hombres y mujeres hacemos cultura todos los días, por tanto, es posible transformar el estado de cosas que tenemos.  Ciertas prácticas de violencia simbólica y física de los Estados, de algunos individuos, de los medios masivos, de la publicidad -en especial-, frente a lo femenino, hacen pensar que la  cultura es un asunto atávico, una especie de eterna enfermedad que debemos padecer y a la que estamos inexorablemente condenadas, cuando justamente la cultura, es todo lo contrario, es nuestra posibilidad emancipadora.

Por otro lado, desde que empecé a estudiar los temas de violencia, la primera característica que hasta hoy me llama poderosamente la atención es que no podemos abordar el asunto desde un solo lugar, por eso los títulos de mis trabajos siempre hacen referencia a varias situaciones que componen un problema social. De esta forma, mi monografía de sociología sobre violencia juvenil, tema al que he regresado, lleva por nombre “Socialización, conflicto y violencia juvenil”, con el ánimo de caracterizar situaciones y contextos que preceden la violencia. En el caso de la Maestría en Sociología mi investigación lleva por título “Entre amores y moretones”, para abordar la violencia contra mujeres en el ámbito familiar, dando a entender que tal violencia no sólo deja moretones, golpes, fisuras, fracturas, bofetadas, lesiones y hasta la muerte, sino que ha estado precedida por el amor, por un cierto amor, distinto del eros y de la pulsión de vida; seguramente un amor enfermo, como ha sido juzgado por muchos, pero en todo caso un amor que nos han enseñado en la escuela, en la familia y, finalmente, el que va de la mano de la cultura, aspecto que considero debe ser revisado en la perspectiva culturalista que me interesa discutir.

Para el doctorado, investigué la llamada violencia contra las mujeres en la perspectiva de los hombres agresores, encontrando que no existe solamente el monstruo estereotipado, tal como fue publicitado en el caso del horroroso feminicidio de Rosa Elvira Cely, el año pasado en el Parque Nacional en Bogotá, sino que existen hombres comunes y corrientes, criados por unas ciertas mujeres bajo el manto opresor, sin duda, de una cierta cultura, y que por tanto, ellos no eran ni ángeles ni demonios, sino hombres comunes y corrientes, y consideré importante conocer sus historias y sus puntos de vista sobre la violencia hacia las mujeres, pero también sobre sus procesos de hacerse hombres, sobre su masculinidad, . De esta forma, fue durante mi doctorado en Brasil donde entró en tensión el concepto de “violencia contra las mujeres”, para pensar en “relaciones de violencia entre los géneros”, tal como fue propuesto por la antropóloga brasilera María Filomena Gregori en su libro “Escenas y quejas: un estudio sobre mujeres, relaciones violentas y la práctica feminista” (1998).

Considero que esta perspectiva relacional ofrece una traza diferente para pensar el problema de las violencias hacia las mujeres, pues las mujeres también construyen relaciones de pareja que se vuelven violentas, es decir, la violencia en la pareja no aparece de repente  y en esa historia de construcción de la relación de pareja, aupada por la cultura, las mujeres juegan un papel. ¿Cuál es ese papel? Creo que ahondando al respecto, encontraremos claves para transformar la violencia de género.
Sería  interesante pensar cuál es la base simbólica y cultural sobre la que se estructuran este tipo de mujeres y este tipo de hombres. ¿Cómo se siguen criando nuestras niñas y niños? Creo que ahí es donde estarían las mayores y mejores posibilidades de comprender y, de ser posible, transformar, lidiar, paliar o menguar esta situación, que cada vez más llega a estados lamentables. Es en el largo camino de la cultura donde encontraremos cambios, eso implica que también le corresponde a las mujeres transformarse, no sólo a los hombres. Insisto y reconozco que es muy largo, pero si no apelamos a procesos diferentes de hacernos hombres y mujeres, no esperemos resultados distintos de lo que hemos tenido y seguimos teniendo hasta ahora.
También considero que estas reflexiones sobre violencia contra las mujeres, violencia de género, relaciones de violencia entre los géneros o como le queramos llamar, se dan, como la mayoría de las reflexiones académicas, sólo o más especialmente entre nosotras las académicas y activistas, y todavía tenemos la tarea pendiente de llegar a un público más amplio, lejano y distante de nuestros círculos y, por otro lado, tenemos pendiente incidir más decididamente en estructuras sociales complejas como medios de comunicación masivos y en el sistema educativo en general.

 2. Base simbólica de las relaciones violentas

Bien es sabido que los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, que ni siquiera las redes sociales consiguen alcanzar en su poder de influencia social, borra de un tajo lo que mínimamente pueda ser sugerido por la academia. Es decir, mientras nosotras pensamos en esta situación de la violencia contra las mujeres, la televisión sigue promoviendo aquí y en el mundo entero, un modelo de varón agresivo, todopoderoso, amo y señor del mundo, que consume y usa a discreción lo femenino y el cuerpo de la mujer; valga recordar novelas como “Pasión de gavilanes” “La usurpadora”, “La hipocondriaca” o seriados como “El cartel de los sapos”, “Pablo el patrón del mal” y ahora “Los tres caínes”, que promueven, de forma sutiles y a veces vulgarmente directas, modelos de sociedad y especialmente de virilidad, contrario a lo que se esperaría en una sociedad democrática.
 Encontramos en estos y otros productos comunicativos masivos, un modelo de varón violento, que, por otro lado no tiene contrapeso en un sistema educativo en decadencia, que no responde a la realidad de los niños, niñas y jóvenes, que no se corresponde con la vida que vive la población escolar por fuera del salón de clases y que hace mucho tiempo dejó de ser estrategia de movilidad social, tal como se promovía en décadas anteriores. Es decir, hoy no se les puede decir a los y las jóvenes que por estudiar tendrán mejores condiciones de vida. Casos como los del mundo de narcotráfico, pero también del deporte de alto rendimiento[1] y de la prostitución de alta gama, desdicen de la educación como escalera de ascenso social.
De acuerdo con este panorama de la cuestión, considero pues, que la construcción sociocultural de las mujeres y de los hombres en Colombia es la base simbólica para que exista violencia de género. Sin duda es un lugar muy común al que nos hemos acostumbrado y ya lo ha dicho en mejores términos la antropóloga inglesa Henrietta Moore, cuando nos plantea que la violencia es marcada por el género[2]. De esta forma, para tratar de hacer un planteamiento un poco diferente y profundizar en el asunto, me permito presentar las interfaces o conexiones que se han venido presentando a lo largo de mi proceso investigativo en este tema.
 El principal planteamiento que hice en la investigación sobre violencia física contra mujeres en el ámbito intrafamiliar, luego de presentar que la violencia con las mujeres es múltiple, y que difícilmente se encuentra una sin la otra, es decir, es física, sexual, simbólica, síquica y económica, fue el de que, una característica particular de la violencia contra las mujeres es que se da especialmente y en razón de su género, es decir, por el hecho de ser mujeres. A los hombres, por el contrario los agreden y matan por otras circunstancias y en otros contextos, por atributos de clase, etnia, nacionalidad, vinculación con tráfico de armas y drogas, situaciones de riesgos quizás propias del ser hombre, pero no por ser hombre. En contraste nacer mujer es, de entrada, un factor de riesgo para ser vulnerada, agredida, humillada, violada y asesinada. Reitero, que este fue el primer planteamiento que hice cuando empecé a investigar el tema. Varios años después reflexiono críticamente sobre mi planteamiento y creo que le faltaba ubicar en contexto qué significa nacer mujer o, en gracia de la discusión y recurriendo a Simone de Beauvoir, qué significa hacerse mujer en nuestra sociedad.
Más adelante, cuando empiezo el Doctorado en Ciencias Sociales y tengo la posibilidad de profundizar en los estudios de género, pero también de dialogar con la antropología y con una parte del psicoanálisis para estudiar a los hombres agresores, mis observaciones y análisis se orientan más hacia los contextos y situaciones que hacia los sujetos, es decir, no todos los hombres agreden y no todas las mujeres son agredidas, ni agredibles siempre y en todo lugar, distinto al planteamiento inicial, es decir, no por nacer mujer se tienen riesgos, sino por  hacerse mujer en ciertos contextos y en cierta cultura.
 Creo que hacerse mujeres en Colombia propicia, facilita e incluso promueve que la violencia sea ejercida contra ellas.  Creo que las mujeres en Colombia tenemos que aprender a leer con mayor profundidad y precisión los distintos contextos de riesgo para garantizar el bienestar y la integridad personal. Sé que este aspecto genera bastante polémica. Trataré de argumentarlo. Así como varios expertos en el tema de violencia política han argumentado que acabar con la guerra en Colombia habría sido muy fácil si se hubieran atendido las demandas sociales de la población más pobre, más apartada, más vulnerable, más marginal, de forma que las desigualdades sociales no sean combustible para la guerra, así mismo creo que a los violentos hay que dejarlos sin piso en todos los aspectos, especialmente en la vida privada e íntima.

  1. Proceso civilizatorio y cambio cultural

Dicho de otra forma, el proceso civilizatorio que hemos alcanzado va todavía por ese camino: aquí algunos hombres agreden a algunas mujeres, pero no es a todas, hay que identificar pues, cuáles son esos aspectos que harían agredible a una mujer, quizás la marcada sumisión, pero sobre todo la concepción de que la mujer es objeto y no sujeto, es decir, la mujer puede ser usada, ella no es autónoma, la mujer puede ser violentada, maltratada, humillada, atacada y hasta asesinada porque no tiene el mismo estatus social de aquel que la agrede, pero lo peor de esta situación es que las propias mujeres han sido educadas en el mismo registro simbólico de esos que las agreden, es decir, agresores y agredidas comparten un universo cultural, y ellas aceptan tal situación o no se atreven a controvertirla porque no se sienten con argumentos o fuerza para ello.
 Como lo planteó Miguel Lorente en su libro “Mi marido me pega lo normal”, muchas mujeres creen que cierto nivel de violencia es aceptable en sus relaciones de pareja, ignorando que esos pequeños insultos se van transformando en lesiones y quizás llegan hasta la muerte. ¿No lo sabían? ¿Qué hace falta para que una mujer advierta una situación de riesgo y no corra peligro? Mientras los violentos aprenden a no ser violentos, las violentables tienen que aprender a no permitir contra ellas la violencia, a huir a tiempo de los sitios de riesgo, a no exponerse, a no retar cuando no tiene toda la fuerza para hacerlo. A cuidarse.
 Nuestra sociedad no reconoce la otredad, no reconoce la diferencia. Insisto, ahí vamos en nuestro proceso de civilización  y mientras esto sea así, mientras los violentos aprenden a no ser violentos, entonces tenemos que darles herramientas a las posibles víctimas para que identifiquen tales situaciones de riesgo. En una consigna del movimiento de mujeres mexicanas, rezaba: ¿qué sociedad es esta que invita a las mujeres a protegerse en vez de invitar a los hombres a no agredir?, algo así, en un principio estuve totalmente de acuerdo con esta consigna, ahora lo estoy parcialmente, es decir, creo que son las dos cosas, tanto a los agresores hay que educarlos para que no agredan, como a las mujeres hay que educarlas para no ser agredidas. Ejemplo: si una mujer vive en un pueblo sitiado por distintos grupos armados de x o y tendencia ideológica y que por razones que escapan a nuestras posibilidades de transformación inmediata, imponen unas reglas de juego en la vida diaria, tal estado de cosas no se cambia desafiándolo, retándolo, probándolo, y mientras esa situación no se transforme, las mujeres no pueden ignorar el peligro inminente[3].
 Los juegos infantiles, ahora reforzados por los videos juegos, siguen promoviendo un modelo de varón agresor, agresivo, violento, resentido, que tiene que demostrar permanentemente su virilidad, fuerza, coraje, valentía, características que fácilmente se transforman en distintas formas de violencia. Todos los dispositivos comunicacionales y publicitarios empujan hacia ese camino. Por supuesto que hay hombres diferentes, por supuesto que no todos los hombres agreden, pero esos que si lo hacen son hombres comunes y corrientes, así los ha educado esta cultura, juegan a hacerse hombres a través de la fuerza y la ostentación, y las niñas juegan a hacerse mujeres a través de sus encantos y trucos de seducción. Esa, considero es la base simbólica que debemos transformar desde la cultura, para que no alimente las relaciones de violencia entre los géneros donde generalmente las mujeres, o todo aquello que represente el género femenino, son agredidas.

Al cambiar estos modelos de masculinidad y feminidad, se transformarán también las relaciones de violencia entre los géneros y en consecuencia las distintas violencias basadas en género. Situaciones que se soportan no solamente por bienestar material sino por el estatus que da en nuestra sociedad ser una mujer casada o estar comprometida o estar con un hombre, en todo caso, no soltera. Distinto es cuando dos seres humanos se juntan, se encuentran, se dan cita para compartir la vida o un tramo de ella, como dos sujetos libres, autónomos, dotados de sentidos y en igualdad de condiciones, que toman decisiones y son adultos, en el sentido pleno de la mayoría de edad, es decir mental y/o psíquico, lo que vemos es que todavía la mujer en Colombia ha sido educada para completarse totalmente al tener un hombre al lado y esto hace que las relaciones de pareja que establezcan tengan como imperativo implícito: mantener la relación de pareja a como dé lugar. Tenemos una cultura que educa a las mujeres para ser buenas amas de casa, buenas esposas y buenas madres, y ahora, además buenas profesionales para que articulen con maestría sus distintas labores.


  1. La propuesta
 Necesitamos con urgencia construir un nuevo modelo cultural de feminidad, que no necesita copiar viejos y desgastados esquemas masculinos, porque no se trata ponerle ropa nueva a viejos vicios, sino construir otro tipo de sujetos y de relaciones. Y también un nuevo modelo cultural de masculinidad que, sobretodo, reconozca la otredad y la feminidad. Esa masculinidad proactiva y viril, quizás ya no sea el estereotipo de protección y proveeduría, pero sí de supremacía sobre las mujeres y al ver que distintos lugares antes ocupados por ellos, son ahora ocupados por mujeres, los hombres van quedando en un no-lugar, en un vacío de poder y esas ausencias pueden estar generando nuevas formas de violencia. Es un contrasentido permanente. Por un lado la sociedad exige y la cultura promueve que el hombre sea agresivo y que siga demostrando virilidad y cuando lo hace, al extremo y llega a ser violento es juzgado por sus actuaciones. Una contradicción permanente y vedada. Es decir, todavía hoy nuestra cultura y nuestra sociedad educa a los niños y jóvenes para que sean violentos, distintas investigaciones sobre socialización masculina en América Latina dan cuenta de ello, sin embargo cuando crecen y se de hombres se corresponden con ese modelo violento de ser hombres, entonces aparece todo el dispositivo de justicia a decirle eso es delito.
 Requerimos pues, construir nuevos modelos de masculinidad  que no se centren en la fuerza física, en la virilidad y en la demostración u ostentación de nada, necesitamos nuevos hombres, pero, para esos nuevos hombres, también es necesario que existan nuevas mujeres. Quizás la violencia de género, como las distintas formas de violencia, sean connaturales a las relaciones  sociales, pero el actual estado de cosas podría transformarse en una vida menos dolorosa si adoptamos nuevos modelos de feminidad y de masculinidad y creo que las mujeres ahí tenemos grandes posibilidades de incidencia, ya que esta cultura nos ha depositado la responsabilidad principal de criar, entonces, criemos de una manera diferente. 


[1] No quiero, por supuesto, demeritar el deporte, especialmente el fútbol, pero si llamo la atención sobre el hecho de que un futbolista como Messi, se gane la cifra de casi 3 millones de euros al mes.
[2] Engendered.
[3] En Colombia existen pueblos donde los paramilitares y la guerrilla han impuesto un horroroso código moral, que implica, por ejemplo, el hecho de que las mujeres no pueden transitar después de ciertas horas de la noche, so pena de ser violadas o no pueden usar minifaldas so pena de ser marcadas en sus piernas.

jueves, 7 de marzo de 2013

Día de la Mujer en Colombia: entre flores y dolores

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se conmemora desde 1.977 cuando la Organización para las Naciones Unidas lo proclamó como una fecha para exaltar los derechos de las mujeres, en memoria de cientos de obreras que perdieron su vida luchando por derechos laborales a principios del Siglo XX.  El sentido de esta fecha se transforma por acción del mercado y de la publicidad, perdiendo su origen histórico, social y político, para ser reducida a un día para la entrega de regalos, chocolates y flores, que los hombres ofrecen para adular y coquetear; estímulos y presentes que las mujeres reciben sin reflexionar. Sin duda, esta es una fecha propicia para discutir sobre la situación de miles de mujeres colombianas, cuyas flores, cuando las hay, sólo son recibidas en la última morada.
Decía el historiador inglés Eric Hobsbawm, que las mujeres han librado una verdadera revolución cultural a lo largo del corto siglo XX y que esa revolución de las mujeres es silenciosa; no ha necesitado apretar gatillos para sacudir rígidas estructuras sociales, sino que se teje poco a poco en la cotidianidad y en la intimidad. Pasar de tener 10 o más hijos, a tener 3, 2, 1 o ninguno, es decir, ejercer derecho sobre el cuerpo, el sexo y la reproducción, ha traído, sin duda, cambios estructurales y culturales en las sociedades contemporáneas. No obstante, el camino que las mujeres deben recorrer para lograr su plena libertad y autonomía, en tanto sujetos de derechos, todavía está lleno de obstáculos y, quizás, el mayor de ellos, sea justamente la invisibilización de la mujer como un sujeto en igualdad de condiciones que los hombres en la vida social y política; desconocimiento que se manifiesta en formas escueta de agresión como el abuso sexual, hasta llegar al asesinato, hoy en día reconocido como feminicidio.
Tales crímenes contra las mujeres han sido usados como ardides de las distintas guerras que han conformado la historia de la humanidad. A diferencia de los hombres, las agresiones infringidas contra las mujeres laceran, sobretodo, su condición femenina. En Colombia no hemos sido extraños a tan macabra realidad.  En el documento “Las mujeres y la reparación colectiva en Colombia”, elaborado al interior de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR, (2012) se da cuenta ampliamente de todos los crímenes de guerra cometidos contras mujeres por parte de distintos actores del conflicto armado colombiano en el periodo 2000 y 2005. Se destaca la importancia y necesidad de tales estudio, no obstante, ellos, por supuesto, no evitan que las mujeres sigan siendo brutalmente agredidas tanto en sus casas, como en contextos públicos y políticos.

Valga mencionar el caso de la periodista Jineth Bedoya, quien fue sometida a secuestro, tortura y violencia sexual por parte del bloque Centauros de las AUC en el año 2000, cuando cubría una investigación sobre paramilitarismo en Colombia, tales delitos contra su persona fueron reconocidos por la Fiscalía General de la Nación en el año 2012 como delitos de lesa humanidad, sentado un necesario precedente en Colombia respecto de este tipo de delitos, sin embargo, esto fue logrado porque la propia Jineth y su grupo de abogados estuvieron detrás del asunto hasta llevarlo a las últimas instancias tratando de obtener un poco de justicia.
Contrario fue el caso y el destino final de la defensora de Derechos Humanos Angelica Bello, quien murió en extrañas circunstancias el pasado 16 de febrero, luego de ser desplazada en el año 2008, posteriormente perseguida, acosada, violada, hostigada durante casi cinco años hasta llevarla a su encrucijada final. En este caso, como en casi todos, las exiguas acciones de un Estado incompetente no consiguieron preservar la vida de Angélica, así como no consigue garantizar las condiciones de una vida digna, una vida que merezca ser vivida para cientos de mujeres pobres, desplazadas, acosadas, ultrajadas y finalmente asesinadas, que desfilan por las estadísticas oficiales como un dato más.
Por eso y por tantos casos más de mujeres anónimas en los principales polos urbanos del país, como en sus abandonados rincones rurales, y por las luchadoras sociales en el Norte del Valle, en la zona de Urabá, en Barrancabermeja, las maestras, las obreras, las desplazadas, las madres jóvenes, las abuelas solitarias y tantas otras más, una Día de la Mujer no es un día de fiesta ni celebraciones. Es un día de conmemoración y de reconocimiento sobre el lugar de la mujer en nuestra sociedad para que algún día, ojalá, nuestras hijas y nietas puedan celebrar la vida que se puede gestar en el vientre femenino y otro día no sea necesario destinar un día para las mujeres, pues ellas habrán alcanzado el estatus pleno de seres humanos en condiciones de libertad y equidad.