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martes, 29 de octubre de 2013

El Pacífico colombiano: tan lejos y tan cerca

A tan sólo 122 kilómetros de distancia, se encuentra Cali de Buenaventura. Sin embargo, aún hoy, ir a Buenaventura puede tardar, con suerte, aproximadamente 3 horas. Hay quienes relatan que han tardado más de 5 u 8 horas en llegar al puerto o del puerto a Cali, por los acostumbrados trancones viales, cuya culpa recaía en años anteriores, a los tractocamiones (conocidos como ‘mulas’) que transportan carga; y en los últimos diez años, por las obras que prometen modernizar el acceso a Buenaventura y que, según comentan los expertos, tiene un retraso de 5 años. Sin duda, una vez terminada, será una magnífica obra de infraestructura vial que mejorará el acceso a la ciudad, traerá ‘desarrollo’ a la región y, esperemos, un real progreso para la vida de sus pobladores. Buenaventura es la segunda ciudad del Departamento del Valle del Cauca con 370.000 habitantes, aproximadamente, y el puerto más importante en la Costa Pacífica colombiana. Por ahí entran en promedio anual entre 9 y 10 millones de toneladas de mercancía. El panorama de los contenedores entrando y saliendo hace parte del paisaje urbano-ambiental de todo el siglo XX y lo que va del XXI. Y ya es un lugar común decir que toda esa riqueza no se queda en el puerto. No la disfrutan sus gentes. ¿Será racismo o una sutil discriminación social y económica? Por el contrario, Buenaventura concentra todos los peores problemas sociales de la ciudad colombiana: el tráfico ilegal de drogas, de armas, la baja institucionalidad y la exigua presencia estatal. Problemas que traen como consecuencia la aparición de bandas criminales y grupos de delincuencia común altamente organizados, que campean por la ciudad dejando en sus calles los despojos humanos en las más perversas imágenes dantescas que ya otros han descrito con crudeza. Se suma a ello, la concentración de la riqueza, la expansión de la pobreza, enfermedades virales por doquier, altos niveles de desempleo, bajos niveles educativos y baja cobertura en salud. Pasan las décadas y el panorama social en Buenaventura se mantiene, con tendencia a empeorar. Una cierta inercia de una compleja crisis que parece importar, pero que aún no encuentra solución. No obstante, Buenaventura fue un paraíso de convivencia en el pasado y puede volver a serlo. Sus problemas de hoy son consecuencia de un cierto modelo de desarrollo, de la presencia de grupos armados y de economías ilegales. Esto es coyuntural y puede revertirse. La ciudad de Buenaventura está llena de paradojas. Una de ellas se presenta en el sector educativo. En febrero de 2012, la Ministra de Educación, Maria Fernanda Campo, denunció que 35.000 escolares entre 5 y 16 años, equivalente al 37% de la población en edad de estudiar, estaban por fuera del sistema educativo de Buenaventura, sin embargo, se encontró que había 40.000 inexistentes niños matriculados, llamados niños ‘fantasmas’. Mejor dicho, los ‘falsos positivos’ de la educación. Situación por la que fue sancionada la Secretaría de Educación. Otra gran paradoja tiene que ver con el dragado del puerto Buenaventura. La Bahía se llena de sedimentos porque los ríos que desembocan en ella, especialmente el Dagua, arrastran con todo el suelo que se encuentran a su paso por efecto de la deforestación, y en los últimos años, especialmente, por efecto de la minería a cielo abierto. Sin embargo, en lugar de prevenir la desertización, tal como lo ha llamado el Ingeniero Agrónomo y Doctor en Sociología Gustavo de Roux, lo que hacen es seguir contratando grandes multinacionales. En 2012 fue una firma holandesa la contratada para dragar la Bahía de Buenaventura y facilitar así la entrada de buques de gran calado. Por supuesto que el costo del dragado es inconmensurable. Pero todos se han acostumbrado a que sea la única forma de tener en funcionamiento el puerto. ¿Será que las autoridades del puerto no conocen o no han leído al Doctor Gustavo de Roux? Podría señalar más paradojas en el sector de la salud, en el sistema carcelario, en el sistema educativo universitario, en el tema ambiental. Pero sólo quiero referirme a una última. Las universidades de la región no estamos mirando para el Pacífico. Nos es ajeno, lejano, extraño. ¿Por qué conocemos tan poco del Pacífico? ¿Por qué aún su realidad nos parece tan distante? ¿Por qué las distintas carreras de ciencias básicas, humanísticas y aplicadas no han desarrollado sus investigaciones con sentido social y con compromiso en toda el área Buenaventura urbana y rural? Y a pesar de que es ampliamente conocida la larga presencia que tuvo la Universidad del Valle a través del Departamento de Biología en Bahía Málaga, hoy conocido como el Parque Nacional Natural Uramba-Bahía Málaga, es incomprensible que hayan propuesto algunos años atrás que esta Bahía podría convertirse en un puerto comercial. Como si desconocieran que es la más grande sala de partos de las ballenas jorobadas. La tarea socioambiental es grande y hermosa. Tenemos el desafío de rodear, acompañar, respetar y conocer nuestra Costa Pacífica colombiana y a los que estamos en Cali, podríamos empezar por Buenaventura, que dista ostensiblemente de ser la ciudad-puerto desarrollada como en las grandes ciudades del mundo; pero podría convertirse en un maravilloso destino ecoturístico, podríamos soñar con ver esta ciudad convertida en un polo de desarrollo sustentable. Podrían tener sus niños y jóvenes estándares medios y altos de educación. Podría ser que ninguna mujer muriera por eventos relacionados con el parto. Podría el Estado controlar y judicializar a los grupos delincuenciales. Podríamos estar mucho más cerca de nuestra Costa Pacífica.

Preocupación ambiental en el oeste caleño: a cambiar la basura por comida

En el actual momento de la humanidad, donde la preocupación ambiental está en boga, estamos en mora de cambiar nuestras prácticas cotidianas de consumo y manejo de excedentes. Quiero referirme a un caso particular de la ciudad de Cali: sus laderas. Un sencillo paseo por cualquiera de los corregimientos del oeste de la ciudad, como Pance, La Vorágine, La Buitrera, Villa Carmelo y la Reforma, entre otros, nos permite tener un panorama del desastre ecológico que se cierne sobre las laderas de Cali y que quizás aún estemos a tiempo de detener. En las laderas de Cali nacen los siete ríos que nos nutren, varios de los cuales al llegar al casco urbano se convierten en tristes canales de aguas lluvias y vertederos de desechos humanos. En los nacederos y cuencas de origen, estos ríos aún son fuentes de agua cristalina, y su generosidad se afecta, pero no declina, ante el abuso humano. Bien, ¿Cómo proteger, pues, los ríos de Cali? Ya varios expertos sobre el tema han realizado no pocos seminarios en la ciudad para dar ideas sobre la protección de las cuencas de nuestros ríos y varias jornadas se han emprendido en este sentido. Quiero referirme a otra gran y necesaria tarea: de las laderas de Cali, no debería salir basura, sino comida. Una práctica de buen manejo de residuos, traería en consecuencia la creación de zonas de producción de compostaje y por supuesto, esto nutriría la tierra como base de la seguridad alimentaria que la región necesita. Podríamos tener una nueva cultura ambiental. Aprender desde la cotidianidad a manejar bien los desechos. Ya varias campañas de reciclaje se vienen haciendo hace varias décadas y los colegios cada vez más insisten en enseñarle a la población escolar a separar las basuras, pero esto no es suficiente. La situación en las laderas de Cali todavía es caótica y se necesita una estrategia contundente y transversal para que toda persona que viva en las laderas rurales de Cali, sea consciente del privilegio que significa vivir en esta zona y actúe en consecuencia. Hay suficiente tierra para que buena parte de la población que allí mora tenga puntos de acopio y compostaje en su casa, quizás no tenga que o no quiera tener cultivos de pan coger, pero sí puedo diseñar espacios más amables como tener jardines, sembrar árboles y así contribuir a cuidar los ríos. Estos actos individuales se erigen hoy como un deber ambiental y es necesaria una nueva ética ambiental para ello. Lo reciclable debería ser lo único que recogiera el carro recolector y lo orgánico debe volver a la tierra. Es un lugar manido decir que el problema es cultural, como si la cultura fuera una esencia de natura. La cultura también se cambia con educación. Y la educación no brota de la tierra, es responsabilidad social del Estado a través de las pocas instituciones que aún superviven, como las escuelas públicas, centros y puestos de salud, educar a la población. Pero además, se necesita hacer campañas ambientales, fijar letreros y canecas en lugares adecuados para diferenciar los residuos en las paradas del transporte público y hacer un control educativo y ambiental, no coercitivo, casa a casa. Podríamos tener un verdadero cuerpo de policía ambiental, para que hiciera presencia cotidiana y mucho mayor durante los fines de semana, para que en cada sitio turístico que los ríos generosamente aún nos permiten, se eduque a los turistas y a la población asentada, sobre el manejo de los residuos y sobre su comportamiento en estos santuarios ambientales que aún perviven. Hay que educar en ello, porque no lo sabemos y ese comportamiento ambiental se aprende. Aunque parezca básico para algunos, la mayoría no lo sabe y se sigue dejando basuras en los ríos. La cultura se construye y se cambia vía educación y no sólo a través de la coerción. Estamos en mora de construir una nueva cultura ambiental. Es un cambio profundo y contundente que sólo una acción estatal, comprometida ambientalmente, puede suscitar. ¿Se imaginan que de las laderas de Cali saliera comida y no basura? ¿Se imaginan que los turistas de fin de semana no dejaran los ríos llenos de basura? Desde este rincón de la academia instamos a las autoridades ambientales, como CVC y Dagma, para hacer una gran jornada ambiental por Cali, por su zona rural, por sus ríos, por el agua, por la seguridad alimentaria, por la tierra. Necesitamos controvertir el desastre ambiental con un nuevo ethos ambiental; controvertir esta lógica escindida en la que todos hemos sido educados, donde no reconocemos que los actos individuales tienen incidencia colectiva y para ello, colegios y universidades nos podemos articular.