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jueves, 11 de junio de 2015

Ni ángeles ni demonios. Hombres comunes. Narrativas sobre masculinidades y violencia de género.

¿DE QUE SE TRATA EL LIBRO? El problema con los hombres agresores es que son ¡terriblemente normales! Y así también, la violencia de género, se ha ido instalando cómodamente en nuestra cultura. Para identificarla y transformarla se propone pensar en los hombres agresores como sujetos normales y no como la encarnación del mal, con los cuales compartimos espacios de sociabilidad y además procesos de socialización. Este libro es resultado de la tesis de Doctorado en Ciencias Sociales en la línea de estudios de género, realizado durante el período 2006–2011 en la Universidad Estatal de Campinas, Brasil. En él se aborda una interpretación sobre las masculinidades, la violencia de género y, lo que en los últimos tiempos se considera, la crisis de las masculinidades, entendida como la ruptura con un patrón de comportamiento marcado por el género masculino. La autora aborda aquí la violencia de género, a partir del concepto de normalidad propuesto por la teórica política Hannah Arendt. El concepto de normalidad deriva del cubrimiento periodístico que Arendt hizo del juicio de Eichmann en Jerusalén; notando que el acusado no era el monstruo que todos esperaban encontrar -incluso ella-, y en cambio sí un hombre normal; un hombre común que ejecuta su oficio, obedeciendo las reglas establecidas, propias de su tiempo y su contexto político. De esta forma, la transformación de la violencia de género, apela por una transformación de la cultura, en el sentido de no permitir que situaciones como la violencia de género se asuman como algo normal y un primer paso para ese cambio, es el reconocimiento de los patrones de crianza con los que todavía se siguen formando nuevas generaciones de hombres y de mujeres. La invitación es a que no sigamos siendo tan asustadoramente normales.

martes, 17 de junio de 2014

DESAFIOS AMBIENTALES PARA EL REELEGIDO PRESIDENTE

La reciente campaña electoral a la presidencia se caracterizó por una suerte de debates donde, en principio, los candidatos y las candidatas de la primera vuelta debían exponer sus programas presidenciales. No obstante, debe reconocerse que en materia ambiental las posturas de todos los candidatos fueron bastante ambiguas y superficiales; en un momento donde el tema ambiental requiere importantes y claros compromisos, dado que lo que está en juego es nada más y nada menos que la vida en todas sus expresiones, los candidatos fueron bastante tímidos o taimados para salir en su defensa. Este tema no parece tener un lugar privilegiado en sus agendas. Ya en segunda vuelta, el tema ni siquiera fue materia de discusión, puesto que frente a la imperiosa necesidad de ganar y conseguir el apoyo de nuevos adeptos, los candidatos se dedicaron más a azuzar los puntos débiles del opositor y a demostrar, cada uno a su manera, la importancia de la paz, que a reflexionar sobre los diversos asuntos que deben ocuparle a un Presidente. Así pues, desde esta tribuna se quiere hacer un reconocimiento a la reelección del proceso de Paz que manifestó casi el 51% del pueblo colombiano, según los resultados electorales, pero también hacer un llamado de atención sobre una de las grandes debilidades que el actual gobierno, ahora reelegido, ha tenido en materia ambiental. Para empezar, el presupuesto del Ministerio de Medio Ambiente resulta irrisorio frente a las demandas ambientales del territorio nacional. Seguido de una serie de acciones y decisiones que claramente obedecen a una política ambiental centrada en la explotación minero-energética, que ha desconocido abiertamente las reales condiciones de explotación que los recursos naturales renovables y no renovables soportan. Frases como es posible hacer una explotación minera sin afectar el medio ambiente, proferidas por el gobierno en continuidad, deberán ser profundamente reflexionadas antes de ser emitidas. Así mismo, la concesión de títulos mineros, en cumplimiento de los compromisos adquiridos desde el gobierno anterior, deberá ser revisada de cara a pensar en el bien común que la nación demanda, con especial atención en las zonas ambientales más vulnerables del territorio nacional, como son los páramos, los bosques, nacimientos de fuentes hídricas y aquellas de protección especial. Estamos en mora de que los gobiernos en todos los ámbitos, local, departamental y nacional, piensen seriamente en una política ambiental integral, donde no sea el mercado quien ponga las reglas de juego, sino la vida misma, en una concepción amplia e integral de ella, la que oriente el camino a seguir. Claros ejemplos de buenos gobiernos y buenas administraciones nos han dado las diversas comunidades indígenas, a través de sus planes de vida o del buen vivir, donde no es el mercado quien define las políticas; siendo muy conscientes estas comunidades de que la supervivencia por vía de la venta e intercambio de productos es necesaria, sino que el bien común está por encima de las transacciones comerciales. Así, el agua, el aire, la tierra, las semillas, algunos metales, el petróleo, los bosques, las selvas y con en ellos los productos maderables y no maderables, simplemente y en muchas ocasiones no se pueden vender, no tienen un precio dado su altísimo valor ambiental, así como la vida misma no lo tiene. Hay cosas que no están en venta, hay cosas que no se negocian y este principio de vida, inspirado en una lógica ambiental que dista del mercado, sería deseable que se reflejara en el gobierno que continua y, valga decir, que lo hace gracias a las deudas morales adquiridas. Puesto que quienes dieron su voto para apoyar el principal aspecto de su agenda, como es el de continuar con la negoción del conflicto armado, como pivote para una paz estable y duradera en Colombia, también están en abierta oposición a sus políticas económicas extractivas y ambientales depredadoras que poco a poco conducen el territorio nacional a un indeseable desierto. Ojalá el Presidente reelegido tenga la grandeza de enfrentar las diversas trasnacionales, que como aves de rapiña ven en nuestros suelos, los diversos recursos naturales no renovables, que no hemos logrado defender con la entereza requerida y logre hacer pactos comerciales internacionales teniendo como imperativo el bien común y no solamente las leyes del mercado.

jueves, 8 de mayo de 2014

CINCO SIGLOS IGUAL

¿En qué se diferencian las imágenes de la esclavización, propias de la época de la conquista española, con la lamentable realidad de los pueblos, en su mayoría afros, que practican la minería hoy en Colombia? En poco o nada. Continúan siendo los pueblos afrocolombianos, a través de familias enteras, con participación indiscriminada de hombres, mujeres, niños y niñas, quienes entran a los socavones a buscar las migajas del oro que las retroexcavadoras han dejado. Las imágenes dantescas de la vereda de San Antonio en el Municipio de Santander Quilichao, en el norte del Cauca, registradas por diversos medios de comunicación la semana anterior, son comparables con las de Zaragoza en inmediaciones de Buenaventura, la Colosa en Cajamarca, Tolima, o con las de Andagoya e Itsmina en Chocó, donde los gringos dejaron las retroexcavadoras oxidándose dentro del Río San Juan cuando habían expoliado la región. El problema de la minería en Colombia no sólo es que sea ilegal. El problema de fondo es el modelo extractivo que eterniza un modelo económico de dependencia, aupado por los gobiernos de Uribe y Santos. La dirigencia política colombiana, en su ámbito nacional, sigue condenando al pueblo colombiano más pobre a vivir en condiciones similares a las de hace cinco siglos. La gente pobre en Colombia está trabajando por la comida, arriesgando su vida sin ningún tipo de seguridad y mucho menos en condiciones laborales propias de la modernidad. Los miles de títulos mineros que el gobierno de Uribe comprometió y que Santos ejecutó, como base de su loco-motora minera, avanzan sin cortapisas de tipo social, cultural, político y ambiental. Es decir, lo último que se tiene en cuenta en la ejecución de este modelo extractivo es el daño ambiental y social. La fiebre del oro ha obnubilado de tal forma al mundo, desde que se tuvo conocimiento de las bondades del metal precioso, que se ha perdido de vista, totalmente, el altísimo costo, prácticamente impagable, para la vida humana, animal y vegetal. Los ríos se contaminan con el mercurio y en consecuencia esta fuente hídrica va contaminando a su paso todo lo que toca. Los sitios de esparcimiento y diversión natural, como lo era el Río Quinimayó en el norte del Cauca donde ocurrió la tragedia de Quilichao, se van volviendo lodo. La fauna y la flora huyen despavoridas con el ruido de las máquinas que luego de su paso solo dejan miseria y desolación. La gente muere atrapada en un alud de tierra por conseguir una pepita de oro. ¿Quién tiene esto en cuenta? ¿Cuando los gobiernos entregan títulos mineros miden estas consecuencias? ¿Cuando las multinacionales se van, compensan de alguna forma estos daños? Por supuesto que no, primero porque no hay como compensarlos, segundo porque el propio gobierno no las obliga. Multinacionales, como la Anglo Gold Ashanti, ampliamente cuestionada en el mundo entero por las claras violaciones de derechos humanos contra la población africana donde empezó su ilimitada explotación minera, y que ahora se recorre el territorio colombiano en busca de más oro, frente a tragedias como la Quilichao, lo primero que hace es solicitar un amparo administrativo al gobierno colombiano para proteger las miles de hectáreas cuya concesión había solicitado para explotar el metal precioso y que fueron penetradas por mineros ilegales de gran calado y pobres mineros artesanales afros que osaron morir en su terreno. ¿Y qué hacemos en las ciudades? ¿Ya hemos parado para pensar que cada joya adquirida a precios, desde irrisorios hasta absurdos, se producen a costa de la vida de pueblos afros esclavizados desde hace cinco siglos? Cada que consumimos cualquier joya de oro, hoy en día, estamos contribuyendo a una cadena de expoliación, miseria, desolación y muerte. Un pensamiento ambiental integral debería llevarnos a pensar, permanentemente, de dónde vienen las cosas que consumimos y hoy, particularmente, usar oro, en pequeñas o grandes cantidades es contribuir con una minería legal e ilegal de impagables costos ambientales y humanos. La minería artesanal prácticamente se acabó. El modelo extractivo agudizado por Uribe y continuado por la Locomotora minera de Santos, son el verdadero origen y el verdadero problema del actual desastre ambiental que produce la minería, no su ilegalidad. 500 años y aún siguen abiertas las venas de América Latina.

Observatorio realidades sociales de la Arquidiócesis de Cali

http://observatoriorealidades.arquidiocesiscali.org/semanario/

jueves, 20 de febrero de 2014

¿Cuántos parques necesita un joven?

Hace 37 años el historiador colombiano Jorge Orlando Melo, se preguntaba ¿Cuánta tierra necesita un indio para sobrevivir?, haciendo alusión a que la tierra, para los pueblos indígenas, es como el agua para los peces. No existe cálculo occidental que pueda resolver esta pregunta; la tierra, elemento físico y simbólico de la naturaleza y de la vida, constituye el valor fundamental para los pueblos indígenas, no tiene precio, no tiene medida, es connatural a su esencia, no se mide por hectáreas -a no ser que sea para recuperarlas- y sin ella, mueren. Me valgo de esta metáfora para preguntar ¿Cuántos parques necesitan hoy los jóvenes para ser jóvenes? ¿Cuánta zona verde, cuántos espacios deportivos, cuántos espacios artísticos, lúdicos, culturales, recreativos, para ser joven? A juzgar por su precariedad o ausencia, se puede decir que en la ladera o el oriente de la ciudad de Cali, es casi imposible ser joven. Esta reflexión viene a tono, dado que de nuevo se prenden las alarmas por la violencia juvenil en Cali. Según el informe más reciente de la Defensoría del Pueblo, 132 pandillas juveniles afectan la seguridad ciudadana, en las zonas más pobres de la ciudad y 250 mil personas de la Comuna 21 están en vilo por las acciones de las bandas criminales. Por lo menos ya se enuncia que detrás del accionar juvenil, hay estructuras delincuenciales de adultos y que los jóvenes terminan siendo el último eslabón de una cadena criminal, cuyos orígenes difícilmente se identifican, aunque –paradójicamente- los informes judiciales indiquen que se trata de un estructura criminal mayor. Alcaldía, Iglesia y organizaciones sociales se debaten entre una y otra opción de intervención social, para identificar qué hacer con estos jóvenes que deliberadamente o por diversas presiones, terminan haciendo parte de estructuras criminales. Tomando un poco de distancia de esta angustiante realidad social, es pertinente comprender cuál es el contexto social, económico, cultural y ambiental en el que estos niños y jóvenes han nacido, se han criado y viven hoy en día. Un rápido paseo por el Oriente de Cali, al igual que por las laderas, en compañía de una necesaria agudeza sociovisual, da para pensar que en estos contextos empobrecidos y marginalizados, todas las condiciones socioambientales, socioculturales y socioeconómicas están dadas para que buena parte de los jóvenes no puedan vivir y ser jóvenes, viéndose abocados al ejercicio delincuencial. Crecer en medio de la precariedad material es la negación total o casi total de todos los derechos. Los niños y jóvenes de las zonas más pobres de Cali, que son la mayoría, han crecido en barrios marginales, llamados invasiones o asentamientos humanos de desarrollo incompleto, que a fuerza de urbanizadores piratas o institucionales, se van ordenando; sus padres y madres consiguen el sustento diario a través de actividades económicas informales, que van desde las ventas callejeras, el trabajo doméstico a destajo y la prostitución, hasta diversos tráficos ilegales, y no solamente de armas y drogas, sino de diferentes bienes y servicios. De niños son mandados a la escuela, donde muchos profesores son amenazados, para no ir con la regularidad que un proceso educativo ameritaría, luego, tienen que pasar a hacer el bachillerato a otro barrio, pero no pueden asistir porque las macabras fronteras invisibles se los impiden. Y así, van creciendo, desertan de la escuela y los actores criminales adultos les ofrecen la posibilidad de prestigio, poder y dinero a través de pequeños ‘mandados’, cuyos grados de dificultad irán aumentando al igual que sus ingresos, pero que se esfuman como agua entre las manos. Estos niños y jóvenes han crecido en la ausencia de un orden institucional y por tanto, ese orden ausente es fácilmente reemplazado por un ethos criminal, que pasa a ser el referente de orden. En estas estructuras encuentran valores de lealtad y disciplina, que en otros contextos menos precarios social, cultural, económica y ambientalmente, insisto, hubieran tenido. Sumado a este desorden social vivido desde tempranos años, los niños y jóvenes se encuentran en sus barrios, con que no hay parques, no hay zonas verdes, no hay espacios deportivos, recreativos, lúdicos y culturales suficientes y de calidad, que les proporcionen los ambientes propicios para ser jóvenes. Es una medida que, al igual que con los indígenas sobre la tierra, su cálculo racional excede la lógica del metro cuadrado. No existe espacio vital para ser joven en el Oriente y la ladera de Cali, cuando esto sea reconocido y transformado por las instancias pertinentes, quizás las alarmas no se prendan tanto. ¿Cuántos parques necesitan los jóvenes para ser jóvenes? ¡Muchos más de los que actualmente existen en las márgenes de la ciudad!

martes, 3 de diciembre de 2013

MUJERES Y POLÍTICA EN COLOMBIA

Por Elizabeth Gómez Etayo y Germán Ayala Osorio Se puede considerar como un aprendizaje histórico, que los mecanismos de reelección para la presidencia de la República, no sólo en Colombia, sino en otras naciones, efectivamente producen la reelección del presidente-candidato. Y sería absurdo que no fuera así, pues el ejercicio presidencial se convierte, a la vez, en la mejor campaña política. Así pues, apostar por la reelección de Juan Manuel Santos a la presidencia de Colombia no es un juego de azar. Y en este caso en particular, dada la coyuntura histórica que se edifica en torno al proceso de paz de La Habana, puede decirse que es el mejor de los escenarios para el pueblo colombiano. No tendría sentido desgastarse en otras campañas presidenciales, que no pasarían de ser simbólicos ejercicios de competencia por alcanzar el cargo más importante del país. Y esto, especialmente, para la izquierda democrática que debería encaminar sus esfuerzos para llegar con fuerza al Congreso, corporación que hace parte de los objetivos político-electorales del Uribe Centro Democrático. ¿Cuáles son, entonces, los otros escenarios políticos disputables? ¡El Congreso! Y eso sí que lo saben los partidos políticos emergentes, que cada vez más se diluyen como colectivos y fuerzas políticas, para convertirse en microempresas electorales en donde sobresalen las componendas y los intereses mezquinos de unos cuantos. Justo ahí, es donde debería fortalecerse la izquierda, la social democracia, la oposición, los alternativos, los ambientalistas y las mujeres. En otras columnas hemos hecho mención de la importancia y la necesidad de nuevos discursos, de otros liderazgos y de nuevas personalidades, femeninas de preferencia, para que oxigenen el panorama político que el patriarcado ha nutrido por décadas y siglos. Un nuevo modelo político, económico y social es necesario y apostamos porque las mujeres sean las pioneras de tal proceso. Es alentador pensar que el actual escenario político y la próxima coyuntura electoral son una excelente oportunidad para que líderes políticas femeninas emerjan para reorientar las formas como se han expresado y se han entendido históricamente la política y lo político. Ese liderazgo político femenino que necesita Colombia debe fundarse sobre la urgente necesidad de desmontar los discursos y las prácticas políticas de los (v) ‘barones’ de la política, que expresan la tóxica y premoderna masculinidad con la que se ha puesto límites infranqueables a la mujer para que participe activamente de la vida política del país, haciendo creer que la política, como ejercicio, es un asunto exclusivo de los hombres. Ese liderazgo femenino debe servir para moderar los discursos y las actitudes belicosas, éticamente acomodaticias y profundamente machistas de aquellos políticos que han llegado al Congreso para entronizar una cultura machista y patriarcal, sostenida, por un lado, en la apatía de las mujeres frente a su relativa presencia y participación en la discusión de asuntos públicos; y por el otro, en las lógicas de unas equivocadas formas sobre cómo la nación ha construido las representaciones sociales alrededor de lo que debe ser un hombre público (político). Apelamos a un modelo de desarrollo equitativo, que reconozca la masiva participación de las mujeres en la política. Estudiantes, obreras, empleadas domésticas, amas de casa, líderes sociales, figuras políticas, deportistas, profesionales, meretrices, modelos, escritoras, poetas, librepensadoras, periodistas, técnicas y tecnólogas, entre otras, deben comprender que las circunstancias en las que hoy devienen el Estado y la Nación, surgen de un esquivado liderazgo masculino que no respeta la vida. Eso sí, demandamos una mayor presencia de las mujeres en la vida política del país, sobre la base de que su liderazgo y sus nuevas perspectivas de lo público estén fundadas en el profundo convencimiento de que Colombia necesita cambiar culturalmente. Cambio cultural que inicia con el afianzamiento de relaciones simétricas y respetuosas entre hombres y mujeres, tanto en la vida pública como en la vida privada. No son tiempos estos para continuar aceptando, sin mayor discusión, los designios de la tradición de una cultura patriarcal fundados en la violencia, simbólica y física, contra las mujeres y en el sometimiento de aquellas a los roles tradicionales sobre los cuales se ha buscado alejarlas de la vida política del país. Qué tal si Aída Abella, Clara López, Piedad Córdoba, Ángela Robledo, Gloria Cuartas y Mónica Roa, entre otras mujeres de sus talantes, lideraran una gran campaña política al Congreso con miras a que sobre sus ideas, programas, propuestas, voces, estilos de trabajo y visiones de mundo, se sostengan y sea posible una verdadera integración política de las fuerzas social demócratas que superen las viejas rencillas partidistas y se construya verdadera Oposición en Colombia, liderada por mujeres. Creemos que es un escenario político viable y necesario para Colombia.

martes, 29 de octubre de 2013

El Pacífico colombiano: tan lejos y tan cerca

A tan sólo 122 kilómetros de distancia, se encuentra Cali de Buenaventura. Sin embargo, aún hoy, ir a Buenaventura puede tardar, con suerte, aproximadamente 3 horas. Hay quienes relatan que han tardado más de 5 u 8 horas en llegar al puerto o del puerto a Cali, por los acostumbrados trancones viales, cuya culpa recaía en años anteriores, a los tractocamiones (conocidos como ‘mulas’) que transportan carga; y en los últimos diez años, por las obras que prometen modernizar el acceso a Buenaventura y que, según comentan los expertos, tiene un retraso de 5 años. Sin duda, una vez terminada, será una magnífica obra de infraestructura vial que mejorará el acceso a la ciudad, traerá ‘desarrollo’ a la región y, esperemos, un real progreso para la vida de sus pobladores. Buenaventura es la segunda ciudad del Departamento del Valle del Cauca con 370.000 habitantes, aproximadamente, y el puerto más importante en la Costa Pacífica colombiana. Por ahí entran en promedio anual entre 9 y 10 millones de toneladas de mercancía. El panorama de los contenedores entrando y saliendo hace parte del paisaje urbano-ambiental de todo el siglo XX y lo que va del XXI. Y ya es un lugar común decir que toda esa riqueza no se queda en el puerto. No la disfrutan sus gentes. ¿Será racismo o una sutil discriminación social y económica? Por el contrario, Buenaventura concentra todos los peores problemas sociales de la ciudad colombiana: el tráfico ilegal de drogas, de armas, la baja institucionalidad y la exigua presencia estatal. Problemas que traen como consecuencia la aparición de bandas criminales y grupos de delincuencia común altamente organizados, que campean por la ciudad dejando en sus calles los despojos humanos en las más perversas imágenes dantescas que ya otros han descrito con crudeza. Se suma a ello, la concentración de la riqueza, la expansión de la pobreza, enfermedades virales por doquier, altos niveles de desempleo, bajos niveles educativos y baja cobertura en salud. Pasan las décadas y el panorama social en Buenaventura se mantiene, con tendencia a empeorar. Una cierta inercia de una compleja crisis que parece importar, pero que aún no encuentra solución. No obstante, Buenaventura fue un paraíso de convivencia en el pasado y puede volver a serlo. Sus problemas de hoy son consecuencia de un cierto modelo de desarrollo, de la presencia de grupos armados y de economías ilegales. Esto es coyuntural y puede revertirse. La ciudad de Buenaventura está llena de paradojas. Una de ellas se presenta en el sector educativo. En febrero de 2012, la Ministra de Educación, Maria Fernanda Campo, denunció que 35.000 escolares entre 5 y 16 años, equivalente al 37% de la población en edad de estudiar, estaban por fuera del sistema educativo de Buenaventura, sin embargo, se encontró que había 40.000 inexistentes niños matriculados, llamados niños ‘fantasmas’. Mejor dicho, los ‘falsos positivos’ de la educación. Situación por la que fue sancionada la Secretaría de Educación. Otra gran paradoja tiene que ver con el dragado del puerto Buenaventura. La Bahía se llena de sedimentos porque los ríos que desembocan en ella, especialmente el Dagua, arrastran con todo el suelo que se encuentran a su paso por efecto de la deforestación, y en los últimos años, especialmente, por efecto de la minería a cielo abierto. Sin embargo, en lugar de prevenir la desertización, tal como lo ha llamado el Ingeniero Agrónomo y Doctor en Sociología Gustavo de Roux, lo que hacen es seguir contratando grandes multinacionales. En 2012 fue una firma holandesa la contratada para dragar la Bahía de Buenaventura y facilitar así la entrada de buques de gran calado. Por supuesto que el costo del dragado es inconmensurable. Pero todos se han acostumbrado a que sea la única forma de tener en funcionamiento el puerto. ¿Será que las autoridades del puerto no conocen o no han leído al Doctor Gustavo de Roux? Podría señalar más paradojas en el sector de la salud, en el sistema carcelario, en el sistema educativo universitario, en el tema ambiental. Pero sólo quiero referirme a una última. Las universidades de la región no estamos mirando para el Pacífico. Nos es ajeno, lejano, extraño. ¿Por qué conocemos tan poco del Pacífico? ¿Por qué aún su realidad nos parece tan distante? ¿Por qué las distintas carreras de ciencias básicas, humanísticas y aplicadas no han desarrollado sus investigaciones con sentido social y con compromiso en toda el área Buenaventura urbana y rural? Y a pesar de que es ampliamente conocida la larga presencia que tuvo la Universidad del Valle a través del Departamento de Biología en Bahía Málaga, hoy conocido como el Parque Nacional Natural Uramba-Bahía Málaga, es incomprensible que hayan propuesto algunos años atrás que esta Bahía podría convertirse en un puerto comercial. Como si desconocieran que es la más grande sala de partos de las ballenas jorobadas. La tarea socioambiental es grande y hermosa. Tenemos el desafío de rodear, acompañar, respetar y conocer nuestra Costa Pacífica colombiana y a los que estamos en Cali, podríamos empezar por Buenaventura, que dista ostensiblemente de ser la ciudad-puerto desarrollada como en las grandes ciudades del mundo; pero podría convertirse en un maravilloso destino ecoturístico, podríamos soñar con ver esta ciudad convertida en un polo de desarrollo sustentable. Podrían tener sus niños y jóvenes estándares medios y altos de educación. Podría ser que ninguna mujer muriera por eventos relacionados con el parto. Podría el Estado controlar y judicializar a los grupos delincuenciales. Podríamos estar mucho más cerca de nuestra Costa Pacífica.

Preocupación ambiental en el oeste caleño: a cambiar la basura por comida

En el actual momento de la humanidad, donde la preocupación ambiental está en boga, estamos en mora de cambiar nuestras prácticas cotidianas de consumo y manejo de excedentes. Quiero referirme a un caso particular de la ciudad de Cali: sus laderas. Un sencillo paseo por cualquiera de los corregimientos del oeste de la ciudad, como Pance, La Vorágine, La Buitrera, Villa Carmelo y la Reforma, entre otros, nos permite tener un panorama del desastre ecológico que se cierne sobre las laderas de Cali y que quizás aún estemos a tiempo de detener. En las laderas de Cali nacen los siete ríos que nos nutren, varios de los cuales al llegar al casco urbano se convierten en tristes canales de aguas lluvias y vertederos de desechos humanos. En los nacederos y cuencas de origen, estos ríos aún son fuentes de agua cristalina, y su generosidad se afecta, pero no declina, ante el abuso humano. Bien, ¿Cómo proteger, pues, los ríos de Cali? Ya varios expertos sobre el tema han realizado no pocos seminarios en la ciudad para dar ideas sobre la protección de las cuencas de nuestros ríos y varias jornadas se han emprendido en este sentido. Quiero referirme a otra gran y necesaria tarea: de las laderas de Cali, no debería salir basura, sino comida. Una práctica de buen manejo de residuos, traería en consecuencia la creación de zonas de producción de compostaje y por supuesto, esto nutriría la tierra como base de la seguridad alimentaria que la región necesita. Podríamos tener una nueva cultura ambiental. Aprender desde la cotidianidad a manejar bien los desechos. Ya varias campañas de reciclaje se vienen haciendo hace varias décadas y los colegios cada vez más insisten en enseñarle a la población escolar a separar las basuras, pero esto no es suficiente. La situación en las laderas de Cali todavía es caótica y se necesita una estrategia contundente y transversal para que toda persona que viva en las laderas rurales de Cali, sea consciente del privilegio que significa vivir en esta zona y actúe en consecuencia. Hay suficiente tierra para que buena parte de la población que allí mora tenga puntos de acopio y compostaje en su casa, quizás no tenga que o no quiera tener cultivos de pan coger, pero sí puedo diseñar espacios más amables como tener jardines, sembrar árboles y así contribuir a cuidar los ríos. Estos actos individuales se erigen hoy como un deber ambiental y es necesaria una nueva ética ambiental para ello. Lo reciclable debería ser lo único que recogiera el carro recolector y lo orgánico debe volver a la tierra. Es un lugar manido decir que el problema es cultural, como si la cultura fuera una esencia de natura. La cultura también se cambia con educación. Y la educación no brota de la tierra, es responsabilidad social del Estado a través de las pocas instituciones que aún superviven, como las escuelas públicas, centros y puestos de salud, educar a la población. Pero además, se necesita hacer campañas ambientales, fijar letreros y canecas en lugares adecuados para diferenciar los residuos en las paradas del transporte público y hacer un control educativo y ambiental, no coercitivo, casa a casa. Podríamos tener un verdadero cuerpo de policía ambiental, para que hiciera presencia cotidiana y mucho mayor durante los fines de semana, para que en cada sitio turístico que los ríos generosamente aún nos permiten, se eduque a los turistas y a la población asentada, sobre el manejo de los residuos y sobre su comportamiento en estos santuarios ambientales que aún perviven. Hay que educar en ello, porque no lo sabemos y ese comportamiento ambiental se aprende. Aunque parezca básico para algunos, la mayoría no lo sabe y se sigue dejando basuras en los ríos. La cultura se construye y se cambia vía educación y no sólo a través de la coerción. Estamos en mora de construir una nueva cultura ambiental. Es un cambio profundo y contundente que sólo una acción estatal, comprometida ambientalmente, puede suscitar. ¿Se imaginan que de las laderas de Cali saliera comida y no basura? ¿Se imaginan que los turistas de fin de semana no dejaran los ríos llenos de basura? Desde este rincón de la academia instamos a las autoridades ambientales, como CVC y Dagma, para hacer una gran jornada ambiental por Cali, por su zona rural, por sus ríos, por el agua, por la seguridad alimentaria, por la tierra. Necesitamos controvertir el desastre ambiental con un nuevo ethos ambiental; controvertir esta lógica escindida en la que todos hemos sido educados, donde no reconocemos que los actos individuales tienen incidencia colectiva y para ello, colegios y universidades nos podemos articular.

martes, 2 de julio de 2013

Manual básico para comprender el proceso de paz

¿Qué pensará un ama de casa cuando prende su televisor y ve a los políticos de siempre hablando sobre el proceso de paz? ¿Qué pensará cuando ve a dirigentes de las Farc, sin uniforme, y a Humberto de la Calle Lombana hablando por micrófono desde la mesa de La Habana? Escuché a una señora decir, frente a estas imágenes: “vea, ahí están gastándose la plata y eso no va para ninguna parte”. Atiné a decirle: “Señora, esas conversaciones son importantes y necesarias” ¿Usted cree? Me preguntó incrédula. “Claro que sí”. Le respondí. Este breve episodio me dejó pensando en que es necesario e importante, como siempre lo ha sido y seguirá siendo, hacer enormes esfuerzos de educación, formación y comunicación en cultura ciudadana y cultura política para que cualquier persona en Colombia, no sólo los políticos, puedan comprender la importancia que tiene un proceso de Paz para el país y sobre todo, sepan que tienen responsabilidades en un escenario de posconflicto.
¿Posconflicto? ¿Qué es eso? Preguntó la señora y para hacerlo más fácil y tratar de responderle, le pregunté: ¿Usted estaría dispuesta a que sus hijos vayan a la misma escuela donde van los hijos de antiguos guerrilleros? ¿Usted se imagina siendo amiga de una señora que por distintas razones estuvo en la guerrilla y ahora va a la misma tienda donde usted hace mercado? El posconflicto, mi querida señora, es que cuando esta guerra de cincuenta años se acabe, o por lo menos se firme un pacto entre Gobierno y Farc para no continuar luchando con las armas, esto que llamamos sociedad, nación, pueblo, tiene que reconciliarse también. Aceptar las diferencias, reconocer, pero sobre todo, exigir que los bienes públicos son para el disfrute de todos. El escenario de posconflicto no es un contexto sólo para el Gobierno y los políticos, sino un espacio donde la gente se encuentre en el día a día, en la calle, en la escuela, en la tienda, en el parque; es un nuevo momento de convivencia que le espera a nuestro país y ahí, participamos todos.
Ya varios expertos han dicho que en La Habana lo que se está negociando no es exactamente la Paz para Colombia, sino firmando un pacto para que a partir de ahí pueda empezar a construirse la tan anhelada paz en este país. Es decir, la paz no se gana en el momento en que se firme un pacto, sino que apenas comienza su construcción, pero ese paso es grande y fundamental; no depende solamente de que se callen las armas, aunque contribuye enormemente, sino de que quien haya estado excluido de los bienes públicos, empiece a gozar de ellos. La paz, pues, es inclusión social y política, y para ello, necesitamos transformación cultural.
La paz es un proceso de largo aliento en el que todo el pueblo colombiano debe participar y depende de una transformación cultural fundamental donde amas de casa, niñas y niños, jóvenes, estudiantes, trabajadores, mujeres, tenderos, vendedores informales, profesionales, desempleados, campesinos, indígenas, afrodescendientes, artistas, funcionarios públicos y todos los que nos alcancé a citar, también se dispongan a convivir con la diferencia.
Al respecto, en días pasados estuvieron en la Universidad Autónoma de Occidente el Arzobispo de Cali, Monseñor Jesús Darío Monsalve, el abogado Luis Alfredo Tombe, representante del Resguardo de Jambaló y el Alcalde de Villarica, James Guillermo Mina, en un foro sobre la participación de la sociedad civil en el proceso de paz. Todos, desde sus distintas experiencias de vida, sociales, religiosas, culturales y políticas, indicaron que cuando la gente tenga condiciones de vida digna, es decir, tome agua potable, los niños y niñas vayan a la escuela, tengan sanitarios en sus casas, no se mueran por enfermedades prevenibles, los hombres resuelvan sus problemas sin agredirse, las mujeres sean respetadas siempre y en todo lugar, el Estado no le transfiera a la gente responsabilidades que no le corresponde (como la red de informantes del pasado gobierno nacional), cuando la gente tenga la certeza de los bienes públicos son bien manejados con responsabilidad y criterios de equidad, ahí empieza el cambio cultural, ahí empieza la paz.
Es claro que aún no estamos en ese momento. El ama de casa y el ciudadano de a pie -como se dice coloquialmente-  disciplinados por medios de comunicación que no promueven la convivencia, y que por el contrario a través de seriados y telenovelas estimulan la polarización nacional, han tomado partido, sin siquiera saber, por ciertos modelos hegemónicos antidemocráticos, de forma que no saben cuál sería su participación en un escenario de posconflicto. La paz, pues, finalmente le dije a la señora, es que los campesinos tengan tierra para vivir y trabajar para que no se tengan que venir a las ciudades; que los indígenas y afros sean respetados, valorados y reconocidos en sus territorios, que las universidades  públicas y privadas tiendan más puentes con la región y la impacten de manera positiva, que se creen nuevas empresas, que se desarrollen industrias con sentido social y ambiental. Pero, para que todo eso sea posible, hay que dar un primer paso: que esos señores que hablan en La Habana se pongan de acuerdo. Esa no es plata mal gastada. Por el contrario, quizás sea la mejor inversión que debimos haber hecho hace muchos años. Por eso, hay que apostarle a la paz, a los diálogos, a las negociaciones, como ya lo dijera Marco Palacios, historiador colombiano, también invitado hace algunos días en la Universidad Autónoma de Occidente y aunque los escenarios de posconflicto nunca fueron fáciles, necesitamos, como nación colombiana, empezar a construirlo ya. 

miércoles, 12 de junio de 2013

El Pacífico colombiano: tan lejos y tan cerca

Publicado en el periódico El Pueblo el 18 de mayo de 2013

A tan sólo 122 kilómetros de distancia, se encuentra Cali de Buenaventura. Sin embargo, aún hoy, ir a Buenaventura puede tardar, con suerte, aproximadamente 3 horas. Hay quienes relatan que han tardado más de 5 u 8 horas en llegar al puerto o del puerto a Cali, por los acostumbrados trancones viales, cuya culpa recaía en años anteriores, a los tractocamiones (conocidos como ‘mulas’) que transportan carga; y en los últimos diez años, por las obras que prometen modernizar el acceso a Buenaventura y que, según comentan los expertos, tiene un retraso de 5 años. Sin duda, una vez terminada, será una magnífica obra de infraestructura vial que mejorará el acceso a la ciudad, traerá ‘desarrollo’ a la región y, esperemos, un real progreso para la vida de sus pobladores.
Buenaventura es la segunda ciudad del Departamento del Valle del Cauca con 370.000 habitantes, aproximadamente, y el puerto más importante en la Costa Pacífica colombiana. Por ahí entran en promedio anual entre 9 y 10 millones de toneladas de mercancía. El panorama de los contenedores entrando y saliendo hace parte del paisaje urbano-ambiental de todo el siglo XX y lo que va del XXI. Y ya es un lugar común decir que toda esa riqueza no se queda en el puerto. No la disfrutan sus gentes. ¿Será racismo o una sutil discriminación social y económica?
Por el contrario, Buenaventura concentra todos los peores problemas sociales de la ciudad colombiana: el tráfico ilegal de drogas, de armas, la baja institucionalidad  y la exigua presencia estatal. Problemas que traen como consecuencia la aparición de bandas criminales y grupos de delincuencia común altamente organizados, que campean por la ciudad dejando en sus calles los despojos humanos en las más perversas imágenes dantescas que ya otros han descrito con crudeza. Se suma a ello, la concentración de la riqueza, la expansión de la pobreza, enfermedades virales por doquier, altos niveles de desempleo, bajos niveles educativos y baja cobertura en salud.
Pasan las décadas y el panorama social en Buenaventura se mantiene, con tendencia a empeorar. Una cierta inercia de una compleja crisis que parece importar, pero que aún no encuentra solución. No obstante, Buenaventura fue un paraíso de convivencia en el pasado y puede volver a serlo. Sus problemas de hoy son consecuencia de un cierto modelo de desarrollo, de la presencia de grupos armados y de economías ilegales. Esto es coyuntural y puede revertirse.
La ciudad de Buenaventura está llena de paradojas. Una de ellas se presenta en el sector educativo. En febrero de 2012, la Ministra de Educación, Maria Fernanda Campo, denunció que 35.000 escolares entre 5 y 16 años, equivalente al 37% de la población en edad de estudiar, estaban por fuera del sistema educativo de Buenaventura, sin embargo, se encontró que había 40.000 inexistentes niños matriculados, llamados niños ‘fantasmas’. Mejor dicho, los ‘falsos positivos’ de la educación. Situación por la que fue sancionada la Secretaría de Educación.

Otra gran paradoja tiene que ver con el dragado del puerto Buenaventura. La Bahía se llena de sedimentos porque los ríos que desembocan en ella, especialmente el Dagua, arrastran con todo el suelo que se encuentran a su paso por efecto de la deforestación, y en los últimos años, especialmente, por efecto de la minería a cielo abierto. Sin embargo, en lugar de prevenir la desertización, tal como lo ha llamado el Ingeniero Agrónomo y Doctor en Sociología Gustavo de Roux, lo que hacen es seguir contratando grandes multinacionales. En 2012 fue una firma holandesa la contratada para dragar  la Bahía de Buenaventura y facilitar así la entrada de  buques de gran calado. Por supuesto que el costo del dragado es inconmensurable. Pero todos se han acostumbrado a que sea la única forma de tener en funcionamiento el puerto. ¿Será que las autoridades del puerto no conocen o no han leído al Doctor Gustavo de Roux?
Podría señalar más paradojas en el sector de la salud, en el sistema carcelario, en el sistema educativo universitario, en el tema ambiental. Pero sólo quiero referirme a una última. Las universidades de la región no estamos mirando para el Pacífico. Nos es ajeno, lejano, extraño. ¿Por qué conocemos tan poco del Pacífico? ¿Por qué aún su realidad nos parece tan distante? ¿Por qué las distintas carreras de ciencias básicas, humanísticas y aplicadas no han desarrollado sus investigaciones con sentido social y con compromiso en toda el área Buenaventura urbana y rural? Y a pesar de que es ampliamente conocida la larga presencia que tuvo la Universidad del Valle a través del Departamento de Biología en Bahía Málaga, hoy conocido como el Parque Nacional Natural Uramba-Bahía Málaga, es incomprensible que hayan propuesto algunos años atrás que esta Bahía podría convertirse en un puerto comercial. Como si desconocieran que es la más grande sala de partos de las ballenas jorobadas.
La tarea socioambiental es grande y hermosa. Tenemos el desafío de rodear, acompañar, respetar y conocer nuestra Costa Pacífica colombiana y a los que estamos en Cali, podríamos empezar por Buenaventura, que dista ostensiblemente de ser la ciudad-puerto desarrollada como en las grandes ciudades del mundo; pero podría convertirse en un maravilloso destino ecoturístico, podríamos soñar con ver esta ciudad convertida en un polo de desarrollo sustentable. Podrían  tener sus niños y jóvenes estándares medios y altos de educación. Podría ser que ninguna mujer muriera por eventos relacionados con el parto. Podría el Estado controlar y judicializar a los grupos delincuenciales. Podríamos estar mucho más cerca de nuestra Costa Pacífica.

lunes, 15 de abril de 2013

Paz, Educación y Medio Ambiente

 Les comparto mi columna del pasado fin de semana en el periódico El Pueblo. Mi intención era reflexionar sobre los que, por distintas razones, no fuimos a la marcha del 9 de abril. Pensar en cómo la "paz" debería dotarse de sentido desde la...s primeras aulas académicas, desde preescolar hasta las universitarias. ¿Qué tal haberme encontrado con mi hija en la misma marcha? ¿Que tal que esta marcha hubiera tenido la misma trascendecia que la marcha del silencio de Gaitán? y así hubiéramos conmemorado los 65 años de su asesinato. Pero no fué así. La marcha fué importante. Bien por los que marcharon. A los que no marchamos, creo que tenemos una reflexión pendiente. Saludos.
El martes 9 de abril de 2013, cuando conmemoramos 65 años del asesinato del líder carismático Jorge Eliécer Gaitán, se realizó en Colombia la llamada Marcha por la Paz. Desde tempranas horas de la mañana por distintas emisoras nacionales se hacía énfasis en que esta marcha no tenía dueño y que era muy bueno que así fuera. El Presidente Santos tenía una hora y un lugar de encuentro, el Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, tenía otra hora, Piedad Córdoba y los Colombianos y Colombianas por la Paz, otra agenda; así mismo la Marcha Patriótica y otras tantas organizaciones sociales, populares, comunitarias y partidos políticos que se dieron cita especialmente en la capital de la República para darle un sí a la paz y apoyar los diálogos de La Habana, tan vilipendiados por la funesta alianza Uribe-Pastrana.
En otras ciudades distintas a la capital, la manifestación no fue tan masiva por distintas razones, entre ellas tenemos nuestra común y generalizada indiferencia, amiga íntima de la ignorancia, pero también hubo quienes argumentaron que si bien están a favor de la paz y de los diálogos en La Habana, no lo están con el modelo de desarrollo de Santos y mucho menos con que los diálogos sean usados con fines releccionistas. No obstante, frente a este escenario político divergente, vale la pena reflexionar sobre este pronunciamiento por la paz en Colombia.
En relación con lo anterior, quiero referirme específicamente a la responsabilidad que tienen las instituciones educativas, de todos los niveles, con la Paz en Colombia y brevemente abordar el asunto de cómo la paz y el sistema educativo se relacionan, o deberían relacionarse, con el cuidado y la protección del Medio ambiente. Así pues, creo que hablar hoy de Paz en Colombia, pasa también por transformar nuestro sistema educativo y por pensar en una nueva relación ecocéntrica y no androcéntrica con el ecosistema.
En conversaciones con distintas profesoras del magisterio, argumentan que la mayoría de los ciudadanos colombianos han pasado por las aulas de casi 400 mil maestros del Magisterio colombiano, y si a esto le sumamos los colegios privados, es claro que la mayoría del pueblo colombiano, a pesar de los índices de analfabetismo y deserción escolar, pasa por el sistema educativo colombiano. ¿Están las instituciones educativas comprometidas con la paz? ¿Qué significa estar comprometido con la paz? ¿Marcharon el 9 de abril?
La paz no es sólo la ausencia de la guerra. Claro está que contribuye a su fortalecimiento el silenciamiento de las armas. Pero la paz también está en la construcción de una nueva nación que reconozca la diversidad, que sea tolerante con la diferencia, que tenga un juicio crítico con su devenir histórico y que forme sujetos pensantes y no sólo operadores de funciones. A esa tarea pueden, y deben, contribuir las instituciones educativas encargadas de formar nuevas generaciones de colombianos. Desde las aulas de preescolar hasta las universitarias es mucho, bastante realmente, lo que se puede hacer para que los niños, niñas y jóvenes resuelvan sus problemas con formas distintas a la agresión física y construyamos así una nueva cultura de la convivencia.  -No son pocos los ejemplos de enfrentamientos en los patios de escuela usando los implementos de geometría como sucedáneos de armas corto-punzantes-.
Pero también para que integren los conocimientos y contenidos teóricos en nuevos estilos de vida donde se promueva no sólo el cuidado de sí mismos, sino el cuidado del Otro y del medio ambiente. Es decir, donde se respete tanto la vida humana, animal y vegetal al punto que cualquier agresión contra cualquier ser vivo tenga la reprobación del colectivo. Pensar hoy en una ética del cuidado pasa por pensar en una ética ambiental, una relación con el entorno donde el ser humano no es el centro, sino que hace parte de un conjunto. Así, paz, educación y medio ambiente se relacionan.
Ayer hubieran podido marchar las profesoras de preescolar con los párvulos. ¿Por qué no?, y también niños, niñas, adolescentes y jóvenes universitarios con sus profesores y directivos escolares. Hubiera sido posible, si se viniera construyendo un proyecto de nación desde las aulas donde la paz sea un concepto dotado de sentido y contenido desde la cotidianidad, desde la realidad social, desde las estructurales sociales de pensamiento. Hubiera podido ser si tuviéramos un sistema educativo integrado que eduque realmente para la convivencia amplia con la diversidad, no como tema anexo en el currículo de las materias afines, porque debería ser transversal a la formación. Hubiéramos podido marchar todos por la paz de Colombia si tuviéramos claro que la bandera de la paz no es propiedad de Santos, ni de Petro, ni de Piedad, ni del Polo, sino un bien público que se apropia y se promueve desde la primera infancia.
Pero no fue así, el 9 de abril en la mañana, a pesar del amplio despliegue propagandístico, la mayor parte del pueblo colombiano siguió en sus actividades rutinarias. Los niños, niñas y jóvenes –que estudian- fueron a clase, los no-desempleados fueron a sus trabajos, los jefes dieron órdenes, los empleados obedecieron, las amas de casa siguieron con sus labores, el transeúnte cruzó la vía sin percatarse que el asunto también era con él. Y así, cada cual siguió con su agenda del día. La Marcha por la Paz  hubiera podido ser el escenario del encuentro callejero con la diferencia, del reconocimiento de uno de nuestros mayores bienes públicos: el derecho a la palabra, a la manifestación, al pensamiento divergente, al diálogo. Al no marchar, finalmente qué intereses terminamos apoyando. ¿Los de quienes no quieren que los diálogos continúen? O ¿Los de quien quiere usarlos para continuar en el poder? Hubiéramos podido salir a marchar y decirles: ni para los unos ni para las otros, la paz es un bien público que el pueblo colombiano educado exige.

martes, 19 de marzo de 2013

Entre Caínes y Abeles

Por Germán Ayala Osorio, Hernando Uribe Castro y Elizabeth Gómez Etayo. Profesores de la Universidad Autónoma de Occidente.

¿Qué pretenden los canales privados de la televisión colombiana con las novelas y seriados que transmiten? Sin duda, canales privados y productores de noticias y de entretenimiento como CARACOL y RCN televisión, legitiman  un orden establecido a través de la producción y emisión de series como “El cartel de los sapos”, “Sin Tetas no hay Paraíso”, “Pablo Escobar, El Patrón del Mal”, “Corazones Blindados”, “Pandillas, guerra y paz”, y con la más reciente producción, Tres Caínes” (2013).

En nuestra sociedad, los medios de comunicación se han convertido en un agente más del proceso de socialización de la mayor parte de la población, así como también son los movilizadores de una gran masa de opinión pública y sobre todo, hoy más que nunca, son los especializados en la transmisión cultural. Esta realidad debería pesar en su responsabilidad con los contenidos, las ideologías y el sentido que transmiten, pues las palabras que producen los medios, de modo directo o indirecto, tienen importantes efectos sobre las creencias, puntos de vista y las formas simbólicas de percibir el mundo de millones de colombianos.

Desde hace varios años los colombianos estamos expuestos a un conjunto de producciones de los canales privados que reconstruyen una cierta versión del país y sobre las cuales debemos alertar. Programas que reproducen violencias simbólicas, descontextualizan los hechos históricos e imponen una falsa verdad bajo la excusa de contar la historia, o la ficción y que terminan polarizando de forma tendenciosa a la opinión pública.

Hoy en día es claro que los medios dominan la vida política e inciden en contextos científicos, culturales, artísticos, deportivos y hasta intelectuales, pues ellos tienen los instrumentos y los medios para seleccionar de estos campos lo que conviene y no conviene, lo que les representa ganancias o peligros, lo que une o lo que polariza. Es la televisión la que impone los temas y decide qué y quién es importante o no.

¿Realmente la televisión presenta lo que la gente quiere ver? Tal como argumentan los productores y libretistas, o será más bien que la gente termina aceptando y consumiendo lo que los canales de televisión proponen para ver. La televisión, mucho  más que las actuales redes sociales que circulan por internet, continúa siendo el medio masivo por excelencia. Tiene la capacidad de llegar hasta el último rincón de la geografía nacional y sobre todo, seduce a toda persona independiente de su edad, género, orientación sexual, etnia, credo religioso o político.

Teniendo en cuenta este contexto y como docentes universitarios interesados en formar una masa crítica, nos hemos dado a la tarea de que nuestros estudiantes reflexionen sobre cuáles son los alcances socioculturales y los fines político-económicos de algunos programas de la televisión colombiana. Los seriados mencionados en el primer párrafo son excelentes ejemplos para hacer un verdadero análisis de los efectos de la  televisión colombiana, y el actual seriado que tanta polémica está causando, Tres Caínes, es un excelente caso para ser analizado, dado que, por fortuna, existimos quienes aún no desenchufamos el cerebro cuando prendemos la televisión.

Como actores sociales, políticos y económicos de la sociedad civil es perfectamente legítimo que estos canales defiendan, valoren y propendan por el mantenimiento de unas condiciones contextuales, generadas por los sistemas político y económico que les benefician, en tanto hacen parte de la industria cultural y del entretenimiento. Canales de televisión, bancos, equipos deportivos, empresas y otras unidades de negocio hacen parte de emporios corporativos. Eso no está en discusión, pero lo que sí resulta cuestionable es su responsabilidad social y política en la contribución de una sociedad más democrática, máxime en momentos que pretende, de nuevo, acercarse a los caminos de la paz; así como su efectivo rol de generador de violencia simbólica, con la que millones de colombianos terminan identificándose, con monumentales vacíos históricos y pobres referentes éticos de las complejas realidades del país. De esta forma, termina diluyéndose la función social de estos dos canales.  

¿Por qué RCN habría de hacer eso? Sabemos que ningún producto comunicativo es ingenuo, como también, que el equipo de producción tiene amplia formación para dilucidar los efectos que tal o cual producto puede causar en el público televidente, de tal forma que lo que en apariencia puede no tener la intención de hacer apología a la violencia, al narcotráfico, a la guerra y en general, a promover valores antidemocráticos, termina azuzando la polarización de la opinión pública en un contexto de bajísima cultura política como el que tenemos en Colombia.

En este sentido, los seriados en mención, especialmente los Tres Caínes, terminan siendo una apología a la violencia,  exhibida de la forma más cruda y cruel, si pensamos en las miles de víctimas que consumen este programa. ¿Pensarían los productores de estos programas en los casi cuatro millones de desplazados que asisten a sus seriados? ¿Qué estarán pensando los padres y madres de familia de los actuales estudiantes de sociología y antropología, cuando en el seriado más exitoso de la televisión colombiana se dice que tales carreras son nidos de guerrilleros?

Estas series televisivas se construyen bajo dicotomías moralizantes culturalmente aceptadas, que azuzan la polarización nacional entre los buenos y los malos, las víctimas y los bandidos, lo correcto y lo incorrecto, lo legal y lo ilegal, entre otras, pero en contextos donde la venganza termina ocupando el lugar de la justicia, perdiendo, ésta última, su sentido y lugar social. Dichas dicotomías, puestas fuera de contexto histórico y político, contribuyen a la siembra de pérfidos valores sociales en una sociedad como la nuestra con una baja cultura política.

A lo anterior se suma que tenemos un sistema educativo precario e insuficiente que no está formando sujetos pensantes, sino ejecutores de funciones y al final, las masas terminan consumiendo aquellos productos de CARACOL y RCN como dogmas de fe y lo que es peor, aceptando como referentes éticos y morales las acciones y actuaciones de sicarios, paramilitares, militares y mafiosos, que confluyen en el inconveniente imaginario del violento, el agresor, el poderoso, el que viola las normas, el que ejecuta justicia por cuenta propia, el Gran Macho. El que viola, el que mata, el que pisotea, el que abusa, el que hace justicia por cuenta propia, dejando en el ambiente una total confusión entre justicia y venganza. En un país con un 97% de impunidad como el nuestro, este tipo de programas orientan a la gente para que resuelva pleitos, que son de resorte estatal, por cuenta propia. Es decir, promueve principios propios de un para-estatismo y mañana, nuevos grupos de justicia privada.

Vamos directamente a algunas  escenas  del seriado “Los tres Caínes” donde uno de los hermanos Castaño le dice al otro: hay que acabar con todo lo que sea de izquierda.  ¿Cómo recibirá esa sentencia las audiencias, el público televidente? ¿La compartirá? ¿La dilucidará? Mucho nos tememos que no, sobre todo cuando estos mensajes llegan a jóvenes carentes de información histórica y de contexto, y que no son capaces de diferenciar entre los hechos del pasado y los del presente.

No existe en la cultura política colombiana factores que promuevan el discernimiento. Lo más seguro es que los públicos televidentes asuman dicha sentencia de manera literal, textual, como un imperativo moral para alcanzar la paz y la convivencia. Y ¿Qué significa ser de izquierda en Colombia? Distinta sería la realidad si estuviéramos en Europa o Norteamérica, pero en el país del ‘Sagrado Corazón’ no ha podido florecer con éxito una izquierda importante que no sea armada. Aquí todavía es rarísimo hablar de que existe, como en el llamado primer mundo, una izquierda democrática. Por lo pronto, en Colombia, izquierda, sindicalismo y crítica al orden social establecido, son sinónimo de terrorismo, guerrilla y odio hacia la Patria. Todo lo contrario de lo que es.

Así, las frases del Clan Castaño estigmatizan a quien piense diferente al orden social establecido. Pues aquí se ha negado la disidencia y decir, como lo hacen Los Caínes-Castaño en otra escena, que se debe acabar con todos los que piensan es sugerir que pensar es peligroso,  dejando a los pensadores en una especie de lista de muerte, como si tuvieran que cuidarse de una especie de ‘cruzada ideológica’  con la anuencia de una sociedad intolerante, excluyente, violenta y un Estado débil y precario.

Da la sensación de que vivimos en los tiempos de la Inquisición.  Y hasta ahora, nada se ha dicho en los Tres Caínes sobre la otra cara de la moneda, esto es, sobre el discurso intolerante de la derecha y de la ultraderecha, cuyos intereses defendieron los hermanos Castaño. Gustavo Bolívar nos pide que dejemos avanzar el seriado. Mientras eso pasa, seguiremos discutiendo alrededor del por qué no se inició con la presentación de las víctimas ¡Por las víctimas! ¿Por qué, una vez más, nos toca ver a los victimarios? Como si no fuera suficiente con verlos en los noticieros.

Por ahora, debemos decir que el seriado empezó mal, destacando a los victimarios y no a las víctimas. Si la intención hubiera sido la de contribuir a la comprensión de la guerra en Colombia, las ciudades colombianas están llenas, a más no poder, de seres anónimos que la guerra, los paramilitares, la guerrilla y el propio Estado, sacaron de sus tierras. Y ellos están esperando su oportunidad de oro para hablar, para ser escuchados y sobretodo, para ser reconocidos. Insistimos, ¿Qué sentirán esas víctimas viendo de nuevo la cara de sus verdugos? Bolívar, en lugar de deconstruir la historia de los victimarios, representada en Caín, ¿por qué no hiciste una historia de los abeles? ¡De las víctimas!

Así entonces, nos ratificamos en que la frase hay que acabar con todo lo que sea de izquierda, puede ser recibida por las audiencias como un valor político en tanto quienes matan guerrilleros y gente de izquierda, estarían ayudando a construir un mejor país, una mejor democracia: “los héroes existen”. ¡Qué confusión! Mensaje que, sin duda alguna, puede permear a la población joven que con pocos elementos analíticos, históricos y reflexivos, entregados por una Escuela en crisis y familias disonantes, reciben el influjo de una industria del entretenimiento que no sólo busca ganancias, sino mantener unas condiciones contextuales ilegítimas, pero perfectamente racionales y convenientes desde la perspectiva de quienes ostentan el poder político. ¿Dónde está el Estado y  la Comisión Nacional de Televisión?

lunes, 18 de marzo de 2013

Masculinidades, Feminidades y Violencias de género

Ponencia presentada en el Foro de Violencia contra las mujeres organizado por el Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad, y el Doctorado en Humanidades ambos de la Universidad del Valle y la Personería Municipal de Cali.
Por Elizabeth Gómez Etayo, Socióloga de la Cultura
 Cali, 12 de marzo de 2013

1.    Introducción: Perspectiva culturalista y transformación cultural

Desde hace dos años he adoptado el apelativo de socióloga de la cultura, por considerar que ahí, en la sociología y en la cultura, se centran mis intereses académicos, investigativos y políticos. Asunto proscrito en las escuelas weberianas, donde la ciencia social y la política ocupan campos claramente diferentes.  Para mí está claro que los límites cada vez son más porosos y, apelando al sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos, aludo a la proximidad crítica y no sólo a la distancia crítica que desde las distintas ciencias sociales tenemos con el mundo social que interpretamos, y en el cual también vivimos. Existe también en mi postura, una evocación marxista al considerar que el mundo social no sólo está ahí para ser interpretado por nosotras, sino para transformarlo.

En ese contexto de interpretación, partí de la sociología hacia los estudios de género, siguiendo el hilo conductor de la violencia, tan abordada en Colombia en el ámbito político, pero mucho menos en el privado. Me interesa contribuir a dotar de sentidos eso que consideramos el mundo cultural, para sacarlo del vano lugar de cliché en el que ha caído y rescatar su verdadero sentido de construcción cotidiana, es decir, hombres y mujeres hacemos cultura todos los días, por tanto, es posible transformar el estado de cosas que tenemos.  Ciertas prácticas de violencia simbólica y física de los Estados, de algunos individuos, de los medios masivos, de la publicidad -en especial-, frente a lo femenino, hacen pensar que la  cultura es un asunto atávico, una especie de eterna enfermedad que debemos padecer y a la que estamos inexorablemente condenadas, cuando justamente la cultura, es todo lo contrario, es nuestra posibilidad emancipadora.

Por otro lado, desde que empecé a estudiar los temas de violencia, la primera característica que hasta hoy me llama poderosamente la atención es que no podemos abordar el asunto desde un solo lugar, por eso los títulos de mis trabajos siempre hacen referencia a varias situaciones que componen un problema social. De esta forma, mi monografía de sociología sobre violencia juvenil, tema al que he regresado, lleva por nombre “Socialización, conflicto y violencia juvenil”, con el ánimo de caracterizar situaciones y contextos que preceden la violencia. En el caso de la Maestría en Sociología mi investigación lleva por título “Entre amores y moretones”, para abordar la violencia contra mujeres en el ámbito familiar, dando a entender que tal violencia no sólo deja moretones, golpes, fisuras, fracturas, bofetadas, lesiones y hasta la muerte, sino que ha estado precedida por el amor, por un cierto amor, distinto del eros y de la pulsión de vida; seguramente un amor enfermo, como ha sido juzgado por muchos, pero en todo caso un amor que nos han enseñado en la escuela, en la familia y, finalmente, el que va de la mano de la cultura, aspecto que considero debe ser revisado en la perspectiva culturalista que me interesa discutir.

Para el doctorado, investigué la llamada violencia contra las mujeres en la perspectiva de los hombres agresores, encontrando que no existe solamente el monstruo estereotipado, tal como fue publicitado en el caso del horroroso feminicidio de Rosa Elvira Cely, el año pasado en el Parque Nacional en Bogotá, sino que existen hombres comunes y corrientes, criados por unas ciertas mujeres bajo el manto opresor, sin duda, de una cierta cultura, y que por tanto, ellos no eran ni ángeles ni demonios, sino hombres comunes y corrientes, y consideré importante conocer sus historias y sus puntos de vista sobre la violencia hacia las mujeres, pero también sobre sus procesos de hacerse hombres, sobre su masculinidad, . De esta forma, fue durante mi doctorado en Brasil donde entró en tensión el concepto de “violencia contra las mujeres”, para pensar en “relaciones de violencia entre los géneros”, tal como fue propuesto por la antropóloga brasilera María Filomena Gregori en su libro “Escenas y quejas: un estudio sobre mujeres, relaciones violentas y la práctica feminista” (1998).

Considero que esta perspectiva relacional ofrece una traza diferente para pensar el problema de las violencias hacia las mujeres, pues las mujeres también construyen relaciones de pareja que se vuelven violentas, es decir, la violencia en la pareja no aparece de repente  y en esa historia de construcción de la relación de pareja, aupada por la cultura, las mujeres juegan un papel. ¿Cuál es ese papel? Creo que ahondando al respecto, encontraremos claves para transformar la violencia de género.
Sería  interesante pensar cuál es la base simbólica y cultural sobre la que se estructuran este tipo de mujeres y este tipo de hombres. ¿Cómo se siguen criando nuestras niñas y niños? Creo que ahí es donde estarían las mayores y mejores posibilidades de comprender y, de ser posible, transformar, lidiar, paliar o menguar esta situación, que cada vez más llega a estados lamentables. Es en el largo camino de la cultura donde encontraremos cambios, eso implica que también le corresponde a las mujeres transformarse, no sólo a los hombres. Insisto y reconozco que es muy largo, pero si no apelamos a procesos diferentes de hacernos hombres y mujeres, no esperemos resultados distintos de lo que hemos tenido y seguimos teniendo hasta ahora.
También considero que estas reflexiones sobre violencia contra las mujeres, violencia de género, relaciones de violencia entre los géneros o como le queramos llamar, se dan, como la mayoría de las reflexiones académicas, sólo o más especialmente entre nosotras las académicas y activistas, y todavía tenemos la tarea pendiente de llegar a un público más amplio, lejano y distante de nuestros círculos y, por otro lado, tenemos pendiente incidir más decididamente en estructuras sociales complejas como medios de comunicación masivos y en el sistema educativo en general.

 2. Base simbólica de las relaciones violentas

Bien es sabido que los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión, que ni siquiera las redes sociales consiguen alcanzar en su poder de influencia social, borra de un tajo lo que mínimamente pueda ser sugerido por la academia. Es decir, mientras nosotras pensamos en esta situación de la violencia contra las mujeres, la televisión sigue promoviendo aquí y en el mundo entero, un modelo de varón agresivo, todopoderoso, amo y señor del mundo, que consume y usa a discreción lo femenino y el cuerpo de la mujer; valga recordar novelas como “Pasión de gavilanes” “La usurpadora”, “La hipocondriaca” o seriados como “El cartel de los sapos”, “Pablo el patrón del mal” y ahora “Los tres caínes”, que promueven, de forma sutiles y a veces vulgarmente directas, modelos de sociedad y especialmente de virilidad, contrario a lo que se esperaría en una sociedad democrática.
 Encontramos en estos y otros productos comunicativos masivos, un modelo de varón violento, que, por otro lado no tiene contrapeso en un sistema educativo en decadencia, que no responde a la realidad de los niños, niñas y jóvenes, que no se corresponde con la vida que vive la población escolar por fuera del salón de clases y que hace mucho tiempo dejó de ser estrategia de movilidad social, tal como se promovía en décadas anteriores. Es decir, hoy no se les puede decir a los y las jóvenes que por estudiar tendrán mejores condiciones de vida. Casos como los del mundo de narcotráfico, pero también del deporte de alto rendimiento[1] y de la prostitución de alta gama, desdicen de la educación como escalera de ascenso social.
De acuerdo con este panorama de la cuestión, considero pues, que la construcción sociocultural de las mujeres y de los hombres en Colombia es la base simbólica para que exista violencia de género. Sin duda es un lugar muy común al que nos hemos acostumbrado y ya lo ha dicho en mejores términos la antropóloga inglesa Henrietta Moore, cuando nos plantea que la violencia es marcada por el género[2]. De esta forma, para tratar de hacer un planteamiento un poco diferente y profundizar en el asunto, me permito presentar las interfaces o conexiones que se han venido presentando a lo largo de mi proceso investigativo en este tema.
 El principal planteamiento que hice en la investigación sobre violencia física contra mujeres en el ámbito intrafamiliar, luego de presentar que la violencia con las mujeres es múltiple, y que difícilmente se encuentra una sin la otra, es decir, es física, sexual, simbólica, síquica y económica, fue el de que, una característica particular de la violencia contra las mujeres es que se da especialmente y en razón de su género, es decir, por el hecho de ser mujeres. A los hombres, por el contrario los agreden y matan por otras circunstancias y en otros contextos, por atributos de clase, etnia, nacionalidad, vinculación con tráfico de armas y drogas, situaciones de riesgos quizás propias del ser hombre, pero no por ser hombre. En contraste nacer mujer es, de entrada, un factor de riesgo para ser vulnerada, agredida, humillada, violada y asesinada. Reitero, que este fue el primer planteamiento que hice cuando empecé a investigar el tema. Varios años después reflexiono críticamente sobre mi planteamiento y creo que le faltaba ubicar en contexto qué significa nacer mujer o, en gracia de la discusión y recurriendo a Simone de Beauvoir, qué significa hacerse mujer en nuestra sociedad.
Más adelante, cuando empiezo el Doctorado en Ciencias Sociales y tengo la posibilidad de profundizar en los estudios de género, pero también de dialogar con la antropología y con una parte del psicoanálisis para estudiar a los hombres agresores, mis observaciones y análisis se orientan más hacia los contextos y situaciones que hacia los sujetos, es decir, no todos los hombres agreden y no todas las mujeres son agredidas, ni agredibles siempre y en todo lugar, distinto al planteamiento inicial, es decir, no por nacer mujer se tienen riesgos, sino por  hacerse mujer en ciertos contextos y en cierta cultura.
 Creo que hacerse mujeres en Colombia propicia, facilita e incluso promueve que la violencia sea ejercida contra ellas.  Creo que las mujeres en Colombia tenemos que aprender a leer con mayor profundidad y precisión los distintos contextos de riesgo para garantizar el bienestar y la integridad personal. Sé que este aspecto genera bastante polémica. Trataré de argumentarlo. Así como varios expertos en el tema de violencia política han argumentado que acabar con la guerra en Colombia habría sido muy fácil si se hubieran atendido las demandas sociales de la población más pobre, más apartada, más vulnerable, más marginal, de forma que las desigualdades sociales no sean combustible para la guerra, así mismo creo que a los violentos hay que dejarlos sin piso en todos los aspectos, especialmente en la vida privada e íntima.

  1. Proceso civilizatorio y cambio cultural

Dicho de otra forma, el proceso civilizatorio que hemos alcanzado va todavía por ese camino: aquí algunos hombres agreden a algunas mujeres, pero no es a todas, hay que identificar pues, cuáles son esos aspectos que harían agredible a una mujer, quizás la marcada sumisión, pero sobre todo la concepción de que la mujer es objeto y no sujeto, es decir, la mujer puede ser usada, ella no es autónoma, la mujer puede ser violentada, maltratada, humillada, atacada y hasta asesinada porque no tiene el mismo estatus social de aquel que la agrede, pero lo peor de esta situación es que las propias mujeres han sido educadas en el mismo registro simbólico de esos que las agreden, es decir, agresores y agredidas comparten un universo cultural, y ellas aceptan tal situación o no se atreven a controvertirla porque no se sienten con argumentos o fuerza para ello.
 Como lo planteó Miguel Lorente en su libro “Mi marido me pega lo normal”, muchas mujeres creen que cierto nivel de violencia es aceptable en sus relaciones de pareja, ignorando que esos pequeños insultos se van transformando en lesiones y quizás llegan hasta la muerte. ¿No lo sabían? ¿Qué hace falta para que una mujer advierta una situación de riesgo y no corra peligro? Mientras los violentos aprenden a no ser violentos, las violentables tienen que aprender a no permitir contra ellas la violencia, a huir a tiempo de los sitios de riesgo, a no exponerse, a no retar cuando no tiene toda la fuerza para hacerlo. A cuidarse.
 Nuestra sociedad no reconoce la otredad, no reconoce la diferencia. Insisto, ahí vamos en nuestro proceso de civilización  y mientras esto sea así, mientras los violentos aprenden a no ser violentos, entonces tenemos que darles herramientas a las posibles víctimas para que identifiquen tales situaciones de riesgo. En una consigna del movimiento de mujeres mexicanas, rezaba: ¿qué sociedad es esta que invita a las mujeres a protegerse en vez de invitar a los hombres a no agredir?, algo así, en un principio estuve totalmente de acuerdo con esta consigna, ahora lo estoy parcialmente, es decir, creo que son las dos cosas, tanto a los agresores hay que educarlos para que no agredan, como a las mujeres hay que educarlas para no ser agredidas. Ejemplo: si una mujer vive en un pueblo sitiado por distintos grupos armados de x o y tendencia ideológica y que por razones que escapan a nuestras posibilidades de transformación inmediata, imponen unas reglas de juego en la vida diaria, tal estado de cosas no se cambia desafiándolo, retándolo, probándolo, y mientras esa situación no se transforme, las mujeres no pueden ignorar el peligro inminente[3].
 Los juegos infantiles, ahora reforzados por los videos juegos, siguen promoviendo un modelo de varón agresor, agresivo, violento, resentido, que tiene que demostrar permanentemente su virilidad, fuerza, coraje, valentía, características que fácilmente se transforman en distintas formas de violencia. Todos los dispositivos comunicacionales y publicitarios empujan hacia ese camino. Por supuesto que hay hombres diferentes, por supuesto que no todos los hombres agreden, pero esos que si lo hacen son hombres comunes y corrientes, así los ha educado esta cultura, juegan a hacerse hombres a través de la fuerza y la ostentación, y las niñas juegan a hacerse mujeres a través de sus encantos y trucos de seducción. Esa, considero es la base simbólica que debemos transformar desde la cultura, para que no alimente las relaciones de violencia entre los géneros donde generalmente las mujeres, o todo aquello que represente el género femenino, son agredidas.

Al cambiar estos modelos de masculinidad y feminidad, se transformarán también las relaciones de violencia entre los géneros y en consecuencia las distintas violencias basadas en género. Situaciones que se soportan no solamente por bienestar material sino por el estatus que da en nuestra sociedad ser una mujer casada o estar comprometida o estar con un hombre, en todo caso, no soltera. Distinto es cuando dos seres humanos se juntan, se encuentran, se dan cita para compartir la vida o un tramo de ella, como dos sujetos libres, autónomos, dotados de sentidos y en igualdad de condiciones, que toman decisiones y son adultos, en el sentido pleno de la mayoría de edad, es decir mental y/o psíquico, lo que vemos es que todavía la mujer en Colombia ha sido educada para completarse totalmente al tener un hombre al lado y esto hace que las relaciones de pareja que establezcan tengan como imperativo implícito: mantener la relación de pareja a como dé lugar. Tenemos una cultura que educa a las mujeres para ser buenas amas de casa, buenas esposas y buenas madres, y ahora, además buenas profesionales para que articulen con maestría sus distintas labores.


  1. La propuesta
 Necesitamos con urgencia construir un nuevo modelo cultural de feminidad, que no necesita copiar viejos y desgastados esquemas masculinos, porque no se trata ponerle ropa nueva a viejos vicios, sino construir otro tipo de sujetos y de relaciones. Y también un nuevo modelo cultural de masculinidad que, sobretodo, reconozca la otredad y la feminidad. Esa masculinidad proactiva y viril, quizás ya no sea el estereotipo de protección y proveeduría, pero sí de supremacía sobre las mujeres y al ver que distintos lugares antes ocupados por ellos, son ahora ocupados por mujeres, los hombres van quedando en un no-lugar, en un vacío de poder y esas ausencias pueden estar generando nuevas formas de violencia. Es un contrasentido permanente. Por un lado la sociedad exige y la cultura promueve que el hombre sea agresivo y que siga demostrando virilidad y cuando lo hace, al extremo y llega a ser violento es juzgado por sus actuaciones. Una contradicción permanente y vedada. Es decir, todavía hoy nuestra cultura y nuestra sociedad educa a los niños y jóvenes para que sean violentos, distintas investigaciones sobre socialización masculina en América Latina dan cuenta de ello, sin embargo cuando crecen y se de hombres se corresponden con ese modelo violento de ser hombres, entonces aparece todo el dispositivo de justicia a decirle eso es delito.
 Requerimos pues, construir nuevos modelos de masculinidad  que no se centren en la fuerza física, en la virilidad y en la demostración u ostentación de nada, necesitamos nuevos hombres, pero, para esos nuevos hombres, también es necesario que existan nuevas mujeres. Quizás la violencia de género, como las distintas formas de violencia, sean connaturales a las relaciones  sociales, pero el actual estado de cosas podría transformarse en una vida menos dolorosa si adoptamos nuevos modelos de feminidad y de masculinidad y creo que las mujeres ahí tenemos grandes posibilidades de incidencia, ya que esta cultura nos ha depositado la responsabilidad principal de criar, entonces, criemos de una manera diferente. 


[1] No quiero, por supuesto, demeritar el deporte, especialmente el fútbol, pero si llamo la atención sobre el hecho de que un futbolista como Messi, se gane la cifra de casi 3 millones de euros al mes.
[2] Engendered.
[3] En Colombia existen pueblos donde los paramilitares y la guerrilla han impuesto un horroroso código moral, que implica, por ejemplo, el hecho de que las mujeres no pueden transitar después de ciertas horas de la noche, so pena de ser violadas o no pueden usar minifaldas so pena de ser marcadas en sus piernas.