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jueves, 7 de marzo de 2013

Día de la Mujer en Colombia: entre flores y dolores

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, se conmemora desde 1.977 cuando la Organización para las Naciones Unidas lo proclamó como una fecha para exaltar los derechos de las mujeres, en memoria de cientos de obreras que perdieron su vida luchando por derechos laborales a principios del Siglo XX.  El sentido de esta fecha se transforma por acción del mercado y de la publicidad, perdiendo su origen histórico, social y político, para ser reducida a un día para la entrega de regalos, chocolates y flores, que los hombres ofrecen para adular y coquetear; estímulos y presentes que las mujeres reciben sin reflexionar. Sin duda, esta es una fecha propicia para discutir sobre la situación de miles de mujeres colombianas, cuyas flores, cuando las hay, sólo son recibidas en la última morada.
Decía el historiador inglés Eric Hobsbawm, que las mujeres han librado una verdadera revolución cultural a lo largo del corto siglo XX y que esa revolución de las mujeres es silenciosa; no ha necesitado apretar gatillos para sacudir rígidas estructuras sociales, sino que se teje poco a poco en la cotidianidad y en la intimidad. Pasar de tener 10 o más hijos, a tener 3, 2, 1 o ninguno, es decir, ejercer derecho sobre el cuerpo, el sexo y la reproducción, ha traído, sin duda, cambios estructurales y culturales en las sociedades contemporáneas. No obstante, el camino que las mujeres deben recorrer para lograr su plena libertad y autonomía, en tanto sujetos de derechos, todavía está lleno de obstáculos y, quizás, el mayor de ellos, sea justamente la invisibilización de la mujer como un sujeto en igualdad de condiciones que los hombres en la vida social y política; desconocimiento que se manifiesta en formas escueta de agresión como el abuso sexual, hasta llegar al asesinato, hoy en día reconocido como feminicidio.
Tales crímenes contra las mujeres han sido usados como ardides de las distintas guerras que han conformado la historia de la humanidad. A diferencia de los hombres, las agresiones infringidas contra las mujeres laceran, sobretodo, su condición femenina. En Colombia no hemos sido extraños a tan macabra realidad.  En el documento “Las mujeres y la reparación colectiva en Colombia”, elaborado al interior de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, CNRR, (2012) se da cuenta ampliamente de todos los crímenes de guerra cometidos contras mujeres por parte de distintos actores del conflicto armado colombiano en el periodo 2000 y 2005. Se destaca la importancia y necesidad de tales estudio, no obstante, ellos, por supuesto, no evitan que las mujeres sigan siendo brutalmente agredidas tanto en sus casas, como en contextos públicos y políticos.

Valga mencionar el caso de la periodista Jineth Bedoya, quien fue sometida a secuestro, tortura y violencia sexual por parte del bloque Centauros de las AUC en el año 2000, cuando cubría una investigación sobre paramilitarismo en Colombia, tales delitos contra su persona fueron reconocidos por la Fiscalía General de la Nación en el año 2012 como delitos de lesa humanidad, sentado un necesario precedente en Colombia respecto de este tipo de delitos, sin embargo, esto fue logrado porque la propia Jineth y su grupo de abogados estuvieron detrás del asunto hasta llevarlo a las últimas instancias tratando de obtener un poco de justicia.
Contrario fue el caso y el destino final de la defensora de Derechos Humanos Angelica Bello, quien murió en extrañas circunstancias el pasado 16 de febrero, luego de ser desplazada en el año 2008, posteriormente perseguida, acosada, violada, hostigada durante casi cinco años hasta llevarla a su encrucijada final. En este caso, como en casi todos, las exiguas acciones de un Estado incompetente no consiguieron preservar la vida de Angélica, así como no consigue garantizar las condiciones de una vida digna, una vida que merezca ser vivida para cientos de mujeres pobres, desplazadas, acosadas, ultrajadas y finalmente asesinadas, que desfilan por las estadísticas oficiales como un dato más.
Por eso y por tantos casos más de mujeres anónimas en los principales polos urbanos del país, como en sus abandonados rincones rurales, y por las luchadoras sociales en el Norte del Valle, en la zona de Urabá, en Barrancabermeja, las maestras, las obreras, las desplazadas, las madres jóvenes, las abuelas solitarias y tantas otras más, una Día de la Mujer no es un día de fiesta ni celebraciones. Es un día de conmemoración y de reconocimiento sobre el lugar de la mujer en nuestra sociedad para que algún día, ojalá, nuestras hijas y nietas puedan celebrar la vida que se puede gestar en el vientre femenino y otro día no sea necesario destinar un día para las mujeres, pues ellas habrán alcanzado el estatus pleno de seres humanos en condiciones de libertad y equidad.

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