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martes, 22 de noviembre de 2011

¡QUE UN ESTUDIANTE VALGA MÁS QUE UN SOLDADO!

Ya sabemos cómo es una sociedad donde sostener a un soldado vale 5 veces más que sostener a un estudiante. Es una sociedad insegura, violenta, intolerante e irrespetuosa. Que vive a la defensiva; desconfiada porque el vecino puede ser su enemigo. Una sociedad sitiada que se acostumbró a irse a dormir temprano porque la noche sólo representa peligro y represión. Cuando grandes capitales del mundo tienen librerías, bibliotecas, centros culturales y centros artísticos abiertos 24 horas al día. Nos hemos tristemente acostumbrado a vivir así, en una sociedad donde tener educación y salud es muy costoso. Donde la seguridad ciudadana se la tiene que proveer el propio ciudadano y donde ya no nos sorprende el crimen más reciente.

Ahora imaginemos cómo sería una sociedad donde el sostenimiento de un estudiante valiera 5 veces más que el sostenimiento de un soldado. Imaginemos una sociedad donde los ciudadanos vayan a un colegio o a una universidad a matricular a sus hijos y no se encuentren con talanqueras económicas de ningún tipo. Una sociedad donde cualquier ciudadano puede ir a un centro de salud con la plena seguridad de que será atendido y no morirá en la puerta desahuciado por falta de atención. ¿Se imaginan? Podríamos tener una sociedad con grandes centros de investigación, de tecnología, de ciencia, de arte y de cultura al servicio del bienestar de la población. Donde las universidades sean el motor del desarrollo social. Verdaderas locomotoras.

Una sociedad que confía en su capacidad e ingenio para progresar, una sociedad pacífica, tolerante y respetuosa porque los niños han tenido la oportunidad de jugar con balones y de tocar un violín, y no se han visto obligados a cargar fusiles. Donde las únicas pistolas que manipulen sean de agua. Donde las niñas puedan ir a excelentes conservatorios de ballet clásico y de música y no tengan que humillarse por varias semanas buscando su factor X. Donde la gente confía en su vecino porque también ha tenido igualdad de oportunidades. Donde las nuevas generaciones crezcan con la confianza de que con su conocimiento e imaginación pueden contribuir al progreso de su sociedad. Donde los artistas van a importantes centros de arte para prepararse en música, teatro y diversas bellas artes, sin tener que cambiarse el nombre en falsos e improvisados conservatorios.

Una sociedad educada, donde ser estudiante sea una expectativa mayor a la de ser un soldado, será una sociedad mejor preparada para asumir los inevitables cambios ambientales. Una sociedad educada será una sociedad más justa, donde cada muerte violenta duela tanto como si fuera de un pariente cercano. Una sociedad educada, verdaderamente educada, será una sociedad con esperanza. Esta sociedad es posible. Depende de transformar el modelo económico, social y cultural que hemos tenido y quizás un comienzo podría partir de construir una verdadera reforma educativa, donde se promueva un cambio fundamental del modelo educativo que tenga implicaciones sobre el modelo social en general. Un modelo educativo amplio, integral, equitativo, universal. Donde la gratuidad y la calidad sean dos criterios inexorables e innegociables. Porque si existen los recursos para sostener soldados también tienen que haber para sostener estudiantes de calidad. Ojalá las visitas por el llamado primer mundo le sirvieran a los gobernantes para comprender que invertir en salud y en educación en su población, paga.

jueves, 17 de noviembre de 2011

¿Qué pasa con las mujeres en Colombia?

Por miedo a caer en lugares comunes, no quería manifestarme frente al último reinado nacional de belleza, pues ya se ha dicho bastante sobre la mercantilización del cuerpo femenino y la nueva producción de estéticas construidas en quirófanos. Sin embargo, me siento impelida a manifestarme frente a las nuevas y viejas formas de violencia contra las mujeres, que van desde el mencionado reinado pasando por el “tour del amor” transmitido por RCN, donde las mujeres son exhibidas como reses para saciar el apetito voraz de adinerados ciudadanos extranjeros que las ven pasar en pasarela como vacas en el establo y así poder escoger la mejor carne.


Y finalmente llegar hasta las denuncias de violencia sexual recientemente publicadas en el libro “Mujeres y guerra: víctimas y resistencias en el conflicto colombiano”, del Grupo de Memoria histórica de la Comisión Nacional de Reparación. Frente a estas tres situaciones donde las mujeres son protagonistas tristemente célebres, me pregunto ¿qué está pasando con las mujeres en Colombia? Pregunta muy general que bien ameritaría una tesis densa y frente a la cual sólo quiero generar algunas reflexiones sobre la responsabilidad del Estado colombiano en la promoción y efectiva protección de los derechos de las niñas y de las mujeres.

Responsabilidad que debería partir de la garantía de ofrecer condiciones básicas en salud y educación, hasta la exigencia a los medios de comunicación de tener producciones respetuosas frente a la condición femenina. Es claro que la mujer en Colombia tiene una posición de desventaja frente a los hombres en distintos ámbitos de la vida. Como también es claro que las propias mujeres muchas veces ni son conscientes del lugar vulnerable que ocupan, donde su cuerpo, su figura y su imagen es mercantilizada y modelada al amaño de cierto apetito masculino.
Vamos por partes. El reinado nacional de belleza es, sin duda, una competencia banal de modelos desleídas, cuyos gestos son formateados para lucir ante las cámaras, una pose seductora, que todas repiten, y con la cual pretenden convencer a un jurado, igualmente banal, de que son la mujer más bella de Colombia, título que le asegurará, como una misma de ellas dijo, un rápido ascenso social y económico porque ya no tendrá que estudiar cinco años para tener una carrera profesional y ser reconocida. Año tras año vemos un concurso de estupidez, superficialidad, falsedad y muy poco de belleza en un sentido integral. Cada vez más se pone en evidencia un patrón estético de delgadez extrema y globalizada que se produce artificialmente.

El “tour del amor”, como eufemísticamente fue llamado y transmitido por el Canal RCN, presenta a varias mujercitas en busca de una efímera felicidad, cifrando sus esperanzas en un triste rico magnate japonés, europeo o gringo que las saque de la pobreza en compensación por su belleza. Todas esperan encontrar al príncipe azul exponiéndose en una vulgar pasarela donde ellos pueden observar, evaluar y calificar sus partes, como si fueran piezas de ganadería y no de mujeres. Estamos, sin duda, ante una nueva forma de esclavitud, en la que en plena plaza pública se venden seres humanos en buena condición, en este caso mujeres consideradas buenas según un apetito masculino, animal, primario.

Hoy, jueves 17 de noviembre, dentro de los titulares más importantes del periódico El Tiempo, el diario señala la publicación del libro sobre los vejámenes sexuales perpetrados por paramilitares en la Costa Atlántica en el período de 1997 a 2005, donde fueron registrados y reconstruidos 64 casos atroces de violencia sexual como parte de las estrategias de guerra sucia que, una vez más y desde los orígenes del hombre-guerrero, tiene el cuerpo de la mujer como botín de guerra. Esta penosa realidad no es nueva, ni en Colombia ni el mundo. Sin embargo, el grueso de la población colombiana, especialmente urbana, parece desconocer o prefiere hacerse la de la vista gorda con esta situación, quizás porque saber y tener consciencia resulta muy doloroso.

Junto estas tres situaciones en esta reflexión que aparentemente hacen parte de una realidad muy diferente, pero que para mí tienen una relación profunda. ¿Qué tienen que ver reinas, con jóvenes modelos buscamaridos y mujeres violadas? ¡Mucho! En su trasfondo tenemos un modelo machista, sexista y patriarcal que aún no reconoce a las mujeres como un sujeto pleno de derechos. Como un individuo. Como un par de los hombres. Y lo peor, repito, es que muchas mujeres tampoco se consideran individuo pleno y también reproducen el modelo sexista. Por otro lado, tenemos un Estado cómplice y opresor, que silencia lo que debería expresar. Si el Estado colombiano asumiera realmente su responsabilidad en el bienestar de toda su población, propendería por una equidad de género y garantizaría la igualdad de oportunidades para las mujeres. Y de otro lado, no hay una política cultural que exija a los medios masivos informar con mayor respeto, asuntos que tengan que ver con lo femenino.

De forma que a través de una educación con perspectiva de derechos y de género, y de unos medios de comunicación responsables, sensatos y no sólo al servicio de los mercados, las niñas puedan educarse para aspirar mucho más que a ser reinas de belleza o modelos de pasarela al servicio de posibles maridos ricos. Para que sepan que por sus capacidades, inteligencia y no sólo por su belleza física, pueden garantizarse una vida digna y un futuro promisorio, donde la vida de pareja sea una elección y no una imposición por la precariedad económica.

El Estado colombiano tendría que garantizar a todas las mujeres que no serán víctimas de ningún tipo de crimen sexual por parte de ningún grupo armado o ningún hombre armado o desarmado. Pues a estas distintas situaciones subyace un modelo de dominación masculina que ha sido exacerbado en los últimos 10 años y que tiene como colofón, entre otras cosas, que en el imaginario colectivo sobresalga la idea de que la mujer puede ser objeto de cualquier tipo de mercantilización, agresión o perversión. El Estado es el primer responsable de este triste panorama femenino por acción o por omisión. En segundo lugar, un alto porcentaje de hombres que aferrados a su animalidad sexual, desean someter a todas las mujeres. Y en tercer lugar, están aquellas mujeres incapaces de valorarse como personas y que yuxtaponen a esa condición su feminidad sólo como un cuerpo consumible.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Pobreza Cultural

Una de las características de nuestros tiempos es la pobreza cultural. Lloverán críticas sobre este artículo y no faltará quien diga que cultura es todo y que tenemos una gran riqueza y diversidad cultural. Pero cuando me enfrento a la triste realidad que muchos jóvenes colombianos no tienen idea lo que hacen sus congéneres al otro lado del charco, ratifico que la pobreza cultural, entendida como la pobreza de espíritu, de ideales, de grandes sueños y utopías, es uno de los signos de nuestro tiempo. Cierto es que en este momento hay jóvenes estudiantes protestando en las calles de Londres, Santiago de Chile y Bogotá. ¡Bien por ellos! Como también que en muchos salones de clase, tanto de secundaria como de universidades, otros, despistados, no saben que la cosa también es con ellos. ¡Que tristeza!

Y me pregunto, ¿por qué habrán perdido las pistas? ¿En qué momento empezó a crecer esta pobreza cultural? Podemos intentar algunas hipótesis. Por un lado, es evidente que existe una perfecta orquestación entre mercado y medios masivos. Ellos han conjurado una fórmula perfecta para sustraer el cacumen de alelados telespectadores que ahora no sólo se conectan a la televisión con programas concursos vendedores de promesas y de éxito individual en un mundo de pocas oportunidades, sino también al Messenger, a las redes sociales, al BlackBerry y a cuanto aparatico que, siendo dispositivos modernos, fungen como espejitos colonialistas atrayendo mentes incautas.


Los veo todo el tiempo prendados de sus aparaticos, digitando, buscando que alguien les responda, buscando compañía, buscando el reconocimiento, la felicidad, buscando su factor X o buscando llamarse de otra manera para catapultarse al éxito de la forma más rápida posible. Búsqueda que quizás sea sucedánea de esa perversa herencia cultural del dinero rápido. Sin proceso, sin digestión, sin elaboración, sin esfuerzo, sin pensamiento. Quizás la pobreza cultural sea el resultado de esa perversa cultura rápida. Comida rápida, Fast food. Negocios rápidos. Títulos rápidos. Dinero rápido. Felicidad rápida y cultura rápida.


Trato de llenarme de esperanza y actitud positiva cuando los estudiantes, movilizándose por los cuatro puntos cardinales del planeta, nos muestran que otro mundo es posible, pero me desaliento cuando miro a mi alrededor más próximo y encuentro que la indignación está lejana cuando muchos no saben ni siquiera qué es indignarse. ¿Qué hacer? Tenemos que insistir desde los distintos rincones que aún nos lo permitan. Insistir en una educación consciente de nuestra propia realidad. Insistir en presentar ese mundo activo de los jóvenes indignados a aquellos que por desconocimiento, falta de atención o información no hayan caído en la cuenta de que nuestras vidas están cada vez más hipotecadas al sistema financiero y a los mercados globales que le ponen precio a las casas, a los carros, a la educación, a la comida, a la salud, al agua, al aire, a la vida.


Tendríamos que usar esos dispositivos electrónicos modernos para mostrar mucho más la información sobre ese otro mundo posible que también circula por ahí. Usarlos a nuestro servicio y no quedar nosotros a expensas de ellos. Tendríamos que darle otro uso a esa tecnología digital, virtual, plana, plasma y rápida. Podríamos intentar la vida lenta a ver si vuelve la riqueza cultural.

Reforma a la Ley 30 - Programa Ciudad oculta

Este es link del programa “Ciudad oculta” http://vimeo.com/31848594 que se transmite todos los jueves a las 5pm por el canal 14 y que hoy tendrá como especial La reforma a la Ley 30. La presentadora del programa es Maria Clara Roa, estudiante de Comunicación Social de la UAO, quien me hizo una entrevista que aparece en este programa.Esperamos continuar aportando al debate sobre este y otros asuntos.

martes, 8 de noviembre de 2011

X Congreso Nacional de Sociología
Universidad ICESI, Universidad del Valle, Universidad del Pacífico.
2,3 y 4 de noviembre de 2010.
Mesa de trabajo: Perspectivas teóricas y aspectos metodológicos.

Subjetividades y Ciencias Sociales
Elizabeth Gómez Etayo
Universidad Autónoma de Occidente
egomez@uao.edu.co – titaetayo@gmail.com

Introducción

Nuestra tradición sociológica ha sido prolífica en enseñarnos a tomar distancia de nuestros objetos de estudio. Apelo a nuevas perspectivas sociológicas que proponen una mayor cercanía con tales objetos, donde estos se convierten en verdaderos sujetos de investigación. Inspirada y apoyada en el sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos (2006), considero que es posible tener una proximidad crítica y no solamente una distancia crítica con la investigación y con la disciplina misma. Teniendo en cuenta esta consideración propongo reflexionar sobre la relación entre subjetividades y ciencias sociales. Tal reflexión la vengo desarrollando a partir de la experiencia en mi doctorado en ciencias sociales.


Es importante resaltar que la reflexión va en dos sentidos, por un lado en la comprensión de las identidades, identificaciones e individualidades sociales que emergen en la modernidad y que ha sido amplio tema de estudio de la filosofía y el psicoanálisis. Al respecto, reflexiono sobre las formas en que nos relacionamos con los objetos-sujetos de estudio. Pero además propongo también pensar sobre el lugar de los investigadores y las investigadoras en la pesquisa sociológica. En otras palabras, propongo reflexionar sobre el lugar del investigador social, como un lugar anímico, psíquico, emocional, personal y afectivo, en la práctica profesional, reflexiva, investigativa y académica, donde el investigador se devela también como sujeto investigado.

Las investigaciones, pues, nos hablan también del sujeto que investiga. Preso o inmerso en una telaraña de sentidos, sentimientos, sensaciones y no sólo de racionalidad. Estoy haciendo énfasis en pensar sobre la proximidad que se tiene con los objetos de estudio, pensarla críticamente y no sólo buscar distancia crítica de ella.

La diferencia entre Conocer y Pensar

Como punto de partida propongo pensar en la diferencia entre conocimiento y pensamiento. Entre conocer y pensar. Tal distinción ofrece un posicionamiento distinto frente al mundo y frente a la investigación social. El pensamiento es amplio, diverso, holístico y no necesariamente basado en el método científico cartesiano, por tanto, no va en busca de verdades y demostraciones, en tanto que el conocimiento necesita postular hipótesis y demostrar tesis.

La historia de esta diferencia la podemos rastrear desde Kant, entendiendo el conocer como el conocimiento científico. Para ampliar esta reflexión, cito a la profesora Amnéris Maroni, filósofa y psicoanalista brasileña, de cuya orientación fui beneficiaria en mi formación doctoral. Cito textual con traducción mía: “Según este autor, la necesidad urgente de la razón es más que la mera búsqueda y el deseo del conocimiento. El ser humano tiene necesidad de pensar más allá de los límites del conocimiento científico. Al distinguir el conocer del pensar, Kant abrió espacio para la revitalización del pensamiento. Muchos fueron los autores, filósofos y no filósofos, que se valieron de esa distinción. Martin Heidegger en uno de sus artículos tardíos (“Qué quiere decir pensar”) provocativamente afirma que la “ciencia no piensa”.” (Maroni, 2008).

La autora considera que a partir de tal provocación, psicoanalistas como Jung y Bion, se valieron para desarrollar la no fácil tarea de liberar el pensamiento de la ciencia. Apoyada también en el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, Maroni considera que la modernidad contó con una utopía racional, afirmativa y optimista, pero que hoy no atiende a las necesidades y desafíos de nuestro tiempo. En ese sentido, pensar es mantener la utopía a la orden del día.

Así pues, considero que las investigaciones sociológicas requieren no sólo de procesos de investigación científica dignas del conocimiento cartesiano, sino procesos hermenéuticos donde el pensamiento encuentre un asidero mayor y no esté preso de mandatos científicos. Esto no menoscaba el valor y la importancia del método, pues el método, entendido siempre como el camino, orienta la guía a seguir en la investigación sociológica.

Fue así que pude establecer un puente entre la investigación sociológica y los estudios de género. Específicamente entre la sociología de la violencia y la violencia de género. Reconociendo que este tipo de investigaciones requerían mucho más que un método científico usado con rigor.

Experiencia investigativa en la Maestría en sociología


En junio del año 2000 protagonicé una escena de violencia de género, que tardé años en reconocer como mía, la situación tuvo como escenario la Costa Pacífica colombiana. Específicamente la población Bocas de Satinga en la costa Pacífica nariñense. Los hechos acontecieron cuando trabajaba en un proyecto ambiental. El proyecto terminó. Guardé silencio y regresé a Cali. En ese entonces mi práctica profesional estaba centrada en la intervención social y no en la vida académica ni investigativa.

En enero de 2001, 5 meses después de regresar del Pacífico, inicié la Maestría en Sociología en la Universidad del Valle. Durante los dos primeros años de cursar diversas asignaturas no tenía claro cuál sería mi proyecto de investigación. Debo reconocer que tuve grandes dificultades para esbozarlo. Siempre me iba por las ramas y no conseguía llegar a la esencia. Propuse inicialmente investigar sobre participación política y organización comunitaria femenina popular. Así, amplio, confuso y ambiguo. No sabía quiénes eran exactamente las autoras, sujeto de investigación y cuál era el problema a investigar.

Dando tumbos llegué finalmente a plantearme la pregunta por la violencia física contra mujeres en el ámbito familiar. Di muchas vueltas para llegar a identificar este problema de investigación, entre tanto, mi experiencia personal estaba totalmente escindida de mi práctica investigativa.
Mis profesores no me sugirieron en ese entonces bibliografía feminista y de género que considero pertinente y necesaria para abordar problemas de violencia de género. De hecho, siempre reclamé en sociología, desde pregrado hasta hoy, el estudio de mujeres sociólogas, que las hay, y/o de pensadoras sociales. En fin, he reclamado siempre por una formación también femenina en mi formación sociológica, y creo que esa ausencia no obedece solamente a criterios científicos y/o académicos. Ese, aunque parezca un asunto de otra naturaleza, es también un aspecto a reflexionar desde la relación entre subjetividad y ciencias sociales que estoy proponiendo. Los autores que leemos y las autoras que no leemos nos dicen algo o mucho sobre nuestra formación. Cierro este gran paréntesis y continúo con el hilo de mi reflexión.

En mi maestría en sociología investigué, pues, y desde la sociología, el tema de violencia física contra mujeres, investigué este tema con muy poco conocimiento de la teoría de género y apoyada especialmente, en diversas teorías sobre violencia en general. Durante los 2 años y medio que duró mi proyecto de investigación, no establecí ningún vínculo directo, quiero decir, reflexión, pregunta, duda, espanto, sorpresa, por lo menos no explícita, sobre la situación vivenciada personalmente en la Costa Pacífica Colombiana.

La tesis no fue sobresaliente pero tuvo el rigor conceptual y metodológico suficiente para hacerme acreedora al título de magíster en sociología. La investigación tuvo como soporte el trabajo de campo que previamente, desde la intervención social, había hecho en distintos sectores del Distrito de Aguablanca y en el barrio Terrón Colorado. Las historias que escuchaba, registraba, interpretaba e intentaba comprender, eran historias ajenas, historias de otras mujeres, historias de mujeres en los extramuros de la ciudad. No había relación con mi propia historia. Salvo una pequeña cercanía con el caso de una amiga licenciada en ciencias sociales, feminista y de clase media que quiso aportar su historia de violencia familiar para mí investigación, no solamente sin que yo se lo pidiera, sino además sin siquiera sospechar que ella, como seguramente otras amigas, hubieran pasado o estuvieran pasando por esa situación.

Su relato se constituyó en mi propia voz sin saberlo. Este vínculo que se establece entre investigador e investigado u objetos de investigación será mejor esclarecido con ayuda del psicoanálisis que más tarde vine a conocer.

Durante el proceso de investigación de la Maestría en Sociología, un amigo biólogo, con quien trabajaba en un proyecto de intervención social en el Barrio Terrón Colorado, me preguntó por qué investigaba este tema, ¿acaso yo había estado en una situación así? Me inquirió. El silencio avergonzado fue mi respuesta. Si, pero no. La violencia de género o mejor la violencia contra las mujeres, contra nosotras, genera a veces, vergüenza, y es mejor callar. Mucho más cuando se trata de una mujer estudiada, feminista y de clase media, como en mi caso.

Es decir, aunque es un lugar común decir que este tipo de situaciones o problemáticas se presenta en clases medias y altas, en diversos estratos socioeconómicos y en mujeres estudiadas, se sigue investigando mucho más en las periferias de las ciudades, entre las mujeres más humildes, marginales, analfabetas, como si esto trajera implícitamente, ya una posible explicación al problema multifactorial, y no entre nosotras, las que aparentemente no estaríamos en riesgo de este tipo de situaciones.

Los profesores, en su afán de ayudarme a construir mi problema de investigación, me insistían en perfilar la pregunta, en definir mejor el problema, en saber con más claridad qué quiero investigar, cómo lo voy a investigar, qué metodología y teoría voy a usar, en fin, como lo voy abordar sociológicamente, insistiendo siempre en que un problema social no es necesariamente un problema sociológico. Sin embargo, ninguno me preguntó usted por qué quiere investigar eso, qué la mueve o qué la conmueve. Pregunta que me parece fundamental para desentrañar una investigación. Para desenmarañarla. Pregunta que aprendí con mi orientadora de doctorado y que formulo ahora para mis estudiantes.

Experiencia investigativa en el doctorado en ciencias sociales

Hice doctorado en ciencias sociales en la Universidad Estadual de Campinas, Brasil. Durante los dos primeros años estuve bajo la orientación de una destacada antropóloga, que si bien abrió mi capacidad interpretativa hacia otros caminos antes no abordados por mí y me dio a conocer la teoría de género, aún no encontraba lo que estaba buscando. Esa búsqueda me llevó a conocer a la profesora Amnéris Maroni, filósofa, magíster en ciencia política, doctora en filosofía y psicoanalista.

La primera y única pregunta que la profesora Maroni hace en seminarios de investigación donde los doctores presentan sus avances, y por la cual se hizo famosa en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas donde estudié el doctorado, es: “usted por qué investiga eso”. Pregunta incómoda que dejaba a muchos sin un piso estable. Pregunta inesperada que escapaba a los cánones académicos cartesianos. Cuya respuesta no se agotaba en un simple porque quiero, porque me gusta o porque lo vengo investigando hace mucho tiempo.

Es una pregunta profunda que amerita silencio, reflexión, pensamiento, digestión, como diría Amnéris. Digestión. Esa pregunta debe ser digerida y su respuesta no necesariamente debe ser articulada claramente en público y quizás tampoco en el informe final de investigación, pero sí es necesario, importante y pertinente que el investigador se la haga, especialmente cuando su investigación no fluye o en el caso de jóvenes investigadores, cuando no saben qué investigar.
Esa pregunta nos remite a una dimensión psíquica, emocional, personal y afectiva como investigadores, apartándonos un poco de nuestra dimensión más racional, cartesiana y positiva o positivista.

Cuando tuve la oportunidad de hablar con Amnéris y de pedirle que fuera mi tutora fui, por supuesto, víctima de su pregunta. Usted por qué quiere investigar eso: Violencia contra mujeres. Y ahora en la perspectiva de los hombres y de las masculinidades. Para responder su profunda pregunta escribí un cuento. Primero en español y luego en portugués. La primera versión en español fue revisada por mi hermano mayor y me preguntó si era autobiográfico (Todos los cuentos y novelas de alguna manera son autobiográficos). Develando con su pregunta mi evidente incapacidad de escribir literatura, de poetizar o de metaforizar, tal como me cobraría posteriormente Amnéris, pues estaba claro que crear personajes notoriamente ficticios escapaba a mi imaginación, a mi imaginación literaria y estaba presa (quizás aún lo esté) sólo de mi imaginación sociológica.

Amnéris me dijo que íbamos a dejar el cuento en remojo por un tiempo y que me daría alguna bibliografía de psicoanálisis para rastrear conceptos como trauma y vínculo, que serían muy útiles para mi investigación. Me familiaricé con estos conceptos, como también con la diferencia entre vivencia y experiencia, basada especialmente en los filósofos de la vida, como Hannah Arendt y Walter Benjamín, para quien una de las grandes características de la modernidad es la pérdida de la experiencia. También leí a Jean Marie Gagnebin, reconocida como la más grande lectora, intérprete y traductora de W. Benjamin en Brasil.

De esta forma, incorporé los conceptos así: Tenemos muchas vivencias, pero pocas experiencias. Podemos pasar la vida entera sin tener experiencias. La diferencia fundamental entre una y otra, radica en la reflexión, en el pensamiento, en la elaboración que se haga de la primera. De esa forma, yo tuve una vivencia en el pacífico colombiano, que aún no convertía en experiencia, ni por haber pasado por una maestría en sociología eso fue posible.

Hacer experiencia implica sacar la vivencia de la oscuridad y del a veces triste lugar de los recuerdos. Traer esa memoria, como memoria viva, mirarla de frente. Hablar con ella. Familiarizarse con ella y aprender a verse como sujeto de investigación que investigando a los demás da cuenta también de sí mismo. La experiencia requiere pues, elaboración, reflexión, pensamiento, construcción, articulación. Decía Walter Benjamin que los soldados de la primera guerra mundial volvieron de la guerra ricos de vivencia pero pobres de experiencia, porque el impacto de la guerra los enmudeció. En el mismo sentido reflexiona Hannah Arendt sobre el holocausto nazi.

Las vivencias dejan traumas, que necesitan ser elaborados para que permitan hacer la experiencia. El trauma en silencio fortalece la vivencia, la recrudece, pero niega la experiencia. La experiencia arroja luz sobre la vivencia. Esa fue mi principal experiencia investigativa durante el doctorado: incorporar mi propia vivencia sobre una situación de violencia de género en un proceso investigativo que me dio más autoridad intelectual, por llamarlo de alguna forma. Un proceso investigativo donde me reconocí como sujeto también investigado, además afectada por el contexto, pensada, reconstruida y señalada por los otros.

Mi investigación de doctorado centraba su interés en la perspectiva de los hombres en la violencia de género. Llamándose inicialmente, masculinidades, poder y violencia, y posteriormente Narrativas sobre masculinidades y violencia de género. Durante el proceso investigativo, que tuvo un soporte teórico fundamental en el psicoanálisis y en la antropología, pude reconocer el masculino psíquico que me habita y desde allí relacionarme de otra forma, puedo decir de una forma más amplia y comprensiva, -comprensiva en el sentido weberiano-, con los hombres agresores sujetos de mi nueva investigación, como también hacer nuevas interpretaciones de la tesis de maestría donde investigué violencia contra mujeres en la perspectiva de las mujeres agredidas.

La experiencia como profesora

Entre junio de 2010 y junio de 2011 fui profesora de la carrera de sociología de la Universidad de Caldas. A pesar del corto período en Manizales, tuve la oportunidad de construir vínculos profundos, vínculos afectivos y académicos muy importantes, que no me permitieron venir sola a Cali, donde vivo y trabajo ahora, sino acompañada de cinco proyectos de investigación en sociología que confían en mi orientación bajo la perspectiva amnerística (de Amnéris) y que paso a describir brevemente.

En el primer semestre de ese año, durante el curso de Sociología de la cultura I, pude discutir con los estudiantes sobre distintos objetos de investigación sociológica que también son sociología, valga la gran redundancia, pero que ellos dudaban de que sí fueran. Acostumbrados a una sociología clásica y presos en el siglo XIX, temas de la cotidianidad, de sus entornos sociales y afectivos más inmediatos, y, de su interés no encontraban asidero en su formación sociológica. Sus vidas estaban escindidas del hacer sociología. El curso fue rico en ejemplos y discusiones que tuvieron continuidad en el semestre siguiente en el Sociología de la Cultura II y en el seminario de trabajo de grado que empecé a orientar.

Todos los proyectos de investigación que surgieron y que ahora están bajo mi orientación tienen para un claro y común denominador, aunque en apariencia sean diversos y dispersos. Ellos tienen en común la pasión. Sí, la pasión que los y las estudiantes consiguieron identificar y que los movía a investigar eso y no otro problema.

Insistí con mis estudiantes en que sería mucho más rico, divertido, apasionado y por tanto productivo si investigaran algo que les moviera el alma profundamente, algo que tuviera que ver con ellos y ellas, algo por lo cual serían capaces de trasnochar, si era preciso, leer desbordadamente lo que fuera necesario, y que, bajo mi orientación como tutora de sus trabajos de grado, quería acompañar esa búsqueda. De forma que sus trabajos de grado se convirtieran en una experiencia significativa de sus vidas además de ser su requisito para convertirse en futuros sociólogos y sociólogas.

Los temas son: 1. Consolidación del campo teatral manizaleño. Este estudiante, que adora el teatro y que vibra en cada Festival Internacional de Teatro en Manizales, dudaba que pudiera hacer una sociología y buena sociología del teatro. En este momento ha descubierto que hay una sociología del teatro, bautizada con ese nombre y ampliamente estudiada en Francia y en Argentina, inclusive con nombres de cátedras así: Sociología del teatro, a cuyos contenidos ha logrado acceder. ¿Cómo se ve la sociedad manizaleña desde la óptica del teatro? Es una pertinente pregunta que está siendo sofisticada, transformada, repensada en la pluma de Sebastián.

2. De irrupciones e interrupciones. Se propone construir una perspectiva no feminista, no jurídica y no moralista del aborto. Esta estudiante estaba investigando, antes de encontrar su propio proyecto, sobre la incidencia de la violencia paramilitar en la vida cotidiana de las mujeres de una pequeña población del Departamento de Caldas. Pero también la inquietaba la proximidad con el aborto en su vida universitaria. Proximidad que se alimentaba permanentemente con casos más cercanos de historias sobre irrupciones e interrupciones. La estudiante establece un hilo conductor en sus búsquedas: la fragilidad de la vida y el límite borroso con la muerte. Tanto las mujeres víctimas de violencia política en una apartada zona de la cordillera central, como sus colegas universitarias, tienen algo en común: esa fragilidad de la vida. Y para reflexionar al respecto decidió quedarse con los casos más cercanos que le permitan pensar con una proximidad crítica sobre esa forma de interrupción de la vida.

3. El concepto de progreso en los adultos mayores en Manizales. Tuve la triste oportunidad de acompañar inminentes desalojos en la comuna San José de Manizales, zona donde se está ejecutando el Mega Proyecto de Reforma Urbana, plan que se articula con las estrategias de las eufemísticamente llamadas ciudades amables y que recorre buena parte de la geografía nacional. Una estudiante que hacía trabajo de campo en ese sector, mirando como desalojaban a la población, percibía que los niños y los viejos no eran consultados por nadie, ni por las trabajadoras sociales contratadas por la Alcaldía para convencer a la población que llegara a un acuerdo de venta sobre su predio, ni por los constructores, obviamente, encargados del megaproyecto.

El progreso es una cuestión de jóvenes, clase media o alta, de hombres que piensan y deciden sobre las ciudades y en general sobre el hábitat para los otros. Esos niños y viejos de San José estaban por fuera del progreso, tal como su madre y su hijo. Ella le daba vueltas a las pregunta sobre por qué le impacta tanto, en estos procesos de desalojos la suerte especialmente de los “viejos”. Un buen día todo cobra sentido y ve en esos viejos excluidos a su propia madre. Y cambia de proyecto de investigación, cuando antes daba tumbos entre pobreza, procesos de reciclaje, espacio urbano, entre otros, en ese mismo sector.

4. Representaciones sociales que el personal de salud y educación tiene sobre la discapacidad cognitiva. La estudiante encargada de este proyecto tiene una discapacidad física-motora y su hermana tiene una discapacidad cognitiva. Su madre ha fundado una organización para la educación de personas con discapacidad cognitiva. En un principio creí que Catalina iba a ser su monografía sobre su propia condición, pero la conmueve mucho más saber cómo se ve el mundo desde la perspectiva de alguien con síndrome de down. Cómo rastrear estas historias, cómo dar cuenta de estas vidas. Sólo con una proximidad crítica como la que puede tener Catalina. Inicialmente quiere saber cómo la sociedad los ve, a partir de la representación que personal de salud y de educación tienen sobre esta población, pero abrazamos también al idea de que sería muy bonito, interesante y sociológicamente pertinente, como se ve el mundo racional con los lentes de la discapacidad cognitiva. Como nos ven los que creemos que no piensan como nosotros, pero sienten, sueñan, vibran, aman. Ya veremos. El proyecto está andando y Catalina tiene esa pasión.

5. Transición femenina Kamentsá: entre la tradición y la modernidad de una comunidad indígena en el sur de Colombia. Loly Nereyda Juajibioy Muchachoy, es el nombre de esta querida estudiante, quien también hace parte de la comunidad indígena Kamentsá. Cuando evalué su proyecto ella pretendía investigar sobre cómo se ha transformado el habitus político de las mujeres en su comunidad; su perspectiva teórica era, por supuesto, Bourdieu. ¿Cuál es la pertinencia de Bourdieu para aproximarse a la comunidad indígena Kamentsá? Y especialmente ¿a las mujeres? Fue mi primera pregunta y sorpresa. En mi primera sesión con Loly le pedí que me hablara de ella, de su mamá, de su abuela, de su familia. Y Loly terminó hablando, por supuesto, de su comunidad en general, pues toda su familia era a la vez parte de la comunidad indígena. Ella quería investigar sobre la participación política de las mujeres en su comunidad, al considerar que era lo políticamente correcto y/o pertinente. Sin embargo no era su pasión y por tanto, me atrevo a decir, su investigación no fluía.

Sin embargo, cuando le dejé de tarea que hiciera una etnografía del alma, tal como le pedía mi profesora Amnéris a sus estudiantes y tal como me pidió a mí, el resultado fue, no solamente bello, sino de gran valor sociológico, por la riqueza etnográfica que Loly consiguió. En ese diálogo pude orientarle sobre varios aspectos que debería mejorar para no quedarse en las anécdotas familiares, pero había en su relato un camino etnográfico trazado, de gran riqueza descriptiva, que le permitió a Loly ver la relación entre la sociología y su propia vida. Fue posible estudiar, aunque fuera en la recta final de su carrera, una sociología en contexto, pues considero que es mucho más importante que Loly sea una socióloga en su comunidad y para su comunidad, que una socióloga que recite y demuestre la teoría de Bourdieu forzando conceptos a realidades que no siempre se corresponden. Loly empezó a tener, como yo y como sus colegas, una proximidad crítica y dejó de insistir en la distancia crítica.

Para la discusión

El método autobiográfico contribuye en los debates sobre las ciencias sociales discurriendo sobre el lugar de la subjetividad en la investigación científica social (Maroni, 2008). Si me permiten el término, se trata de hacer una etnografía de la memoria, y rastrear en la propia narrativa los motivos e intereses que conducen al investigador a construir su pregunta de investigación.

En mi experiencia de doctorado el coraje me fue habitando; fue apareciendo en medio de un permanente devaneo entre un silencio avergonzado y la voluntad de encarar el ridículo. Advierto a mis estudiantes sobre esa duda, que también amerita reflexión, pues las dudas siempre nos acompañarán. ¿Hasta dónde debemos aparecer? ¿Hasta dónde se debe traer la experiencia personal? ¿Es necesario? En algunos casos, no pocos, es muy necesario, en otros, no. No porque la vivencia personal sea más o menos importante que otras, sino por lo que ella permite reflexionar, buscar sentido y construir experiencia.

El método autobiográfico en la investigación sociológica propone que seamos sujetos más integrados, menos escindidos, donde las investigaciones sociales se integren a la vida personal, social, cotidiana, particular de forma que la mirada sobre los objetos-sujetos de investigación sea más amplia, compleja y coherente.

Quiero cerrar esta intervención con una cita de los profesores Luis Eduardo Mora-Osejo, Biólogo, y Orlando Fals Borda, sociólogo, quienes juntos escribieron un artículo para la Academia Colombiana de Ciencias Exactas físicas y Naturales, llamado: “La superación del eurocentrismo. Enriquecimiento del saber sistémico y endógeno sobre nuestro contexto tropical”, y que nos aporta una perspectiva interesante para el debate que aquí propongo:


"Tan elevado aprecio por el conocimiento originado en Europa, de frente a las realidades naturales, culturales y sociales, de ese continente, impide percibir las consecuencias negativas que ello implica cuando se transfieren y se intenta utilizarlos para explicar realidades tan diferentes, como las que son propias del medio tropical complejo y frágil, y sobre todo tan diferentes al de zonas templadas del planeta. Quizás, por esto mismo ni siquiera en nuestras universidades, y menos aún en los centros tecnológicos, educativos y culturales perciben la urgente necesidad de nuestras sociedades de disponer junto con el conocimiento universal, conocimientos contextualizados con nuestras realidades singulares y complejas". (Fals Borda, Mora-Osejo, 2002:7).

Bibliografía

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RICOEUR. Paul. Tempo e narrativa. Campinas, Papirus, 1994. 327 p.

martes, 1 de noviembre de 2011

¿Cuál es nuestro verdadero problema?

Con situaciones como la ocurrida conmigo: el robo de un carro, tendemos a creer que nuestro principal problema es la inseguridad. Hasta yo misma lo pensé por un momento. Pero ahora, reflexionando con cabeza fría, quiero compartir con ustedes lo que considero al respecto.

Nuestro principal problema como país, como pueblo, como nación, no es la inseguridad, sino la gran inequidad social. La desigualdad en la distribución en los recursos. La falta de oportunidades para acceder a educación, salud, empleo y bienestar material por parte de la mayoría de los colombianos.

Los estratos 1, 2 y 3 conforman más del 70% de la población colombiana, la miseria crece todos los días y los grandes recursos económicos siguen concentrados en unos pocos. La brecha entre ricos y pobres sigue siendo inmensa.

Es la inequidad social nuestro principal problema. La inseguridad es un resultado más de esa inequidad histórica que hemos vivido. No nos vamos por las ramas.

Esto me pasó el día de las elecciones, 30 de oct de 2011

Me robaron el carro

El día 30 de octubre, día de elecciones, a las 10:30 am me robaron el carro. Las cosas pasaron así: Me dirigía con mi madre y mi hija a cumplir con nuestro deber ciudadano. Primero fuimos al puesto de votación de mi madre, el Colegio Vivas Balcázar ubicado sobre la calle 14, cerca de la carrera 50, en el barrio La selva. Yo me quedé con mi hija buscando un lugar para parquear. Encontré tal lugar en la carrera 48 del barrio La selva, a media cuadra de la calle 14.
Violeta, mi hija, estaba sentada en su asientico de bebé, al bajarla me pidió que bajáramos todos sus muñequitos, como previendo que algo pasaría. Bajamos su delfín rosado, su ranita, el dragón y la jirafa. Nos fuimos en busca de la abuelita, para luego dirigirme a mi puesto de votación. Al caminar escuché que la alarma de mi carro se disparó me devolví y a unos 5 metros vi mi carro Chevrolet Aveo family color gris plata, modelo 2012, de placas DIW 676 (por si lo ven) y la activé de nuevo.

Esperamos a la abuelita en una panadería ubicada al frente del puesto de votación de mi madre, sobre la calle 14, cuando ella llegó nos dirigíamos al carro y no lo vi. Simplemente no lo vi. Le dije a mi mamá: mami nos robaron el carro. Ella dijo: no, como así, seguro lo dejaste en otra cuadra. No mami, lo dejé aquí, nos robaron el carro, llamemos ya mismo a la policía. Desde mi celular marqué el 123 infructuosamente.

En la esquina un vecino se acercó a saludar y le dije que me acaban de robar el carro, me indicó que le informara a los policías que estaban en la puerta del puesto de votación. Eso hice, me dirigí hacia ellos y reportaron el caso inmediatamente, me dijeron que volviera al puesto del robo porque dentro de poco llegaría la radiopatrulla. Al dirigirme de nuevo al lugar del robo, también le informé a un guarda de tránsito. En ese momento llega la policía motorizada.
Me preguntaron los datos del carro y cómo ocurrieron los hechos. Repetí la historia que ya les he contado. Un vecino del lugar se acercó y contó que vio cuando le daban reversa a mi carro a gran velocidad. Dijo: “esos manes iban a 100. Se nota que son expertos, porque para irse en reversa a 100 tienen que saber mucho del asunto.” También dijo que los iban siguiendo en otro carro, Mazda 626 color verde oscuro. Y que emprendieron la huida en sentido sur. El policía tomó atenta nota de todos los detalles.

Llamé a mi papá para avisarle, quien en ese momento jugaba ajedrez con un amigo taxista. Este amigo llamó a todos sus colegas del 4444444 y 5555555, yo también le dije a un taxista del 6666666. El policía me indicó que pusiera el denuncio en la Sijín. Mi papó llegó en 10 minutos y fuimos con su amigo taxista, mi mamá y mi hija hacia la Sijín del barrio Ciudad Modelo, sobre la Autopista Simón Bolívar.
Al intentar poner el denuncio el comandante encargado me indicó que reporta el hecho al 123, le dije que ya había intentado hacerlo pero que no me habían respondido. Me dijo que llamara de nuevo. Llamé de nuevo y no entraba la llamada. Sonaba extraño. Le dije: “escuche para que se dé cuenta que no entra la llamada.” Él no aceptó y me dijo que llamara al 112. Ahí si atendieron de la Policía Nacional. En la tarde un policía me explicó que desde Comcel se debe llamar al 112 y no al 123.
Al entrar en contacto telefónicamente con el agente de Policía, me preguntó: ¿hace cuánto ocurrió el hecho? le dije que hace una media hora y me preguntó por qué no había reportado el hecho antes, le dije que no entraba la llamada al 123, después de esto me recibió los datos, nombre completo, características del carro y placa. Con esto quedó reportado el carro como “hurtado”; para registrar el denuncio debía volver a la Sijin con el número del chasis y del motor del carro.
Regresamos todos a casa para buscar la póliza todo riesgo donde están consignados tales datos. Fui a sacar fotocopia de este documento y de mi cédula y en el café internet cerca de la carrera 48 con Avenida Pasoancho se comentó que acababan de robar un carro en el barrio La Selva. Pregunté más por el hecho y simplemente me dijeron que se trataba de un carro verde. Es posible que se trate del mismo carro que seguía al mío.

¿Primeras reflexiones? La primera sensación es de impotencia. Me siento anestesiada. Obviamente he agradecido mil veces a dios y al universo porque no fue un atraco a mano armada y no estábamos ni mi mamá, ni mi hija ni yo. Me he quedado con la sensación de pensar si lo hubiera podido evitar. Claro que no. No dependía de mí evitarlo. Eran las 10:30 de la mañana, día de elecciones, en el barrio La Selva, había mucha policía y guardas de tránsito en el sector. Mejor dicho, no estaba en una situación de riesgo.

Como avisé rápidamente a la policía y ellos, como los guardas de tránsito, están dotados con radios y además la ciudad está llena de retenes, esperaría que rápidamente hubieran sido localizado mi carro. Contrario a eso, en el transcurso del día supe del robo de 4 carros más en condiciones similares a la mía, gente al a que robaron el carro mientras iba a votar. ¡Esta es nuestra democracia!
La seguridad ciudadana que estamos demandando no se resuelve con dotarnos de un policía por cada cuadra o por cada ciudadano. Si la policía fuera lo suficientemente honesta, ágil y eficiente los ladrones sabrían que robar es muy difícil y seguramente no robarían o robarían menos. Pero robarse un carro aquí es muy fácil. Hoy lo pude comprobar. Las personas me preguntaban si tenía la alarma activada. Claro que sí, respondo. Pero un taxista me decía que los ladrones se las saben todas y una alarma no es inconveniente para ellos.

Finalmente, el consuelo de tontos que todos tenemos es la confianza es una póliza de seguro todo riesgo. Aunque el policía que me recibió la denuncia formal en la tarde me dijo que yéndome bien me devuelven mi carro en dos meses. Esperemos que sea antes. Y no pude votar.

Ponencia presentada en el Primer Taller Vertical llamado: "Diseño gráfico con sentido social", en el Instituto Departamental de Bellas Artes.

CALI EN EL NUEVO MILENIO:NOSTALGIA DE LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

Pensar en la Cali de hoy nos remite a pensar en las múltiples crisis por las que atraviesa la ciudad. Esta situación la podemos sentir a diario cada vez que circulamos por sus calles, cuando atravesamos una esquina, cuando leemos los periódicos locales, cuando escuchamos ciertos comentarios pesimistas en el servicio de transporte urbano, en general, cuando hacemos el ejercicio de habitar y transitar por la ciudad.

Voy a remitirme a la violencia y a la inseguridad como una expresión de la crisis de Cali en contraste con la imagen de ciudad cívica que se ha construido superficialmente en las últimas tres décadas. Hago este contraste teniendo en cuenta que durante el año 2010 se presentaron 1.825 muertes violentas y a mayo de 2011 ya íbamos en 750 homicidios, según datos del Instituto de Medicina Legal. La situación de inseguridad es uno de los principales temas de preocupación de la sociedad caleña en las últimas décadas, especialmente, la amenaza de ser objeto de cualquier tipo de agresión; este es un miedo que avanza paralelo junto al ejercicio de habitar la ciudad. Habitar la ciudad genera miedo. Si viviéramos realmente en una ciudad cívica no tendríamos por qué sentir miedo al caminarla.

Para remitirme a esta situación, considero pertinente hacer un breve repaso por algunos aspectos de la ciudad en los últimos cuarenta años; desde los Juegos Panamericanos de 1971 hasta nuestros días. Una época en la que Cali se modernizó. Para ello, también considero importante retomar la idea de la ciudad como la gran conquista de la modernidad y pensar si Cali es un paradigma de ciudad y de progreso. Pensar si Cali es realmente esa ciudad cívica que se promueve a través de los medios de comunicación.

La Cali de Andrés Caicedo

La Cali de los años 70 era la ciudad pujante de Colombia, la que se abría paso y se configuraba como una ciudad moderna. Era la ciudad de los Juegos Panamericanos, receptora de turistas, casa abierta para inversionistas extranjeros y visitantes nacionales con ganas de hacer vida en tierra caliente, ciudad deportiva, ciudad de mujeres hermosas, la capital de la salsa, en fin, la ciudad que se ganó el apelativo de la “sucursal del cielo”.
También era la ciudad que se deleitaba con la llamada bonanza marimbera, la que surgía basada en una nueva economía ilegal que con altos y bajos se sostendría hasta nuestros días, característica que sería reconsiderada en la década de los 90 con la detención de los grandes capos del narcotráfico y que pondría en evidencia nuestra “falsa economía” que se tambalea pero no cae.
Paradójicamente, a partir de la década de los años 70 también se empieza a consolidar la imagen de una ciudad cívica. Imagen creada por los gremios económicos locales, respaldada por una gran producción publicitaria, sin que las prácticas ciudadanas dieran cuenta de ese civismo. Un civismo superficial, un civismo de maquillaje, que contrasta con la violencia de la ciudad y que además no se manifiesta en una real participación ciudadana en los espacios de decisión política local.
La Cali de Andrés Caicedo era una ciudad dinámica, de proyección, de modernización y quizás de mucha más modernidad que hoy, de crecimiento y de expansión; un proceso de urbanización no planificado que dio pie a la creación de asentamientos subnormales configurados al oriente de la ciudad. Barrios que se fueron asentando en antiguas lagunas, zonas de cultivos de cereales en las riberas del Río Cauca, madreviejas que se secaron a la fuerza y que nunca debieron usarse para la urbanización. Fue así como se fue construyendo lo que hoy conocemos como el Distrito de Aguablanca y que hoy alberga a casi el 30% de la población caleña. Cali en los años 70, la Cali de Andrés Caicedo, dio un paso significativo de lo rural a lo urbano.

Cali en los años 80

Durante toda la década de los años 80 se acentuaron las diferencias en la consolidación de, lo que puede considerarse, varias ciudades en el interior de una misma ciudad; por un lado, las élites empresariales siguen teniendo importantes renglones en la economía local, por otro lado, los sectores emergentes producto de la ilegalidad, fueron ganando terreno en la inserción social, económica y política de la ciudad, al mismo tiempo que propusieron o impusieron un paradigma cultural o formas de ser que, especialmente para los jóvenes de los sectores populares, han ejercido una gran influencia. Hago referencia explícita al modelo del dinero rápido, a la fascinación por las armas, al uso de prendas que generen distinción y, en general, a la interiorización de un cierto estilo de vida y de consumo que privilegia la ostentación material.
También se encuentra un sector de clase media, compuesto básicamente por profesionales en ascenso y una amplia capa de población empobrecida asentada en los sectores llamados subnormales. La ciudad que se expande sobre todo tipo de terreno y sin ningún de control por parte de autoridades, quienes a veces fueron complacientes de estos procesos porque veían en estas nuevos habitantes urbanos un fuerte arsenal de votos para los procesos de elección popular.
Sin duda, los narcos se erigieron como un actor social que incidió de manera radical en la vida citadina; esta capa emergente de la sociedad caleña, a su vez, se subdividía en varios sectores, uno de ellos reconocidos como los capos de los carteles o las clases altas en la jerarquía del negocio de las drogas ilegales, otros como los testaferros, como una analogía con la figura de los terratenientes, los ejecutivos como los profesionales encargados de manejar los negocios, los lavaperros como los mandaderos y las mulas o quienes servían para el tráfico de la sustancia, en los niveles inferiores.
Todos estos, a su vez, tenían sus respectivos círculos sociales y familiares más próximos, donde las parejas, novias, esposas y compañeras en general, se constituían en una figura importante. Particularmente las “novias” se constituían en personas claves para la estructura social, las mujeres desempeñaban funciones de acompañantes como una forma de prostitución, que hoy en día se conoce con el triste nombre de “prepago”, muchas de las cuales también funcionaron como mulas del narcotráfico.
Es importante reflexionar que a partir de allí, existe una cierta reconfiguración de lo femenino como resultado de la transformación estética que han sufrido las mujeres en función de las demandas que les imponen los llamados traquetos. No son pocas las mujeres que influenciadas por este nuevo patrón de belleza han recurrido y recurren hoy a las cirugías estéticas para alcanzar esos estándares estéticos exigidos y que alimentan un cierto apetito masculino. Las mujeres también entraron dentro del paquete de los bienes de consumo.
Estos distintos personajes asociados al narcotráfico se insertaron en distintas capas sociales, aunque en algunas de ellas con la prevención e inclusive la discriminación de sectores tradicionales de las clases altas caleñas. Pero en el caso de los sectores populares, puede decirse que fueron insertados con amplia aceptación. Y en general, Cali fue transformando su identidad cultural. Cali empezó a ser reconocida como una ciudad ostentosa, derrochadora, donde el dinero crece como espuma; se obtiene rápidamente.
Es una ciudad que no duerme, que siempre está de rumba; es una ciudad que tiene plan nocturno de domingo a domingo, y esto, por supuesto, movía una gran economía asociada indirectamente al narcotráfico. Taxistas, fotógrafos, chefs, vendedores de carros, vendedores de joyas, vendedoras de arreglos florales, de bisutería, de atuendos de última moda; de forma que el comercio, la industria y la empresa fueron alimentados por el negocio ilegal.

Cali cerrando el milenio

En los años 90 confluyen varios aspectos que van a incidir en la vida local. En el ámbito político, la ciudad, a finales de los 80 y principios de los 90, se estrena en sus primeras elecciones populares de Alcaldes, lo cual supone para la ciudadanía un nuevo ejercicio de decisión y participación política inscrito en la configuración de una nueva Carta constitucional. Al respecto, el pasado 9 de octubre el periodista de El País, Diego Martínez (Martillo), galardonado con el premio Simón Bolivar, dijo que “A Cali le ha hecho daño la elección popular de Alcaldes” , sería interesante pensar qué es lo que más daño le ha hecho a Cali y por qué un representante de las élites afirmaría que la democracia le hace daño a una ciudad.
Con el período presidencial de César Gaviria, entre el 90 y el 94, se inicia la consolidación de un nuevo modelo económico que va a redireccionar los distintos aspectos del país en sus ámbitos políticos, económico y con graves consecuencias en lo social, que se expresa de manera particular en las ciudades. Este modelo económico se conoce como neoliberalismo y propone, en palabras demasiado simples, la reducción del Estado en la ejecución de la función pública, y la sustitución por el mercado que cada vez más actúa con sus propias leyes como rueda suelta, impulsado por una iniciativa privada asociada a élites y grupos de poder local y global. Durante este período se propuso también la ley 100 del 93 que regula salud y la ley 30 del 92 que regula la educación. Es importante establecer la relación entre la apertura económica y el recorte de políticas sociales. Algo así como una disminución del papel central del Estado frente a su responsabilidad con la sociedad.
Hacia mediados de los años 90, durante el período presidencial de Ernesto Samper, la ciudad sufre un duro golpe económico con la detención de los capos de los carteles de la droga. Resentimiento económico que se evidencia en la cotidianidad de la ciudad, pues el tráfico de drogas ilegales funcionaba como una cadena interminable de negocios que beneficiaba a amplios sectores de la ciudad. También se produjo en ese período un proceso jurídico- político que va impactar hasta nuestros días la vida política del país. Se trata del llamado proceso 8.000 que pone en evidencia el dinero del narcotráfico en las elecciones políticas a distintas corporaciones.
Cali se movía de manera particular en las noches, se puede notar como la Calle 5ta., que para la década de los 80 tenía gran movimiento nocturno por la existencia de famosos grilles, discotecas, estancos, restaurantes, venta de comidas rápidas y gran movimiento de taxis, se modifica drásticamente en la segunda mitad de los 90. La Cali de los años 90 es una ciudad que acelera dos procesos paralelos: de crecimiento desordenado y de empobrecimiento.
En los años 90 Cali crece rápida y desordenadamente hacia los sectores llamados subnormales, recibiendo grandes capas de población emigrante o desplazada y se empobrece no sólo en los sectores tradicionalmente pobres, sino en general en toda la ciudad. Desde las orillas del río Cauca hasta las zonas más altas sobre las faldas de la cordillera occidental. Diques, ríos, lagunas urbanas, bosques y zonas mineras fueron a atrapadas por ocupación humana. Empobrecimiento que también es cultural, simbólico, arquitectónico, histórico y social. Sobre la pobreza material, se puede decir que de un lado las arcas públicas están cada vez más vacías producto de la corrupción política administrativa local, que campea hasta nuestros días. Por otro lado, antiguos inversionistas deciden retirarse de la ciudad, pues importar empieza a resultar más barato que producir, de esta forma se cierran importantes plantas industriales y empresas como Cementos del Valle y Goodyear , crece el número de desempleados, aumenta el trabajo informal, se develan las empresas fachadas de los carteles de la droga y se mengua significativamente la vida nocturna, entre otras consecuencias.
A este panorama se suma el incremento en los índices de violencia , la ciudadanía no se siente segura, ésta Cali ya no es la ciudad receptora de foráneos interesados en hacer vida en tierra caliente, sino que quienes llegan vienen generalmente presionados por la violencia y la precariedad económica que los expulsa de las zonas rurales del sur occidente colombiano y de la región Pacífico, especialmente, hacia el polo urbano más importante de la región; pero también los años noventa fueron testigos de las fuertes migraciones de comunidades y colonias de grupos antioqueños, caucanos y del eje cafetero, que buscaron refugio por la violencia y por nuevas oportunidades lícitas e ilícitas en estas tierras.

La Cali del siglo XXI

La vida nocturna en Cali ya no sólo representa rumba y diversión, sino peligro y desconfianza. Los paseos por los alrededores de la ciudad ya no sólo representan encuentro con la naturaleza sino diversos riesgos. El progreso es casi un intangible para casi el 70% de la población caleña que se encuentra en estratos 1, 2 y 3; para quienes la calidad de vida en la ciudad se mengua con los años. La violencia y la pobreza se pasean orondas por las calles de la ciudad. Sumado a lo anterior, el desempleo también expulsa profesionales al extranjero. Panorama muy desolador para una ciudad en el nuevo milenio.
Creo que la crisis de la Cali de hoy es una confluencia de varios aspectos, muchos de los cuales ya han sido aquí señalados. Para hacer énfasis en ellos, agregaría que la fragmentación política, entendida tanto por la desconfianza que la ciudadanía tiene en las estructuras democráticas del Estado y en los representantes de los partidos políticos tradicionales, aunque revestidos de otros ropajes, como en la debilidad para el surgimiento de nuevos liderazgos, es un aspecto que se robustece en la última década.
También se debe señalar que la crisis económica, agudizada con la implementación de un sistema económico basado en la especulación y que acelera la desindustrialización en la región, lanzando grandes capas de desempleados a la calle, es otro aspecto importante de la crisis de la ciudad, que se manifiesta en el empobrecimiento de la ciudad y en la ampliación del renglón de la economía informal.
Quiero destacar que la crisis de la ciudad se manifiesta explícitamente en la intolerancia social y en la forma violenta de resolver los conflictos que vivimos en la Cali de hoy. Resulta verdaderamente impactante que en no pocos barrios de la ciudad se hable de las llamadas “oficinas”, como rincones del hampa y del crimen organizado, que además operan como sustitutos del Estado para resolver diversos problemas sociales. Estas organizaciones que empezaron como estrategias para cobrar cuentas de negocios ilegales, hoy son también frecuentadas por madres de familia desesperadas que quieren obligar a padres irresponsables a cumplir con sus deberes paternos. Tales espacios son sucedáneos de los carteles de la droga y se componen de sujetos tristemente profesionalizados en el oficio de ajustar cuentas.
Casi el 60% de las muertes violentas que acontecen en Cali cada año se corresponde a la ambiguamente llamada “violencia social”; dentro de tal denominación se cuentan los asesinatos que a diario nutren los periódicos amarillistas, la violencia familiar, los crímenes pasionales, las cuentas de cobro, las vendetas y en general las distintas formas de violencia que la población civil operan con armas legales e ilegales, que heredaron tanto de los carteles de la droga, como de las milicias urbanas que los distintos grupos armados al margen de la ley conformaron en las ciudades.
Cuando a una chica la matan por robarle un celular, a un conductor de taxi lo matan por robarle el dinero que corresponde a la entrega diaria, a un joven lo matan porque ingresó a terrenos prohibidos del barrio vecino, y así sucesivamente, estamos hablando de violencia social, de intolerancia social; esos casos particulares, aparentemente desarticulados, van sumando a los homicidios mensuales que se caracterizan como violencia social y que dan cuenta de una fragmentación cada vez mayor de eso que se ha llamado el tejido social, entendido como la red de solidaridades humanas que puede tener una sociedad. Sin embargo, la violencia política es la que más atención recibe por parte del Estado y de los medios masivos.
Al parecer no existe en Cali un elemento identitario lo suficientemente cohesionador que invite a sus habitantes a ser tolerantes con la diferencia, situación que se empeora con la pauperización de la vida en la ciudad. Muchas son las historias de jóvenes que trabajaban para los carteles de la droga y que una vez desempleados “montaron sus oficinas para trabajar independientes”. Todo esto pasa ante la mirada impotente, inoperante y hasta cómplice del Estado, que a pesar de adoptar medidas para reducir los índices de muertes violentas, como la política de la ley zanahoria, tales crímenes siguen en ascenso.
Vale recordar que la campaña ampliamente publicitada en los años 80 en Cali, auspiciada por la Cámara de Comercio de Cali, llamada “Cali limpia, Cali linda” que pretendía promover ese tal civismo caleño, tuvo como colofón el exterminio indiscriminado de habitantes de la calle, prostitutas, travestis y mendigos, de forma que la mal llamada “limpieza social”, tuvo un asidero social considerable.

Consideraciones finales

Podría decirse que la Cali de principios del siglo XXI es la ciudad de las contradicciones sociales, no en los términos clásicos de la lucha de clases que propuso Marx, puesto que no existen claramente diferenciadas dos clases sociales, en tanto la ciudad está en un proceso de desindustrialización; las nuevas contradicciones sociales son protagonizadas por los nuevos excluidos del sistema económico, donde los pobres no tienen cabida y son ellos los mayores habitantes de la ciudad, lo que Marx llamaría “la masa desposeída” (Marx, 1970:36). Sería mejor, entonces, no referirse a contradicciones sociales, sino a exclusión social, lo cual limita, no sólo las condiciones materiales de vida sino las posibilidades de lucha de quienes están excluidos.
De acuerdo con esa situación de violencia, se podría decir que no existe en la ciudad una moral social lo suficientemente sólida construida colectivamente, en términos del sociólogo francés Durkheim (Durkheim, 1972: 50-53), que cohesione a todos los ciudadanos y que le permita a la sociedad caleña tener un sentido de identidad y de pertenencia con su ciudad, que le permita sentirse seguro en ella.
Para Durkheim es necesario que las sociedades tengan normas para convivir armónicamente; es necesario que en las ciudades el trabajo se divida socialmente, a fin de que los individuos tengan un lugar y una función específica que no altere el orden social construido, en este sentido, la ciudad es progreso en tanto denota un orden que se consolida como base de una transformación modernizadora hacia el futuro, hacia la armonía social (Durkheim, 1972).
Lo que se evidencia en Cali es un orden social muy débil y casi inexistente; es mucho más notorio la fragmentación que la confianza, y la reconstrucción social dependería, en gran medida, de hacer de la ciudad un espacio agradable, tranquilo y seguro, donde las normas de convivencia sean construidas colectivamente, donde cada cual tenga un lugar y una función que le dé sentido a su vida, es decir, donde no se sienta y no sea excluido.
Claro está que bajo esta premisa durkheimniana, también se puede llegar a la conclusión de que las contradicciones sociales deben cesar cuando se acepte el rol asignado en la estructura social, lo cual implicaría claudicar en el intento de exigir mejores condiciones de vida por parte de la población, y el progreso, a ese precio, no es la mejor propuesta de vida de la ciudadanía. Se trataría más bien, como lo propuso Estanislao Zuleta, de construir una sociedad mucho más madura para asumir el conflicto. Donde las diferencias no impliquen la eliminación del oponente.
Donde el progreso no signifique solamente crecimiento económico para una pequeña élite de la sociedad, como de hecho lo ha sido, base sobre el cual se ha fundado el mito del civismo en Cali, ni como crecimiento demográfico desordenado, sino como mejoramiento de la calidad de vida para todos los habitantes de la ciudad, eso sí sería progreso (Marx, 19770).
Para el caso de Cali, creo entonces que ese progreso está lejano, puesto que ni se están desarrollando las fuerzas productivas, dado que otros renglones de la economía como los servicios, el comercial y el especulativo cobran fuerza con el nuevo sistema económico, ni la ciudad se constituye en escenario de contradicciones sociales, en el sentido marxista, puesto que, como se señalaba anteriormente se trata más de un fenómeno de exclusión social que de lucha de clases; en otras palabras, los habitantes de la ciudad más afectados económicamente y socialmente no tienen las mejores condiciones objetivas para avanzar en su lucha de clases cuando las mínimas condiciones materiales de vida no estén resueltas. Se está constituyendo una ciudad al tipo “marca”, que hace de este escenario promueve un bien para vender y no un bien para el goce el disfrute y la vida del propio nativo. Una ciudad que concentra las mejores infraestructuras en corredores viales que conectan norte y sur o que se concentran en las áreas de fuerzas productivas e industrias culturales como museos, galerías, cafeterías, hoteles, obras de arte y lugares para los espacios culturales. Una ciudad para el turista y no para el propio ciudadano.
Finalmente, creo que la crisis social de la Cali de hoy, que se manifiesta en la pobreza material y cultural, en la intolerancia social, en la falta de espacios públicos, en la inseguridad urbana, en los altos niveles de homicidios, entre otros aspectos, tiene estancadas las posibilidades de progreso para la ciudad. Cali no es la ciudad cívica que hemos creído ser por varias décadas y salir de esta letargosa situación dependerá de varios aspectos, que así como confluyen para la crisis, deberán también tener una feliz confluencia para el progreso.
Ellos son, la recuperación de la confianza, la construcción de una moral colectiva, la legitimidad de las estructuras democráticas, la reactivación de una economía basada en la industria y no en la especulación, el fortalecimiento del tejido social y la presencia legítima de un Estado históricamente débil; utópico panorama muy distante de nuestra actual realidad.
Es por eso que en Cali, el civismo es un mito. El civismo no se reduce a pasar por la cebra, hacer la fila, ceder al asiento y no botar basura en la calle. El civismo es la posibilidad de la convivencia pacífica y por eso Cali es la nostalgia de lo que no sucedió y como dice el cantor: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. (Joaquin Sabinas).

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• Hernández, L. (1985). Cali: Pasado, presente y futuro. Informe presentado por el Cidse a la Cámara de Comercio de Cali para el programa “El Cali que queremos”.
• Marx, K. (1970). La ideología alemana. Barcelona, Ed. Grijalbo.
• Santacruz, Marino. (2011). El espacio del desarrollo. Cali, Ed. Universidad Autónoma de Occidente.
• Velásquez, F. (1996) Ciudad y Participación. Cali, Ed. Universidad del Valle.

Otros Documentos:
• Documentos del Departamento Administrativo de Planeación Municipal, 2011.
• Documentos del Observatorio social de la Secretaría de Gobierno, convivencia y seguridad. Alcaldía de Cali. 2010.