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martes, 27 de septiembre de 2011

Un cerito a la derecha ¿A quien elegir?

Un cerito a la derecha. ¿A quién elegir?

Por Elizabeth Gómez Etayo
Socióloga de la Cultura

En la pasada columna sobre “las elecciones y los elegidos” cerré con la pregunta ¿Qué será mejor, los humildes al poder o que los ilustres nos sigan gobernando? No pocas inquietudes se generaron al respecto, pues es claro que para gobernar se necesita cualificación académica y capacidades intelectuales, dos condiciones que considero necesarias pero no suficientes. Para continuar con este sano debate quiero compartir una reflexión que les adeudo a mis estudiantes de Democracia y Constitución, y que da pié a la nueva pregunta: ¿A quién elegir?

Dos preguntas sencillas, pero profundas, formulé en clase. Va la primera. Dentro de cinco o seis años ustedes serán profesionales. Espero que tengan buenos trabajos y que sean remunerados de acuerdo con sus expectativas. Y que desarrollen una próspera carrera profesional. Hasta ahí, sólo sonrisas complacidas advertía entre mis estudiantes. Sin embargo, cuando les dije: bueno, ahora vamos a suponer que usted es el contratista de una obra con el Estado, y le dicen “ingeniero ponga este cerito a la derecha”. Recuerde, su salario es bueno, sus necesidades básicas están resueltas e inclusive puede ahorrar e irse de vacaciones, tiene una buena vida. ¿Lo pone o no lo pone? ¿Usted pondría el cerito a la derecha? Recuerde que se trata de un contrato con el Estado, son recursos públicos. Ya la obra tiene un valor justo. Pero existe la posibilidad de ganar unos pesitos extras. Pesitos, no. PESOTES. ¿Lo pone o no lo pone?

Las sonrisas complacidas empiezan a tornarse sonrisas socarronas. Profe, es que todos queremos vivir bien, ganar plata. ¿O quién no quiere? Claro, yo también quiero vivir bien, les dije. Pero una cosa es vivir bien con mi justa remuneración y otra, muy distinta, es usar los recursos públicos, los recursos del Estado para el lucro personal. Un cerito a la derecha es lo que los actuales ingenieros que contratan con el Estado están poniendo. Un cerito a la derecha está inflando las actuales contrataciones con el Estado y nos están dejando al resto de los ciudadanos endeudados por varios años. Un cerito a la derecha transforma totalmente una cifra y se pierde la dimensión real del costo de un bien o de un servicio. Un cerito a la derecha hace la diferencia. Y para tomar la decisión de ponerlo o no es que estamos discutiendo en este curso. Y usted, querido lector, ¿Pondría un cerito a la derecha?

La otra pregunta va en torno a los derechos humanos. Queridos estudiantes, vamos a discutir sobre el derecho fundamental, el derecho a la vida. Díganme, ¿cuánto vale la vida en Colombia? “Cuarenta mil pesos profesora. Un banano, en mi barrio a un tipo lo mataron por un banano. Yo supe de un señor al que lo mataron por cien pesos”. Dijo otro estudiante. Todos nos fuimos quedando impactados. La macabra profesión de sicario está también cada vez más desvalorizada. En Colombia se mata por cualquier peso y causa. Hasta ahí, todos compartíamos un valor común: la vida es un derecho inviolable, y tenemos que exigirle al Estado la defensa a ultranza de este derecho. Pero cuando le pregunto a mis queridos estudiantes, ¿ustedes han pensado o han sentido que en alguna circunstancia serían capaces de matar o mandar a matar a alguien? De nuevo la incomodidad los acecha y se reacomodan en sus asientos y empiezan las diversas justificaciones. Algunos de mis estudiantes sí han tenido ganas de matar, y además consideran que en algunas circunstancias es justificable hacer justifica por cuenta propia, aceptan que la gente a veces mata porque era necesario y que, ellos, si tuvieran que hacerlo también lo harían. Varios ejemplos al respecto fueron discutidos. En clase dejamos que una cosa es el deseo, humanamente comprensible, y otra, muy distinta, es pasar a los hechos. ¿Dónde y cómo se construye ese límite moral y ético entre desear y ejecutar? Mis estudiantes, nuevas generaciones de colombianos, han perdido, sin saberlo, el valor supremo de la vida. Los comprendo, -les digo- ustedes han crecido en un contexto sociopolítico donde la defensa de la vida es un discurso hueco. Quizás lo más grave de esta gravísima situación violenta en la que vivimos es que todos, quizás sin saberlo, hemos ido perdiendo el valor supremo a la vida.

Con estas dos preguntas hechas en clase con mis estudiantes pensé en la nueva pregunta ¿A quién elegir? Y las posibles respuestas me llevan a pensar, por lo menos, en quien tenga una carrera impoluta en el manejo de recursos públicos y privados, porque en la empresa privada también hay corrupción. En quien haya demostrado ampliamente un manejo responsable de los recursos, alguien para quien lo público sea sagrado y que defienda a ultranza la vida, eso implica, inclusive, que el uso del agua privilegie el bienestar humano, calme la sed, el hambre y las necesidades básicas humanas y no las necesidades suntuosas. El agua no puede usarse para lavar oro. Así, simple y radical. Vida y recursos públicos son sagrados. Es por eso que para gobernar considero que la cualificación académica y las capacidades intelectuales, son dos condiciones necesarias pero no suficientes.

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