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martes, 1 de noviembre de 2011

Ponencia presentada en el Primer Taller Vertical llamado: "Diseño gráfico con sentido social", en el Instituto Departamental de Bellas Artes.

CALI EN EL NUEVO MILENIO:NOSTALGIA DE LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

Pensar en la Cali de hoy nos remite a pensar en las múltiples crisis por las que atraviesa la ciudad. Esta situación la podemos sentir a diario cada vez que circulamos por sus calles, cuando atravesamos una esquina, cuando leemos los periódicos locales, cuando escuchamos ciertos comentarios pesimistas en el servicio de transporte urbano, en general, cuando hacemos el ejercicio de habitar y transitar por la ciudad.

Voy a remitirme a la violencia y a la inseguridad como una expresión de la crisis de Cali en contraste con la imagen de ciudad cívica que se ha construido superficialmente en las últimas tres décadas. Hago este contraste teniendo en cuenta que durante el año 2010 se presentaron 1.825 muertes violentas y a mayo de 2011 ya íbamos en 750 homicidios, según datos del Instituto de Medicina Legal. La situación de inseguridad es uno de los principales temas de preocupación de la sociedad caleña en las últimas décadas, especialmente, la amenaza de ser objeto de cualquier tipo de agresión; este es un miedo que avanza paralelo junto al ejercicio de habitar la ciudad. Habitar la ciudad genera miedo. Si viviéramos realmente en una ciudad cívica no tendríamos por qué sentir miedo al caminarla.

Para remitirme a esta situación, considero pertinente hacer un breve repaso por algunos aspectos de la ciudad en los últimos cuarenta años; desde los Juegos Panamericanos de 1971 hasta nuestros días. Una época en la que Cali se modernizó. Para ello, también considero importante retomar la idea de la ciudad como la gran conquista de la modernidad y pensar si Cali es un paradigma de ciudad y de progreso. Pensar si Cali es realmente esa ciudad cívica que se promueve a través de los medios de comunicación.

La Cali de Andrés Caicedo

La Cali de los años 70 era la ciudad pujante de Colombia, la que se abría paso y se configuraba como una ciudad moderna. Era la ciudad de los Juegos Panamericanos, receptora de turistas, casa abierta para inversionistas extranjeros y visitantes nacionales con ganas de hacer vida en tierra caliente, ciudad deportiva, ciudad de mujeres hermosas, la capital de la salsa, en fin, la ciudad que se ganó el apelativo de la “sucursal del cielo”.
También era la ciudad que se deleitaba con la llamada bonanza marimbera, la que surgía basada en una nueva economía ilegal que con altos y bajos se sostendría hasta nuestros días, característica que sería reconsiderada en la década de los 90 con la detención de los grandes capos del narcotráfico y que pondría en evidencia nuestra “falsa economía” que se tambalea pero no cae.
Paradójicamente, a partir de la década de los años 70 también se empieza a consolidar la imagen de una ciudad cívica. Imagen creada por los gremios económicos locales, respaldada por una gran producción publicitaria, sin que las prácticas ciudadanas dieran cuenta de ese civismo. Un civismo superficial, un civismo de maquillaje, que contrasta con la violencia de la ciudad y que además no se manifiesta en una real participación ciudadana en los espacios de decisión política local.
La Cali de Andrés Caicedo era una ciudad dinámica, de proyección, de modernización y quizás de mucha más modernidad que hoy, de crecimiento y de expansión; un proceso de urbanización no planificado que dio pie a la creación de asentamientos subnormales configurados al oriente de la ciudad. Barrios que se fueron asentando en antiguas lagunas, zonas de cultivos de cereales en las riberas del Río Cauca, madreviejas que se secaron a la fuerza y que nunca debieron usarse para la urbanización. Fue así como se fue construyendo lo que hoy conocemos como el Distrito de Aguablanca y que hoy alberga a casi el 30% de la población caleña. Cali en los años 70, la Cali de Andrés Caicedo, dio un paso significativo de lo rural a lo urbano.

Cali en los años 80

Durante toda la década de los años 80 se acentuaron las diferencias en la consolidación de, lo que puede considerarse, varias ciudades en el interior de una misma ciudad; por un lado, las élites empresariales siguen teniendo importantes renglones en la economía local, por otro lado, los sectores emergentes producto de la ilegalidad, fueron ganando terreno en la inserción social, económica y política de la ciudad, al mismo tiempo que propusieron o impusieron un paradigma cultural o formas de ser que, especialmente para los jóvenes de los sectores populares, han ejercido una gran influencia. Hago referencia explícita al modelo del dinero rápido, a la fascinación por las armas, al uso de prendas que generen distinción y, en general, a la interiorización de un cierto estilo de vida y de consumo que privilegia la ostentación material.
También se encuentra un sector de clase media, compuesto básicamente por profesionales en ascenso y una amplia capa de población empobrecida asentada en los sectores llamados subnormales. La ciudad que se expande sobre todo tipo de terreno y sin ningún de control por parte de autoridades, quienes a veces fueron complacientes de estos procesos porque veían en estas nuevos habitantes urbanos un fuerte arsenal de votos para los procesos de elección popular.
Sin duda, los narcos se erigieron como un actor social que incidió de manera radical en la vida citadina; esta capa emergente de la sociedad caleña, a su vez, se subdividía en varios sectores, uno de ellos reconocidos como los capos de los carteles o las clases altas en la jerarquía del negocio de las drogas ilegales, otros como los testaferros, como una analogía con la figura de los terratenientes, los ejecutivos como los profesionales encargados de manejar los negocios, los lavaperros como los mandaderos y las mulas o quienes servían para el tráfico de la sustancia, en los niveles inferiores.
Todos estos, a su vez, tenían sus respectivos círculos sociales y familiares más próximos, donde las parejas, novias, esposas y compañeras en general, se constituían en una figura importante. Particularmente las “novias” se constituían en personas claves para la estructura social, las mujeres desempeñaban funciones de acompañantes como una forma de prostitución, que hoy en día se conoce con el triste nombre de “prepago”, muchas de las cuales también funcionaron como mulas del narcotráfico.
Es importante reflexionar que a partir de allí, existe una cierta reconfiguración de lo femenino como resultado de la transformación estética que han sufrido las mujeres en función de las demandas que les imponen los llamados traquetos. No son pocas las mujeres que influenciadas por este nuevo patrón de belleza han recurrido y recurren hoy a las cirugías estéticas para alcanzar esos estándares estéticos exigidos y que alimentan un cierto apetito masculino. Las mujeres también entraron dentro del paquete de los bienes de consumo.
Estos distintos personajes asociados al narcotráfico se insertaron en distintas capas sociales, aunque en algunas de ellas con la prevención e inclusive la discriminación de sectores tradicionales de las clases altas caleñas. Pero en el caso de los sectores populares, puede decirse que fueron insertados con amplia aceptación. Y en general, Cali fue transformando su identidad cultural. Cali empezó a ser reconocida como una ciudad ostentosa, derrochadora, donde el dinero crece como espuma; se obtiene rápidamente.
Es una ciudad que no duerme, que siempre está de rumba; es una ciudad que tiene plan nocturno de domingo a domingo, y esto, por supuesto, movía una gran economía asociada indirectamente al narcotráfico. Taxistas, fotógrafos, chefs, vendedores de carros, vendedores de joyas, vendedoras de arreglos florales, de bisutería, de atuendos de última moda; de forma que el comercio, la industria y la empresa fueron alimentados por el negocio ilegal.

Cali cerrando el milenio

En los años 90 confluyen varios aspectos que van a incidir en la vida local. En el ámbito político, la ciudad, a finales de los 80 y principios de los 90, se estrena en sus primeras elecciones populares de Alcaldes, lo cual supone para la ciudadanía un nuevo ejercicio de decisión y participación política inscrito en la configuración de una nueva Carta constitucional. Al respecto, el pasado 9 de octubre el periodista de El País, Diego Martínez (Martillo), galardonado con el premio Simón Bolivar, dijo que “A Cali le ha hecho daño la elección popular de Alcaldes” , sería interesante pensar qué es lo que más daño le ha hecho a Cali y por qué un representante de las élites afirmaría que la democracia le hace daño a una ciudad.
Con el período presidencial de César Gaviria, entre el 90 y el 94, se inicia la consolidación de un nuevo modelo económico que va a redireccionar los distintos aspectos del país en sus ámbitos políticos, económico y con graves consecuencias en lo social, que se expresa de manera particular en las ciudades. Este modelo económico se conoce como neoliberalismo y propone, en palabras demasiado simples, la reducción del Estado en la ejecución de la función pública, y la sustitución por el mercado que cada vez más actúa con sus propias leyes como rueda suelta, impulsado por una iniciativa privada asociada a élites y grupos de poder local y global. Durante este período se propuso también la ley 100 del 93 que regula salud y la ley 30 del 92 que regula la educación. Es importante establecer la relación entre la apertura económica y el recorte de políticas sociales. Algo así como una disminución del papel central del Estado frente a su responsabilidad con la sociedad.
Hacia mediados de los años 90, durante el período presidencial de Ernesto Samper, la ciudad sufre un duro golpe económico con la detención de los capos de los carteles de la droga. Resentimiento económico que se evidencia en la cotidianidad de la ciudad, pues el tráfico de drogas ilegales funcionaba como una cadena interminable de negocios que beneficiaba a amplios sectores de la ciudad. También se produjo en ese período un proceso jurídico- político que va impactar hasta nuestros días la vida política del país. Se trata del llamado proceso 8.000 que pone en evidencia el dinero del narcotráfico en las elecciones políticas a distintas corporaciones.
Cali se movía de manera particular en las noches, se puede notar como la Calle 5ta., que para la década de los 80 tenía gran movimiento nocturno por la existencia de famosos grilles, discotecas, estancos, restaurantes, venta de comidas rápidas y gran movimiento de taxis, se modifica drásticamente en la segunda mitad de los 90. La Cali de los años 90 es una ciudad que acelera dos procesos paralelos: de crecimiento desordenado y de empobrecimiento.
En los años 90 Cali crece rápida y desordenadamente hacia los sectores llamados subnormales, recibiendo grandes capas de población emigrante o desplazada y se empobrece no sólo en los sectores tradicionalmente pobres, sino en general en toda la ciudad. Desde las orillas del río Cauca hasta las zonas más altas sobre las faldas de la cordillera occidental. Diques, ríos, lagunas urbanas, bosques y zonas mineras fueron a atrapadas por ocupación humana. Empobrecimiento que también es cultural, simbólico, arquitectónico, histórico y social. Sobre la pobreza material, se puede decir que de un lado las arcas públicas están cada vez más vacías producto de la corrupción política administrativa local, que campea hasta nuestros días. Por otro lado, antiguos inversionistas deciden retirarse de la ciudad, pues importar empieza a resultar más barato que producir, de esta forma se cierran importantes plantas industriales y empresas como Cementos del Valle y Goodyear , crece el número de desempleados, aumenta el trabajo informal, se develan las empresas fachadas de los carteles de la droga y se mengua significativamente la vida nocturna, entre otras consecuencias.
A este panorama se suma el incremento en los índices de violencia , la ciudadanía no se siente segura, ésta Cali ya no es la ciudad receptora de foráneos interesados en hacer vida en tierra caliente, sino que quienes llegan vienen generalmente presionados por la violencia y la precariedad económica que los expulsa de las zonas rurales del sur occidente colombiano y de la región Pacífico, especialmente, hacia el polo urbano más importante de la región; pero también los años noventa fueron testigos de las fuertes migraciones de comunidades y colonias de grupos antioqueños, caucanos y del eje cafetero, que buscaron refugio por la violencia y por nuevas oportunidades lícitas e ilícitas en estas tierras.

La Cali del siglo XXI

La vida nocturna en Cali ya no sólo representa rumba y diversión, sino peligro y desconfianza. Los paseos por los alrededores de la ciudad ya no sólo representan encuentro con la naturaleza sino diversos riesgos. El progreso es casi un intangible para casi el 70% de la población caleña que se encuentra en estratos 1, 2 y 3; para quienes la calidad de vida en la ciudad se mengua con los años. La violencia y la pobreza se pasean orondas por las calles de la ciudad. Sumado a lo anterior, el desempleo también expulsa profesionales al extranjero. Panorama muy desolador para una ciudad en el nuevo milenio.
Creo que la crisis de la Cali de hoy es una confluencia de varios aspectos, muchos de los cuales ya han sido aquí señalados. Para hacer énfasis en ellos, agregaría que la fragmentación política, entendida tanto por la desconfianza que la ciudadanía tiene en las estructuras democráticas del Estado y en los representantes de los partidos políticos tradicionales, aunque revestidos de otros ropajes, como en la debilidad para el surgimiento de nuevos liderazgos, es un aspecto que se robustece en la última década.
También se debe señalar que la crisis económica, agudizada con la implementación de un sistema económico basado en la especulación y que acelera la desindustrialización en la región, lanzando grandes capas de desempleados a la calle, es otro aspecto importante de la crisis de la ciudad, que se manifiesta en el empobrecimiento de la ciudad y en la ampliación del renglón de la economía informal.
Quiero destacar que la crisis de la ciudad se manifiesta explícitamente en la intolerancia social y en la forma violenta de resolver los conflictos que vivimos en la Cali de hoy. Resulta verdaderamente impactante que en no pocos barrios de la ciudad se hable de las llamadas “oficinas”, como rincones del hampa y del crimen organizado, que además operan como sustitutos del Estado para resolver diversos problemas sociales. Estas organizaciones que empezaron como estrategias para cobrar cuentas de negocios ilegales, hoy son también frecuentadas por madres de familia desesperadas que quieren obligar a padres irresponsables a cumplir con sus deberes paternos. Tales espacios son sucedáneos de los carteles de la droga y se componen de sujetos tristemente profesionalizados en el oficio de ajustar cuentas.
Casi el 60% de las muertes violentas que acontecen en Cali cada año se corresponde a la ambiguamente llamada “violencia social”; dentro de tal denominación se cuentan los asesinatos que a diario nutren los periódicos amarillistas, la violencia familiar, los crímenes pasionales, las cuentas de cobro, las vendetas y en general las distintas formas de violencia que la población civil operan con armas legales e ilegales, que heredaron tanto de los carteles de la droga, como de las milicias urbanas que los distintos grupos armados al margen de la ley conformaron en las ciudades.
Cuando a una chica la matan por robarle un celular, a un conductor de taxi lo matan por robarle el dinero que corresponde a la entrega diaria, a un joven lo matan porque ingresó a terrenos prohibidos del barrio vecino, y así sucesivamente, estamos hablando de violencia social, de intolerancia social; esos casos particulares, aparentemente desarticulados, van sumando a los homicidios mensuales que se caracterizan como violencia social y que dan cuenta de una fragmentación cada vez mayor de eso que se ha llamado el tejido social, entendido como la red de solidaridades humanas que puede tener una sociedad. Sin embargo, la violencia política es la que más atención recibe por parte del Estado y de los medios masivos.
Al parecer no existe en Cali un elemento identitario lo suficientemente cohesionador que invite a sus habitantes a ser tolerantes con la diferencia, situación que se empeora con la pauperización de la vida en la ciudad. Muchas son las historias de jóvenes que trabajaban para los carteles de la droga y que una vez desempleados “montaron sus oficinas para trabajar independientes”. Todo esto pasa ante la mirada impotente, inoperante y hasta cómplice del Estado, que a pesar de adoptar medidas para reducir los índices de muertes violentas, como la política de la ley zanahoria, tales crímenes siguen en ascenso.
Vale recordar que la campaña ampliamente publicitada en los años 80 en Cali, auspiciada por la Cámara de Comercio de Cali, llamada “Cali limpia, Cali linda” que pretendía promover ese tal civismo caleño, tuvo como colofón el exterminio indiscriminado de habitantes de la calle, prostitutas, travestis y mendigos, de forma que la mal llamada “limpieza social”, tuvo un asidero social considerable.

Consideraciones finales

Podría decirse que la Cali de principios del siglo XXI es la ciudad de las contradicciones sociales, no en los términos clásicos de la lucha de clases que propuso Marx, puesto que no existen claramente diferenciadas dos clases sociales, en tanto la ciudad está en un proceso de desindustrialización; las nuevas contradicciones sociales son protagonizadas por los nuevos excluidos del sistema económico, donde los pobres no tienen cabida y son ellos los mayores habitantes de la ciudad, lo que Marx llamaría “la masa desposeída” (Marx, 1970:36). Sería mejor, entonces, no referirse a contradicciones sociales, sino a exclusión social, lo cual limita, no sólo las condiciones materiales de vida sino las posibilidades de lucha de quienes están excluidos.
De acuerdo con esa situación de violencia, se podría decir que no existe en la ciudad una moral social lo suficientemente sólida construida colectivamente, en términos del sociólogo francés Durkheim (Durkheim, 1972: 50-53), que cohesione a todos los ciudadanos y que le permita a la sociedad caleña tener un sentido de identidad y de pertenencia con su ciudad, que le permita sentirse seguro en ella.
Para Durkheim es necesario que las sociedades tengan normas para convivir armónicamente; es necesario que en las ciudades el trabajo se divida socialmente, a fin de que los individuos tengan un lugar y una función específica que no altere el orden social construido, en este sentido, la ciudad es progreso en tanto denota un orden que se consolida como base de una transformación modernizadora hacia el futuro, hacia la armonía social (Durkheim, 1972).
Lo que se evidencia en Cali es un orden social muy débil y casi inexistente; es mucho más notorio la fragmentación que la confianza, y la reconstrucción social dependería, en gran medida, de hacer de la ciudad un espacio agradable, tranquilo y seguro, donde las normas de convivencia sean construidas colectivamente, donde cada cual tenga un lugar y una función que le dé sentido a su vida, es decir, donde no se sienta y no sea excluido.
Claro está que bajo esta premisa durkheimniana, también se puede llegar a la conclusión de que las contradicciones sociales deben cesar cuando se acepte el rol asignado en la estructura social, lo cual implicaría claudicar en el intento de exigir mejores condiciones de vida por parte de la población, y el progreso, a ese precio, no es la mejor propuesta de vida de la ciudadanía. Se trataría más bien, como lo propuso Estanislao Zuleta, de construir una sociedad mucho más madura para asumir el conflicto. Donde las diferencias no impliquen la eliminación del oponente.
Donde el progreso no signifique solamente crecimiento económico para una pequeña élite de la sociedad, como de hecho lo ha sido, base sobre el cual se ha fundado el mito del civismo en Cali, ni como crecimiento demográfico desordenado, sino como mejoramiento de la calidad de vida para todos los habitantes de la ciudad, eso sí sería progreso (Marx, 19770).
Para el caso de Cali, creo entonces que ese progreso está lejano, puesto que ni se están desarrollando las fuerzas productivas, dado que otros renglones de la economía como los servicios, el comercial y el especulativo cobran fuerza con el nuevo sistema económico, ni la ciudad se constituye en escenario de contradicciones sociales, en el sentido marxista, puesto que, como se señalaba anteriormente se trata más de un fenómeno de exclusión social que de lucha de clases; en otras palabras, los habitantes de la ciudad más afectados económicamente y socialmente no tienen las mejores condiciones objetivas para avanzar en su lucha de clases cuando las mínimas condiciones materiales de vida no estén resueltas. Se está constituyendo una ciudad al tipo “marca”, que hace de este escenario promueve un bien para vender y no un bien para el goce el disfrute y la vida del propio nativo. Una ciudad que concentra las mejores infraestructuras en corredores viales que conectan norte y sur o que se concentran en las áreas de fuerzas productivas e industrias culturales como museos, galerías, cafeterías, hoteles, obras de arte y lugares para los espacios culturales. Una ciudad para el turista y no para el propio ciudadano.
Finalmente, creo que la crisis social de la Cali de hoy, que se manifiesta en la pobreza material y cultural, en la intolerancia social, en la falta de espacios públicos, en la inseguridad urbana, en los altos niveles de homicidios, entre otros aspectos, tiene estancadas las posibilidades de progreso para la ciudad. Cali no es la ciudad cívica que hemos creído ser por varias décadas y salir de esta letargosa situación dependerá de varios aspectos, que así como confluyen para la crisis, deberán también tener una feliz confluencia para el progreso.
Ellos son, la recuperación de la confianza, la construcción de una moral colectiva, la legitimidad de las estructuras democráticas, la reactivación de una economía basada en la industria y no en la especulación, el fortalecimiento del tejido social y la presencia legítima de un Estado históricamente débil; utópico panorama muy distante de nuestra actual realidad.
Es por eso que en Cali, el civismo es un mito. El civismo no se reduce a pasar por la cebra, hacer la fila, ceder al asiento y no botar basura en la calle. El civismo es la posibilidad de la convivencia pacífica y por eso Cali es la nostalgia de lo que no sucedió y como dice el cantor: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. (Joaquin Sabinas).

Bibliografía:

• Durkheim, E. (1972). La división social del trabajo. Buenos Aires, Ed. Shapire.
• González, J. (2011). Maestra Vida. Relatos de la parcería en la ciudad popular. Cali, Fundación Ciudad Abierta.
• Guzmán, A. y Camacho, A., (1986) Colombia, ciudad y violencia. Cali, Ediciones Foro Nacional por Colombia.
• Hernández, L. (1985). Cali: Pasado, presente y futuro. Informe presentado por el Cidse a la Cámara de Comercio de Cali para el programa “El Cali que queremos”.
• Marx, K. (1970). La ideología alemana. Barcelona, Ed. Grijalbo.
• Santacruz, Marino. (2011). El espacio del desarrollo. Cali, Ed. Universidad Autónoma de Occidente.
• Velásquez, F. (1996) Ciudad y Participación. Cali, Ed. Universidad del Valle.

Otros Documentos:
• Documentos del Departamento Administrativo de Planeación Municipal, 2011.
• Documentos del Observatorio social de la Secretaría de Gobierno, convivencia y seguridad. Alcaldía de Cali. 2010.

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu ponencia, nos gusto mucho y ademas nos sirve de bibliografía para una investigación que estamos realizando sobre ciudad imaginada desde el diseño gráfico participativo.
    Gracias.

    Nattan.

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