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jueves, 10 de noviembre de 2011

Pobreza Cultural

Una de las características de nuestros tiempos es la pobreza cultural. Lloverán críticas sobre este artículo y no faltará quien diga que cultura es todo y que tenemos una gran riqueza y diversidad cultural. Pero cuando me enfrento a la triste realidad que muchos jóvenes colombianos no tienen idea lo que hacen sus congéneres al otro lado del charco, ratifico que la pobreza cultural, entendida como la pobreza de espíritu, de ideales, de grandes sueños y utopías, es uno de los signos de nuestro tiempo. Cierto es que en este momento hay jóvenes estudiantes protestando en las calles de Londres, Santiago de Chile y Bogotá. ¡Bien por ellos! Como también que en muchos salones de clase, tanto de secundaria como de universidades, otros, despistados, no saben que la cosa también es con ellos. ¡Que tristeza!

Y me pregunto, ¿por qué habrán perdido las pistas? ¿En qué momento empezó a crecer esta pobreza cultural? Podemos intentar algunas hipótesis. Por un lado, es evidente que existe una perfecta orquestación entre mercado y medios masivos. Ellos han conjurado una fórmula perfecta para sustraer el cacumen de alelados telespectadores que ahora no sólo se conectan a la televisión con programas concursos vendedores de promesas y de éxito individual en un mundo de pocas oportunidades, sino también al Messenger, a las redes sociales, al BlackBerry y a cuanto aparatico que, siendo dispositivos modernos, fungen como espejitos colonialistas atrayendo mentes incautas.


Los veo todo el tiempo prendados de sus aparaticos, digitando, buscando que alguien les responda, buscando compañía, buscando el reconocimiento, la felicidad, buscando su factor X o buscando llamarse de otra manera para catapultarse al éxito de la forma más rápida posible. Búsqueda que quizás sea sucedánea de esa perversa herencia cultural del dinero rápido. Sin proceso, sin digestión, sin elaboración, sin esfuerzo, sin pensamiento. Quizás la pobreza cultural sea el resultado de esa perversa cultura rápida. Comida rápida, Fast food. Negocios rápidos. Títulos rápidos. Dinero rápido. Felicidad rápida y cultura rápida.


Trato de llenarme de esperanza y actitud positiva cuando los estudiantes, movilizándose por los cuatro puntos cardinales del planeta, nos muestran que otro mundo es posible, pero me desaliento cuando miro a mi alrededor más próximo y encuentro que la indignación está lejana cuando muchos no saben ni siquiera qué es indignarse. ¿Qué hacer? Tenemos que insistir desde los distintos rincones que aún nos lo permitan. Insistir en una educación consciente de nuestra propia realidad. Insistir en presentar ese mundo activo de los jóvenes indignados a aquellos que por desconocimiento, falta de atención o información no hayan caído en la cuenta de que nuestras vidas están cada vez más hipotecadas al sistema financiero y a los mercados globales que le ponen precio a las casas, a los carros, a la educación, a la comida, a la salud, al agua, al aire, a la vida.


Tendríamos que usar esos dispositivos electrónicos modernos para mostrar mucho más la información sobre ese otro mundo posible que también circula por ahí. Usarlos a nuestro servicio y no quedar nosotros a expensas de ellos. Tendríamos que darle otro uso a esa tecnología digital, virtual, plana, plasma y rápida. Podríamos intentar la vida lenta a ver si vuelve la riqueza cultural.

1 comentario:

  1. Quizás haya que mirar a los jóvenes de otra manera, reconocer sus propuestas que a lo mejor no vemos con claridad. Hay de todo.

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